Una consigna miles de voces

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El grito de ¡Justicia! retumbaba en la plaza de Armas del centro de Guadalajara, cuando la voz de más de 30 mil personas se unió en una sola. Universitarios y ciudadanos inundaron la avenida 16 de septiembre, vestidos de blanco y con pancartas que exigían un ¡Basta! “¿Dónde están, nuestros hijos dónde están?”, “Vivo se lo llevaron, vivo lo queremos”, eran frases que se escucharon en la Marcha por la seguridad, la paz y la justicia, organizada por la Universidad de Guadalajara el pasado 23 de mayo.
Los muertos y desaparecidos no deben quedarse en sólo estadísticas frías y en la indiferencia de los gobiernos. Son historias de injusticia, desesperación y dolor. Víctimas de fuegos cruzados, asesinados y desaparecidos.

El perdón inesperado
En medio del horror y de la desesperación, un solo gesto, unas simples palabras pueden valer más de mil gritos de rabia y de protesta. Palabras sencillas pero llenas de valor, como las que resonaron en la asfixiante mañana del 10 de mayo en el pequeño y conmocionado cementerio de San Antonio Tlayacapan, poblado de la ribera de Chapala.
“Los perdonamos”, dijeron los padres de Abel Paz Enciso, frente a los 80 incrédulos asistentes al sepelio de este joven de 25 años, egresado del Centro Universitariio de Arte, Arquitectura y Diseño. “Perdonamos a los asesinos de nuestro único hijo”, reiteraron estos padres doloridos, dueños de un restaurante en el pueblo que se encuentra a 15 minutos de Ajijic.
En medio del llanto y del coraje que embargaba a amigos y familiares de Abel, esas palabras, punzantes y llenas de estremecedora sencillez, sacudieron los ánimos de los presentes más que cualquier grito desgarrador, de cualquier protesta indignada. Tal vez porque, en este contexto de violencia e injusticia, fueron las más inesperadas; las que con más fuerza se irguieron ante la barbarie. Las solas, quizá, capaces de amedrentar la insensibilidad del verdugo que ultrajó el cuerpo de Abel, a sabiendas que su única culpa era la de encontrarse en el lugar equivocado en el momento equivocado.

Víctima inocente de una vendetta
Estos padres otorgaron su perdón, en oposición a la venganza entre bandas rivales que está ensangrentando el país y que también habría sido la causa, aunque fatalmente accidental, de la muerte de Abel. Su cuerpo fue encontrado entre los 18 cadáveres abandonados en dos camionetas, el 9 de mayo, por la carretera Guadalajara-Chapala en territorio de Ixtlahuacán de los Membrillos.
La matanza, según las investigaciones de la Procuraduría de Justicia, fue perpetrada por una célula de los Zetas para vengar la muerte de 26 de sus compañeros descuartizados en Nuevo Laredo, Tamaulipas, el 4 de mayo. Aunque las autoridades no han tomado una posición clara al respecto, de acuerdo a los testimonios tanto de detenidos como de familiares de las víctimas, éstas habrían sido escogidas al azar. Inocentes que no tenían nexos con el crimen organizado.
Tal es el caso de Abel Paz Enciso y de otro estudiante de la Universidad de Guadalajara, Carlos Jesús Martínez Delgado, que cursaba el quinto semestre de la licenciatura en Ingeniería civil, en el Centro Universitario de Ciencias Exactas e Ingenierías.

Una persona tranquila, no un narco
“Fue un baldazo de agua fría”, comenta una amiga de Abel, que fue también su compañera en la carrera y que prefirió no dar a conocer su nombre. “La verdad, no lo podía creer, porque era una persona que no se metía con nadie”.
Abel era tranquilo, hogareño, le gustaba ayudar a todo mundo y se preocupaba por reanimar a la gente que veía triste. La pasión de su vida era la danza, que cultivaba en un ballet del municipio de Chapala. “Era una persona apapachada por sus compañeros, muy sana y pacífica. Se daba a querer mucho por los demás”, recuerda Ignacio García, coordinador de la carrera de Artes escénicas del CUAAD, que fue su profesor en varias materias y que además es cercano a su familia. Ambos testigos descartan decididamente la hipótesis de que estuviera ligado a un cártel o involucrado en alguna actividad criminal.

