Un poco de sangre en mi Armani

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Ha golpeado varias veces la cabeza de la chica contra la pared, y aprovechando que está aturdida, la inmoviliza y levanta sus párpados para quemarle los ojos con un encendedor Bic hasta que revientan. Luego le abre las piernas y le hunde un palo por el culo. Se echa a reír y comienza a masturbarse frente a ella. Se detiene y decide meterle un taladro eléctrico por la boca, destrozando labios, dientes, lengua y parte de la mandíbula. Por ese hueco viscoso ante sí, decide follársela hasta escuchar cómo se combina el chapoteo de la sangre con su esperma. —Eres una jodida puta—, le dice Bateman, mientras empuja las caderas a cada espasmo y nota para su disgusto que su chaqueta Armani está manchada de sangre.
Esto que escribo no es una cita: reconstruyo de propia mano y en una sola escena, algunos de los momentos de violencia enajenada de American Psycho, la novela de Bret Easton Ellis que hace 20 años removió la conciencia literaria y moral de muchos.
Patrick Bateman es un yuppie de entre 26 y 27 años de edad en Wall Street. Trabaja en la firma Pierce & Pierce, a la que para su desgracia las prostitutas que contrata confunden con una zapatería. Es un tipo elegante, educado y refinado: ¿podría alguien como él dejar de usar su tarjeta American Express Platino no sólo para pagar las cuentas, sino para sorber cocaína? ¿No debería enojarse si sus ineptos amigos confunden el corte de un traje Ralph Lauren con uno de Givenchy? ¿Acaso son superfluos los tratamientos faciales en Gio’s o las horas de gimnasio en Xclusive? Las gafas Ray-Ban y los walkman son necesarios para aislarse de la mierda que lo rodea, en especial de los malditos vagabundos de los que se burla sacudiendo algunos dólares frente a su cara para después guardarlos de nuevo (a veces debe tomarse la molestia de regresar y apuñalar alguno que yace en el piso hambriento y alcoholizado). ¿Y la comida? ¿Cómo no gastarse cientos de dólares en restaurantes como el Deck Chairs o el Cuisine de Soy, aunque las porciones sean tan pequeñas? Recordar vaciar cal sobre el cuerpo de Owen que está en la bañera. Grupo favorito: Talkin Heads y de bebida el J&B, ah, y de agua Evian o tal vez la mineral Perrier. Eso de vivir en el mismo edificio que Tom Cruise no es cualquier cosa, aunque el bastardo apenas si saluda, degollar a aquel niño en el zoológico y fingirse doctor para tenerlo cerca cuando se desangra, después de todo no era tan divertido, debería comprarse una cama de bronceado para el apartamento, no hay que olvidar rentar —como todas las noches— la misma excitante película en la que asesinan a una chica perforándola con un taladro, quizá fue demasiado idiota al cubrir con chocolate la pastilla desinfectante del orinal de un bar para regalársela de postre a Evelyn, maldito Luis Carruthers, ¿cómo piensa que podría ser un enfermo maricón como él?, será conveniente tomar más Xanax o Valium a fin de tranquilzarse, y el olor a sangre y carne que ya no se va del apartamento…
Bret Eaton Ellis publicó American Psycho en 1991, cuando contaba con 26 o 27 años de edad. De acuerdo a las propias palabras del autor, ¿qué más podría decirse sobre esa novela que no se haya hecho ya? El asesino en serie —millonario, lindo y alienado— que ahí se presenta y que es capaz de hablar con la misma tranquilidad de sus crímenes como de las buenas canciones de Genesis o Whitney Houston, era un tipo sumido en la indolencia y la apatía, pero también en el cinismo.
La obra, con este protagonista atascado en un ambiente de incontrolable materialismo de los años ochenta y alimentado por los antidepresivos, la cocaína y el alcohol, resultó demasiado violenta y pornográfica para las buenas conciencias conservadoras norteamericanas, hasta el punto de lograr que su editorial inicial desistiera de publicarla. Puesto que aun así pudo salir a la venta, el escándalo fue mayúsculo: la Organización Nacional de las Mujeres, que consideraba al libro como una especie de tratado sobre la misoginia y que desde antes de su publicación había orquestado la campaña en su contra, llegaba entonces a las librerías a rociar con sangre los ejemplares a cargo de Random House o aludía con mensajes telefónicos a una posible violación para el autor y su equipo; algunos diarios invitaban a no comprarlo; los propios escritores no se atrevían a defenderlo, antes bien a vilipendiarlo y a mirar con recelo e hipocresía la transgresión de su escritura; se pensó que el libro era parte de un diario personal de Bret; incluso llegaron las amenazas de muerte.
