Un chino en la ciudad

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No es un cuento chino cualquiera, es más, pudo haber sido de un australiano, alemán o hasta africano, pero sí es un hombre chino el personaje central de una historia que narra sus vivencias. Éste llegó a Guadalajara sin saber español, consiguió un empleo en una tienda y se enamoró de una tapatía que compraba café.
El chino salía tarde de su trabajo (en la madrugada) y a esas horas veía diariamente la película “El graduado”, lo cual le ocasionaba conflictos con sus compañeros de una casa de huéspedes.
El hombre chino trataba de aprender español escuchando de todo un poco. Todas éstas y otras situaciones se le ocurrieron a Samuel Kishi, cuando acompañado por sus amigos fue a un table dance y vio a un hombre, casi anciano, con uniforme de una tienda. Lo miró aburrido, cansado.
No es la única vez que el personaje apareció en sus mentes, también una de las productoras imaginó que un extranjero fuera el protagonista y al final se decidieron por un hombre oriental.
¿El chinito logra hablar español? ¿le hace caso la tapatía? Eso sólo se podrá saber en el cine, cuando el cortometraje ya esté en las salas. Este corto, llamado originalmente “Luces negras”, pero que en las salas se verá como “Un día en la ciudad”, dura 16 minutos y ganó una convocatoria de Imcine (Instituto Mexicano de Cinematografía), por lo que le presupuestaron su producción en 500 mil pesos.
Samuel fue casi todo en esta producción: guionista, escritor y director, pero no lo hizo solo, estuvo su familia, amigos, compañeros y asesores. Él casi egresa de la carrera en el CUUAD y no esperaba que su primera gran producción tuviera tanta aceptación. “Es un gran logro que me abre muchas puertas y sobre todo reconoce una gran labor en esto que es mi pasión”.
Aunque Imcine no les ha dado fechas, espera que su corto esté listo para el siguiente Festival Internacional de Cine en Guadalajara, y mucho antes haberse presentado en otras actividades nacionales e incluso internacionales.
Su producción no es cine comercial, promete gran calidad y manejar de forma mística pero encantadora a los tapatíos: sus costumbres, modismos y bellos lugares.
Un cortometraje divertido, no tonto, y que también invita a la reflexión sobre el mundo globalizado, a la vez incomunicado, no sólo por el idioma, sino por posibles barreras ideológicas o sociales.

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