Un día de “trampa” en Guadalajara

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Foto: Jorge Alberto Mendoza

El crepúsculo se refleja en las nubes que cubren el cielo de Guadalajara, y el tren que va hacia el Norte no se decide aún a pasar. Son casi las ocho de la noche, y en las vías ubicadas por la calle Inglaterra a la altura de Federalismo, a 200 metros de la estación del ferrocarril, los ánimos de los migrantes, los “trampas”, están exacerbados. Pues varias veces el ojo relumbrante de la locomotora asomó en la lejanía, emitió un lúgubre rugido, y luego volvió a meterse entre los hangares. Parece que quiere espiarlos, burlarse de ellos.

“¡Nadie tiene nada tuyo!”, le gritan dos chilangos a Miguel, un michoacano de Lázaro Cárdenas, que con una gruesa piedra en mano amenaza con partirles la crisma. Están lidiando por un envase. La exasperación y el tonsol tensan más el ambiente a medida de que pasa el tiempo. “Todos los días es así”, profiere desconsolado un guardia de Ferromex, que intenta sacarlos de las vías para que se peleen en la calle adyacente.
Dos horas antes unos “vagos”, que viven a decenas por la zona y esperan una ocasión para asaltar a un “trampa”, le arrebataron a Miguel su mochila, le robaron un celular, 400 pesos y lo golpearon.

“Llegaron unos polis, le dije que estos cabrones me asaltaron, ellos como respuesta me dieron el número de la patrulla y me dijeron que no podían hacer nada”. La policía metropolitana no intervino a pesar de que los hampones seguían tranquilamente fumando mota e inhalando solventes a pocos pasos. Miguel se pone toncho y, encabronado y con la cara moreteada, continúa peleando por su “pomo”.

“Están locos”, explica Luis, un tabasqueño. “Yo le tengo miedo al tren, cuando me trepo nomás tomo alcohol. Estos se meten de todo, por eso después se cortan un brazo, una pierna, o mueren aplastados”. Dice haber recorrido el país entero con el tren. Todos lo saludan y él saluda a todos.

“He visto un montón de veces cómo secuestran a estos desgraciados”, asevera, dando un golpecito en la espalda a un joven nicaraguense. “A nosotros no nos hacen nada, nomás agarran a los indocumentados”.

Hay alrededor de 30 personas esperando al tren. Los centroamericanos son la minoría. Tienen varios días en Guadalajara: “El tren ha estado pasando recio (sic), y no pudimos treparnos”, explica otro de los “trampas”. La mayoría son “veteranos” y deportados, mínimo es la segunda vez que intentan llegar a Estados Unidos.

A diferencia de hace dos año, casi todos son mexicanos, de Michoacán, Guerrero, Tabasco y del DF, lo que refleja la precaria situación económica del país. Son ellos los que hacen “desmadre”, se levantan la moral mutuamente y, a pesar de todo, están en su tierra. Los otros, dos guatemaltecos, un nicaragí¼ense, cuatro hondureños, viajan solos o en grupitos de dos, agobiados por todas las vejaciones y las desaventuras que han tenido que sufrir durante meses de peripecias, desde que salieron de sus países de origen. Su ánimo está por los suelos, como la mirada, que levantan sólo de vez en cuando para checar si la locomotora deja de jugar con sus esperanzas, o cuidar que los vagos no se le acerquen para asaltarlos.

Viaje al infierno ¿y retorno?
Alfredo, inclusive, ya no puede caminar. Es el “trampa” que se ve más grande, más harapiento y más cansado. “Yo soy hondureño, de San Pedro Zula, colonia centro”, y repite “colonia centro”, como para remarcar su exacta procedencia. Cuando habla, casi ni levanta la mirada. “Me deportaron en febrero de este año. En cuanto llegué a Honduras, me vine para acá otra vez; pues en Phoenix me esperan mi esposa y mi hija”. Allá trabajaba como roofy, en la construcción de techos, como los demás hondureños.

Inició su periplo hace ocho meses. “Crucé la frontera en Chiapas hace cuatro meses. Éramos un grupito de veinte personas, nos fuimos por el monte. Allí nos robaron todo: mochilas, cobijas, ropa, dinero. Todo lo que teníamos”.