Una historia de desesperación e injusticia
Abel salió de su casa la noche del sábado 5 de mayo para comprar una recarga de su celular en un Oxxo de la carretera a Chapala. Fue la última vez que sus padres lo vieron con vida. Al día siguiente, domingo, denunciaron su desaparición a la policía y en la noche encontraron su coche en el malecón de Ajijic, con las llaves puestas, sus pertenencias intactas y el celular.
Descartado el robo y no habiendo recibido ninguna petición de rescate, empezaron los momentos más difíciles para los familiares.
“Estaban desesperados por no saber nada de él. Después de cinco días de desaparecido lo único que querían era saber qué le había pasado, y que no estuviera sufriendo mucho”, dice Ignacio García, quien ayudó a los padres en la búsqueda de Abel en la universidad, en hospitales y en dependencias policiacas.
El académico fue quien recibió de un amigo periodista la noticia: habían encontrado 18 cuerpos el 9 de mayo. De inmediato informó a una tía de Abel, que inició los trámites en el Semefo para la identificación. “Ella lo reconoció, porque su mamá se había puesto mal y no le habían querido decir nada hasta estar seguros de que fuera él. Incluso a su padre tuvieron que internarlo un día en el hospital, porque se sintió mal”, dice al respecto la excompañera del joven.
La tía identificó el cuerpo a la una de la mañana del 10 de mayo, a pesar de que estaba desmembrado y decapitado. La familia, devastada, lo recibió en un ataúd la misma madrugada. Sin ni siquiera velarlo, a las ocho de la mañana celebraron una misa en la iglesia de San Antonio, y a las diez lo enterraron en el cementerio del pueblo. Allí, a pesar de la injusticia y la impotencia, los padres elevaron su conmovedor grito de dolor y al mismo tiempo de esperanza: “Perdonamos a los asesinos de nuestro hijo”.

