Una alegoría corporal

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He ido a la ciudad de Alejandría, a través de la red, para imaginar el mundo descrito por Constantino Cavafis. Hecho ilusorio, al parecer, porque ese mundo, si bien no está del todo perdido, sí se ha transformado: la amada ciudad del poeta es otra, es única y solamente se puede encontrar en otro tiempo y en los libros de historia. No obstante, sigue vibrante, viva en cada línea de los poemas. Entonces lo mejor es ir hacia la poesía: la reconstrucción del mundo caváfico está allí, en el cuerpo verbal: el corazón que late cada vez que alguien se atreve a abismarse en su obra.
Ya de por sí el solo nombre de la ciudad suena lejano e irreal. Centro de un fragmento de la historia del mundo antiguo y moderno, Alejandría ha tenido que permitir que Cavafis la haga suya y la segmente y la instale en cada rostro, en cada batalla, en cada piel, en cada cuerpo de muchacho visto o amado por el poeta.
En mucho Cavafis recuerda a Pessoa. Seres fantasmales, se concretan cuando escriben y, luego —pasado el tiempo—, cuando alguien fija su mirada en sus letras. La historia del alejandrino y del lisboeta se hace más cercana cuando uno recorre las páginas de la biografía escrita por Robert Liddell (Kavafis / Una biografía crítica).
Miopes, discretos, nunca vieron del todo su obra publicada y fueron rescatados en su exacta dimensión en la historia de la literatura después de sus muertes. Amantes de sus ciudades, los dos las volvieron míticas para siempre. Ambos, tendieron hacia la homosexualidad como lo señalara ya Octavio Paz (Cuadrivio). Uno más abierto que el otro en ese sentido, Constantino Cavafis fue rescatado del olvido y de hojas menores de poesía donde ubicó, en vida, su trabajo poético, por autores como Forster, Cernuda, Gide, Yourcenar, con declarada preferencia homosexual. Es sabido que durante la década de los sesenta la poesía caváfica fue acogida y puesta como emblema de la cultura gay. Hecho marginal a la obra de Cavafis, lo cierto es que en sus poco más de cien poemas, hay una exquisita demostración, sobre todo a partir de los textos escritos en 1915, de una abierta y bella estética erótica que, sin interpolar moralismos, cualquiera logra encontrar placentera.
Debemos a Cayetano Cantú una de las mejores traducciones de la poesía completa de Cavafis. Los cuerpos de la poesía de Cavafis son traídos desde el recuerdo o la imaginación, y se vuelven vibrantes alegorías sensuales expresadas con exquisito deleite; son cuerpos de muchachos, descritos como si se tratara de un ritual de la memoria que los coloca en la vida hasta volverlos seres de carnes voluptuosas. Esos cuerpos atrayentes son respetados y amados, a su vez que gozados en una clara certidumbre de que no son objetos, sino formas que cubren a seres espirituales casi divinizadas, pero su suerte terrenal los hace más deseables. Vistos, gozados, amados, tocados, esos jóvenes son, para Cavafis, finos vasos comunicantes de donde mana una suerte de maravillosa fuente de poesía. Elegante, el alejandrino nos permite saber de su ternura porque no hay arrebatos de lujuria, sino un enorme placer aristocrático. Griego, egipcio, occidental, el rapsoda nos lleva a través de ricas sonoridades hacia el objeto poético. Son seres vivos los amados. Son encarnaciones de la sensualidad. No hay adjetivos, hay sensibles caricias trasmitidas que a lo largo del tiempo y el espacio todavía es posible saber de la experiencia del poeta. Contrario a la defensa realizada por Luis de Cañigral, en la obra de Constantino Cavafis hay una fuerte tendencia homosexual, ya que como dice en alguna parte el ensayista, es ante todo Poesía que no impide el disfrute, pues lo que se lee no son líneas que nos llevan estrictamente al orden estético de la poesía. Es en esa poesía que nos eleva, nos otorga goce y nos encamina hacia un erotismo sin adjetivos.

Estaban entre la muchedumbre
cerca del luminoso escaparate de la
tabaquería.
Sus miradas se cruzaron por accidente,
tímidamente y con sobresalto expresaron
el ilícito deseo de su carne.
Dieron unos cuantos pasos sobre la acera,
sonrieron y asintieron levemente.

Y después el carruaje cerrado…
La carnal cercanía de los cuerpos,
la unión de sus manos, el encuentro de labios.

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