Una fantasía en el páramo realista

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A diferencia del resto de Hispanoamérica, cuyos narradores —entre ellos Clemente Palma, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Felisberto Hernández, Virgilio Piñera, Macedonio Fernández— no piden nada a la mitología de las tierras del norte de Europa o a las del lejano Oriente, México no ha sabido reconocer la fantasía. Ésta no ha tenido cabida en los discursos oficiales, en los libros de texto, en las ediciones de lujo, en los premios nacionales. Sin embargo, sus autores continúan escribiendo y publicando.
En la médula del siglo pasado había que encumbrar toda pieza de arte que encajara en un discurso unitario, que creara identidad en un momento histórico en el que México quería hacerse a toda costa de una envestidura oficial, para integrar por lo menos en el mundo de las ideas a una población que no olvidaba los motivos de las últimas revueltas armadas y que seguía –y sigue– fuertemente dividida por las diferencias económicas, el racismo colonialista y el machismo ancestral.
En ese contexto pasaron inadvertidos muchos autores que escribieron libros alucinantes, alejados del retrato mexicanista. Aquí uno de ellos: Ernesto Ramos Meza, para que una nueva tradición encuentre sus pilares.
Ernesto Ramos Meza nació en Ameca, Jalisco, el 18 de marzo de 1928. Egresado de la Universidad Autónoma de Guadalajara como médico cirujano (1947-1953), se le considera un humanista, un arqueológico y un endocrinólogo. Entre sus logros se cuentan haber participado en el descubrimiento del mamut que exhibe el Museo Regional de Historia y Antropología.
Aun cuando la mayoría de sus obras no pueden considerarse ficciones, puesto que al igual que casi todos los autores jaliscienses adoleció de realismo, se le reconoce por haber ganado el premio Jalisco en letras en 1964, por su única novela de corte fantástico, La muerte de Pamilo.Â
En ésta el autor narra la historia de un ciudadano modelo de la Gran República, quien, luego de ser asesinado a sangre fría bajo una luna verde y cuadrada, es acusado, arrestado y enjuiciado por los prejuicios psicológicos que su muerte acarreará a su perpetrador.
“El muerto tiene la culpa del incidente”, cantan a coro los personajes al principio de la novela de Ramos Meza, “Y también de que su asesino cargue con el dolor de la huida. Todo el rigor de la ley caerá sobre el difunto”.
Esta historia de extraña lógica, cuyo comienzo tiene lugar en las afueras del Café Moka, es narrada in extremis y envuelve a todo un pueblo-masificado-montaña-sangrante, en la frustración de lidiar con un difunto que, sin saberlo, posee el poder de “las sombras” para acabar con los preceptos de las leyes absolutistas de su país.
En su viaje por un limbo repleto de hombres árbol, de mujeres flor, de voces ensombrecidas y de normas retorcidas, Pamilo se reencontrará con los personajes de su vida previa, incluida su ex esposa Langas, ahora en proceso de casarse nuevamente; su asesino, afligido por haber cometido el asesinato; el comandante encargado de su caso, quien lo sigue tenazmente al mundo de las sombras, y muchos otros que constantemente trasmutan y transgreden su arquetipo, para recordarnos mitos griegos, pinturas de Remedios Varo y evangelios.
Las imágenes de Ernesto Ramos Meza ocupan todos los sentidos, sin saturarlos. Dejan satisfecho al lector, quien termina el texto con una curiosa sensación de no requerir más, pero tampoco menos. En sus páginas hay besos prohibidos con sabor a todas las frutas, manos gentiles y abiertas que florecen orquídeas, orquídeas que se alimentan de estigmas y se desprenden en el lecho del río. Los ojos sobre las letras ven los colores de las sombras, los matices azules y verdosos de la luna de Pamilo y el rojo del pueblo que se convierte en un volcán sangrante para ahogar sus propias penas y a los últimos sobrevivientes de la Gran República.
En medio habla Pamilo con las sombras y la novela deviene a teatro del absurdo, en que los sonidos hacen eco de argumentos sin sentido aparente. Finalmente los personajes sueñan con el mar. Entonces la novela huele a ballenas, a cristal frío y a sal, y el tiempo se desbarata preparándonos para un sorpresivo final.
Ora por sus metáforas y sus deconstrucciones, a ratos bellas y naturales, ya sea por su cuidada intertextualidad o por la suavidad de su narrativ a, que no invita a sufrir ni a arrepentirse, sino a soñar, Ernesto Ramos Meza merece su lugar entre los grandes de la fantasía mexicana. Más aún, un lugar protagónico en la literatura fantástica jalisciense, pues, ¿dónde más si no en sus líneas se puede leer a un hombre enamorado, mostrándole en sueños a la mujer de sus sueños, su colección de ballenas?

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