No obstante, en esta ocasión le fue “mejor” que la primera vez que cruzó por México. “Hace dos años los Zetas nos secuestraron en Veracruz. Estaban esperando en el punto en que nos bajamos del tren, y nos hicieron subir a un camión”. Relata que eran 36 “trampas”, y que los llevaron a una casa de seguridad. “Allí violaron a las mujeres. Nos exigieron el número de teléfono de un familiar, para pedirles 700 dólares en cambio de liberarnos. Si no accedías, era una golpiza tremenda”. Agregó que estuvo encerrado aproximadamente un mes. “Yo fui el último que soltaron. Me pegaron un montón de veces, pero no tenía nadie que pudiera pagar por mí. Soy más pobre que un perro”.

“Los que vienen de otros países están en una situación más vulnerable, por no tener una condición migratoria regular y son más susceptibles de sufrir agresiones tanto de la policía como de bandas criminales”, explica Carlos Villalobos de FM4, asociación de voluntarios que desde marzo de 2007 atiende a los migrantes, en particular centroamericanos, en las vías del tren.

Comenta que la cantidad de personas que pasa por Guadalajara, varía dependiendo de la temporada del año. La asociación atiende en promedio 10 diarias; es decir, aproximadamente 4 mil al año.

La mayoría son hondureños, nicaraguenses, salvadoreños y guatemaltecos. “Los que atendemos, casi todos han sido asaltados y víctimas o por lo menos testigos de secuestro”. Sin embargo, no son estas las problemáticas principales para los migrantes. “Todos los que llegan acá ya pasaron por la zona más difícil, que es de Tabasco hasta Lechería, en el Estado de México. En el área del Golfo, las maras y las pandillas que antes se subían al tren con machete a asaltar los migrantes, ahora trabajan por los Zetas, que controlan el tráfico de personas y secuestran a los que no van con coyote”. Éstos son la mayoría, pues para pagar un viaje con coyote de Honduras, se necesitan 7 mil dólares, como explica Mario, un joven hondureño de 24 años, oriundo de Tegucigalpa.

Chiapas, Veracruz y Tabasco, se convirtieron desde hace años en un infierno para los centroamericanos, todo frente a la indiferencia de un país que ahora se escandaliza por los 72 migrantes asesinados en Tamaulipas. Pues, como dijo Alfredo, a la pregunta de si las autoridades hicieron algo cuando lo secuestraron: “¿El gobierno? Aquí en México no hay nada de gobierno”.

Estados Unidos o muerte
La muerte está siempre presente en la mente de los “trampas”. “Pueden ser matados si no se dejan asaltar, o si nadie puede rescatarlos cuando los secuestran”, explica Villalobos. Lucas se salvó, pero tiene dos semanas con un hueso del brazo que se le sale de la piel. “Lo aventaron del tren en Veracruz, le propusimos llevarlo al hospital, pero no quiere”, dijo Villalobos.

Además, latente es el peligro al intentar subir al tren y las secuelas de accidentes, en ocasiones motivos de burlas para alentar el miedo. “A este guey los raspones se le cicatrizaron de volada, ¡por la mugre!”, dice un “trampa” indicando la cara desfigurada por las heridas de Arturo, un joven originario de Guerrero que tropezó intentando subir.
Y si no sufren ningún accidente, son las enfermedades que pueden mermar su salud, o llevarlos a la muerte. “Viajan expuestos al medio ambiente, arriba del tren. Todos los que veo tienen enfermedades de los ojos o de las vías respiratorias”, dijo un médico hondureño que colabora con FM4, y que prefirió no revelar su nombre.

“Además vienen deshidratados. La mayoría sufre de diarrea y bajan mucho de peso”. La afectación no es solamente física. “El 80 por ciento tiene ansiedad, y la mitad están deprimidos”. Las mujeres son las más debilitadas: “Abusan de ellas frecuentemente. El otro día atendí a una muchacha guatemalteca que había sido violada tres veces aquí en México. Las mujeres hondureñas, antes de salir de su país, se inyectan anticonceptivos, porque asumen por cierto que las van a violar”.

Por todo esto, Carlos Villalobos afirma que “México es un filtro para Estados Unidos, ya que logran llegar los más fuertes física y psicológicamente”.

La oscuridad envuelve las vías del tren, y empiezan a caer unas gotas del cielo. Una última mirada a la estación, para ver si hay todavía la posibilidad de que salga el tren. Nada. Ahora la lluvia empieza a hacerse más intensa; los “trampas” se dispersan: “Vamos a dormir en un parque o en un lugar abandonado”, dice uno de ellos, cubriéndose la cabeza con su mochila. Será para mañana. Por lo pronto, los espera otra noche y otro día en Guadalajara, es tiempo de buscar algo para comer.

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