Una de enmascarados y vampiros

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De regresar a vivir a México por ahora no habla. Y volver a filmar en el país tampoco se lo plantea en un corto plazo. Lo pensaría “hasta que mis hijas tengan la mayoría de edad, porque la inseguridad no me dejaría trabajar en paz”. Sigue en su cabeza el secuestro de su papá en 1998. Antecedido en el micrófono por el presidente del Patronato del Festival Internacional de Cine en Guadalajara, Raúl Padilla López, quien lo presentara como “uno de nuestros principales invitados”, Guillermo del Toro (Guadalajara, 1964) de entrada se refirió a los inicios del festival, cuando hace tres décadas despuntó como Muestra de Cine Mexicano y desde cuya primera edición participara con Doña Lupe, en 1985. Siete años después, en 1992, exhibiría en la muestra fílmica Cronos, que le valdría no sólo el reconocimiento aquí en Guadalajara, sino en México con los Ariel y la Quincena de Realizadores en Cannes, el prestigioso festival cinematográfico francés.

“Hay sillas que no me aguantan, ese es uno de mis más grandes terrores”, comenzó diciendo Del Toro apenas tomó asiento frente a prensa y público, desenfadado, vestido todo de negro. Ese tono jocoso y de camaradería permearía durante toda la conversación, que se alejó de los tópicos de ruedas de prensa habituales: no hubo quien dirigiera el acto y Del Toro habló a sus anchas de sus pasiones, de sus proyectos, de su filosofía de vida y su modo de trabajo.

Un director laureado que establece una cercanía con quienes ven sus películas y en ello comparte su manera de hacer cine: por aquella época de la primera Muestra él y otros cineastas soñaban con hacer cine, pero los sindicatos estaban cerrados para nuevos directores. “Hay que chingarle más, el cine mexicano existe contra la estadística, pero en este cine podemos reconocernos, es el único en el que podemos reconocernos. Es nuestro espejo”.

“Hubo mucha gente que no me ayudó. Pero hubo otra que sí lo hizo”. Arturo Ripstein y Jaime Humberto Hermosillo, en Mentiras piadosas y Doña Herlinda y su hijo respectivamente, le dieron la oportunidad de trabajar en un cine que era considerado “maldito”; en aquel tiempo apoyar el cine mexicano no era bien visto, no retribuía “caché cultural”. Eso, aunado a que “era el más raro de los cineastas, me interesaban puras historias raras”, comenzó a construir la leyenda sobre la que hoy se levanta el Guillermo del Toro director, un tipo que igual se embarca en la escritura del guión de un filme como El Hobbit, que se plantea la realización de una película que tentativamente se va a llamar Plata, y que quiere rodar en nuestro país —un proyecto del que lleva hablando por lo menos quince años—, y que versará sobre luchadores enmascarados —gente que vive la vida como todos— que se enfrentan a vampiros reales, de los auténticos, no esos muñecos desabridos que aparecen en cuanto filme se refiere al tema.

Dejar la casa para ponerse a mano
Del Toro se fue del país porque estaba endeudado. No hubo otra razón. “Me fui a trabajar fuera porque debía mucho dinero”: un cuarto de millón de dólares. Los Estudios Universal le propusieron entonces comprarle los derechos de Cronos para hacer una nueva versión, pero aunque eso supusiera el poder ayudarse a cubrir lo que debía, el director de El espinazo del diablo se negó.

“Yo hasta entonces había pagado por hacer cine”, y ahora le proponían lo contrario. En contrapropuesta le pidieron que escribiera un guión para los Estudios Universal, Del Toro aceptó y de ese modo cubrió ese déficit, y tiempo después pudo entonces filmar lo que escribía. Vendrían así El laberinto del fauno, El espinazo del diablo (que en su momento no quiso apoyar el IMCINE), Mimic y Hellboy. “Con la escritura de estos guiones se invertían los papeles”: ahora le pagaban por hacer películas.

A lo que sea que uno se dedique siempre tiene que tener un referente, un ancla a la cual recurrir en caso de naufragio o de tropiezo. “Es importante que estés conectado para hacer lo que te gusta, ya sea con tu familia, tu maestro (de la escuela de cine), tu compadre; hay que tener un referente”. Del Toro lo tuvo en los citados Ripstein y Hermosillo, pero además en Rigo Mora —un hombre generoso hasta por los codos—, y en Emilio García Riera.

“Mi carrera no la planee. La carrera sucede cuando estás haciendo otras cosas”. Y en este 2015 Del Toro regresa, con el estreno de Crimson peak, a nadar en aguas conocidas, los orígenes sobre los que se sustenta Cronos: una historia fantasmal, de tonos góticos y obsesiones por las atmósferas extrañas, y aunque se trata de una cinta de misterio y fantasmas, no es de horror y miedo. “Los personajes guardan coherencia con lo que he hecho. La película es oscura y rara”, donde mezclé “entretenimiento puro y duro” —exigido por las producciones en Estados Unidos— con mis obsesiones personales.

Productor, guionista, director, creador de videojuegos y series de televisión, escritor de novelas y ganador de premios —faceta que no desdeña pero que no le quita el sueño—, Del Toro apoya el surgimiento de nuevos cineastas, a quienes ayuda con asesorías sobre escritura de guión y con recursos económicos para cristalizar proyectos. “Quedarte en la historia de una persona como alguien que le diste la mano” es el apego a esa “ética mínima de decir que todos hacemos un frente común”.

Contrata, además, a talento mexicano que incorpora en sus filmes. “Es importante entender que las divisiones son falsas en nuestro espíritu. En la vida nos enfrentamos a distintas cosas, pero si no hacemos lo que podemos” no vamos a lograr revertir esta tendencia en la que se encuentra el país. En este tenor, sobre la inseguridad en México, a pregunta expresa, dijo hacia el final de la conversación: “Me preocupa que hemos pasado de la descomposición social a la vorágine. Me preocupa que haya gente que crea que la Chingada se va a llevar sólo un pedazo del país. Chingo a mi madre si la Chingada, cuando llegue, no nos lleva a todos”.

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