Desaparecidos
Sin perder la esperanza, más gritos de reclamo por hijos desaparecidos se escucharon en la Marcha por la paz, lanzados por padres de familia integrantes del Movimiento por la paz, la justicia y la dignidad, cuyo fundador y líder es el poeta y escritor Javier Sicilia.
Sosteniendo con las manos la foto de su sobrino, la señora Teresa Ramírez Contreras narró la historia de Eduardo Alejandro, un joven de 25 años que desapareció el 10 de marzo de 2011. A partir de ese día, ni rastro de él.
“Salió de su casa. Iba al Oxxo en Juan Palomar y Naciones Unidas. Nunca regresó. No apareció ni su carro. Estamos desesperados. Era hijo único. Yo vengo en nombre de su mamá, en nombre de él y en el de todos los jóvenes que están desaparecidos”.
Interpusieron la denuncia en la agencia 12/C, especial para desaparecidos, de la Procuraduría General de la República, pero a más de un año no han tenido respuesta por parte de las autoridades.
“Cuando te toca en carne propia, lo puedes entender, y a mí me está tocando”, dijo la señora Teresa Ramírez, quien no pierde la esperanza de que su sobrino regrese vivo a su casa.
Estas historias y otras más se escucharon en pleno centro histórico de Guadalajara. Como la de Alejandro Alfonso Moreno Vaca, de 33 años, originario del Distrito Federal, ingeniero en sistemas electrónicos que trabajaba en IBM de México. Desaparecido el 27 de enero de 2011 en la caseta de Sabines, por la autopista Monterrey-Nuevo Laredo, cuando iba de viaje del Distrito Federal hacia Texas.
“No sabemos si está vivo o muerto. Nadie se ha puesto en contacto con nosotros. Hemos acudido a todas las instancias municipales, estatales y federales, y no obtuvimos ninguna respuesta. Somos muchas madres…”, dijo su mamá, Lucía Vaca, con la voz quebrada por los sollozos que en vano intetaba contener. “El amor por nuestros hijos hace que nuestro dolor se vuelva lucha y nuestra búsqueda es para que no sigan pasando tantas atrocidades y tanta violencia en toda la república. Venimos a representar a muchas madres del Movimiento por la paz, la justicia y la dignidad, apoyando a esta marcha”.
Otro caso es el de José Luis Arana, de 38 años, originario de Guadalajara, desaparecido el 17 de enero de 2011 cuando iba a una cita de trabajo con su hermano. Pero nunca llegó. Encontraron su vehículo cuatro meses después en Manzanillo, Colima.
“He acudido a todas las instancias habidas y por haber para que me ayuden a localizarlo, mas no he encontrado respuesta. Mientras tanto, yo me uno a todas las marchas en pro de la paz, en pro de la no violencia, en pro de que las autoridades hagan su trabajo y de que nos ayuden a tanta y tanta gente que tenemos a nuestros familiares desaparecidos; y para que ya paren esto”, refirió su mamá, María Guadalupe Aguilar.
Estas madres caminaron entre los cinco contingentes que partieron desde el edificio de Rectoría general, de la glorieta de la Normal, de la Fuente Olímpica, de la Plaza de la Bandera y de la plaza Juárez, para arribar cerca del mediodía a la plaza de Armas.
En el estrado, a un costado de la catedral de Guadalajara, Marco Antonio Núñez Becerra, presidente de la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU), pidió justicia. Alzó la voz para gritar: ¡Ya basta!, ¡Armemos la paz!, después de haber sido recordados con un minuto de silencio los doce compañeros universitarios asesinados sin razón alguna: Itzel Adilene Rodríguez García, Francisco Javier Carrillo García, Gabriel Morán Cervantes, Juan Pablo Valentín Guerrero, Francisco Ismael Gómez Saucedo, Magaly Susana Jiménez Moreno, Carlos Jesús Martínez Delgado, Jonathan Daniel Martínez Rinas, David Martínez Velázquez, Abel Paz Enciso, José Luis y Luis Alfonso Guerrero Arévalo.
“Esta no es nuestra guerra y sin embargo nos ha costado más de 70 mil muertos. Ya estamos cansados de los muertos por esta guerra, de la sensación de inseguridad, de que el gobierno trate a las personas fallecidas con el desdén y la frialdad que dan los números. Que criminalice antes de investigar, que no reconozca a los desaparecidos y que se aferre a una estrategia que ha fracasado. ¿Cuándo la cantidad de 70 mil muertos dejó de causar escalofríos? ¿Cómo podría legitimarse una guerra si se derrama sangre inocente, se destruyen vidas, se separan familias y asesinan esperanzas?”, dijo Núñez Becerra.
El Rector general, Marco Antonio Cortés Guardado, recordó que esta casa de estudios ha sido objeto de agresiones permanentes en los últimos meses, por parte primero de la Federación de Estudiantes de Guadalajara, en diciembre pasado, así como de grupos delincuenciales de alta peligrosidad, que han asesinado a otros alumnos y egresados.
Afirmó que en Jalisco se está extendiendo un clima de inseguridad y zozobra que ha alterado no sólo la vida cotidiana, sino las rutinas de los universitarios, al tener que tomar medidas extraordinarias de protección, que sin embargo no han sido suficiente para evitar el asesinato, secuestro o desaparición de miembros de la comunidad.
“Hoy marchamos para exigir justicia, pero también para solidarizarnos con otros sectores de la sociedad y con la finalidad de impedir que el miedo trastoque profundamente el curso normal de la convivencia entre los jaliscienses. Nada sería más riesgoso que abandonar los espacios públicos y dejarlos a la deriva de la inseguridad”, dijo Cortés Guardado.
Jalisco aún puede detener ese proceso de descomposición social que ya se observa en estados vecinos de nuestro país. Para ello “se requiere una estrategia inteligente y mucha voluntad política para detener esta escalada de criminalidad”, afirmó Cortés Guardado y exigió a las autoridades que tomen acciones urgentes. Todavía es posible.

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