“Mi nombre –dice Ellis en Lunar Park, su novela pseudoautobiográfica– se reconocía con la misma facilidad que el de una estrella del cine o del deporte. Me tomaban en serio. Me tomaban en broma. Estaba infravalorado. Estaba sobrevalorado. […] Ni siquiera la guerra del Golfo de la primavera de 1991 distrajo al público del miedo, la preocupación y la fascinación que despertaba la figura de Patrick Bateman y su vida retorcida”.
Es verdad que por más que la lectura de American Psycho cause incomodidades, y parezca, como dice Gonzalo Curbelo en un artículo sobre Ellis, “un catálogo de deliberadas provocaciones al buen gusto y todos los conceptos de corrección política”, no debería tomarse como un asunto fuera de lo ficcional y apartado de la verdadera voz del autor; sin embargo, el propio Ellis se ha encargado de abonar sobre la idea contraria, y aunque no sea un libro de memorias, sí tiene un cariz autobiográfico en cuanto a la profunda depresión que sufría al escribirla: ante la pregunta de uno de sus seguidores sobre utilizar literatura psicológica al crear a Bateman, respondió que no la necesitaba, pues el personaje estaba inspirado en su vida. También en una entrevista para lanacion.com declara que “era una alegoría de mi infancia en una familia aparentemente perfecta que bajo la superficie ocultaba alcoholismo, locura y abusos”.
Quien nutrió la conciencia y el odio en la vacuidad del aparente orden fue su padre, un magnate inmobiliario que “siempre había sido un problema –despreocupado, grosero, alcohólico, vano, iracundo, paranoico– incluso tras el divorcio […] Siguió ejerciendo poder y control sobre la familia […] Su misión, su cruzada, consistía en debilitarnos […] El mundo carecía de coherencia […] Fue la única razón por la que huí […] Pero ya era demasiado tarde. Mi padre había ennegrecido mi visión del mundo y me había contagiado su actitud sarcástica y despectiva hacia todo”, dice Ellis en Lunar Park.
Si se ha de creer a pie juntillas todo lo que cuenta en Lunar Park, ya que como comentó Ellis “algunos de los hechos que relato eran ciertos, otros embellecidos”, American Psycho la escribió como si estuviera poseído durante sus constantes noches de insomnio, por el propio Bateman, y al paso de los años no podía releerlo, pues le parecía maligno. Lo cierto es que en cuanto a la maldad del materialismo, la apatía, la frialdad, la enajenación y el sinsentido, ella ha estado presente a lo largo de sus publicaciones y de su vida: su primer libro, Less than zero, que lo catapultó a la fama y lo hizo millonario a los 20 años, ya presentaba ese tipo de personajes.
Ante este hecho, que lo convirtió en un autor de referencia de una supuesta nueva generación, Ellis comentó que era como sacarse la lotería, pero que seguía sintiéndose pobre y necesitado. Quizá por ello Bret Easton Ellis, al que se veía en sus presentaciones y vida social alcoholizado o drogado, al lado de importantes personajes artísticos o del espectáculo, comenzaba –dice Gonzalo Curbelo– “a distinguirse públicamente como alguien similar a los entes amorales y viciosos que pueblan sus novelas”.
Ellis ha dicho en una entrevista para El País: “Mis novelas son el depósito de mis venenos”. Y ahí mismo advertía que Lunar Park le había servido para de una vez por todas resolver la relación con su padre: “Había muerto hacía ocho años y todavía seguía peleándome con él. No me dio la oportunidad en vida. La última vez que nos vimos tuvimos una discusión terrible y yo me levanté de la mesa, no volví a verle jamás. En ese libro escribí que quería a ese bastardo, y tirar sus cenizas en aquella ficción me liberó. Cerré la herida”.
Bret Easton Ellis ya tiene 47 años y le da por usar sudadera con gorro debajo de su americana ¿Armani? Alguien pregunta si él realmente existe o es mera invención. Bret juguetea un poco con sus gafas entre las manos, y contesta que sí es una invención, pero que también es real. Bateman se pone a gimotear y dice: “Mi macabra alegría se amarga y lloro por mí, incapaz de encontrar solaz en nada de esto, y sollozo y digo: ‘Sólo quiero que me quieran’ maldiciendo al mundo y todo lo que me han enseñado: principios, distinciones, elecciones, moral, compromisos, conocimientos, unidad, oración. Todo estaba equivocado, carecía de objetivo final”.
Mientras lo escucha, Ellis observa un letrero sobre la puerta que anuncia ESTO NO ES UNA SALIDA.

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