Tu rostro en un barril de tequila

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Ana viste impecable su camisa blanca con letras bordadas en azul y amarillo. Se ve contenta por la llegada de cada persona. Sonríe a niños y adultos que recibe con palabras de “bienvenidos a su museo del Palacio de Gobierno”. Para ella este es su primer trabajo como guía en un museo y piensa que representa una gran oportunidad para su carrera, pues apenas tiene 20 años de edad y cursa el segundo semestre de turismo en la Universidad de Guadalajara.
Este día Ana fue mi guía en las cuatro salas, pero, por más que intentó hacer uso de la tecnología en la computadora que registra cada visita, no pudo lograr que la máquina grabara mi rostro para después verla proyectada en un barril de tequila. Sin embargo, se ve gustosa de mostrarme cómo nació y se desarrolló la ciudad de Guadalajara.
En la primera sala se encuentra la historia de la fundación de la ciudad, con la llegada de los españoles y el liderazgo de Nuño de Guzmán, quien fuera el que derrotaría a los caciques para dominar las tierras y posteriormente otorgar el nombre de Guadalajara, el 14 de febrero de 1542, a pesar de que antes ya se le conocía como Valle de Atemajac, aunque para los habitantes originales su nombre era Tetlán. Con todo, fue en esta fecha cuando adquirió escudo y título de ciudad.
Ana continúa el recorrido mostrándome las maravillas que abundan en el recién inaugurado museo. Es evidente que ha leído y sabe de la historia de la ciudad, o quizás sólo memorizó todo el recorrido, pues en ocasiones noto, cuando la cuestiono sobre detalles en particular, que ella únicamente levanta los hombros y sonríe, y me dice, “tanto no sé, pero voy a investigar”. Entonces, me pregunto, cuántas veces tendrá que repetir el discurso en una jornada de ocho horas como guía.
Continuamos caminando y pasamos a otra sala, y Ana presume que el museo cuenta con una pantalla de computadora que tiene movilidad, en la que proyectan como diapositivas cada una de las fotos de todos los gobernantes de Jalisco, incluyendo los interinos.
Dicha galería comienza con el general Bocanegra y Ruiz, quien fuera gobernador en 1824, y termina con el actual, Emilio González Márquez, el único fotografiado, puesto que de los demás son pinturas al óleo.
Al decir de la guía, esta pantalla es de las más “manoseadas” por los visitantes adultos.
Durante el recorrido Ana me platica que, además de aprender de historia, para ella trabajar en el museo representa la oportunidad de conocer a muchas personas y hasta confiesa que le hubiera gustado estudiar historia del arte o cultura, pero está convencida de que estudiar turismo puede ser de mayor provecho. Ya en la última sala dice: —Mire, si le hubiera tomado la foto al principio, ahí se vería reflejada en esos barriles de tequila, y sabe que, yo pienso que en lugar de ver las botellas de tequila nomás en la vitrina, los turistas deberían de tomar un poquito, como premio por hacer todo el recorrido, ¿no cree? No que así nomás en la vitrina, pos se antoja, y ni se pueden tomar.
Agradezco el amable recorrido que hice con la chica entusiasta de turismo y camino unas cuadras para visitar la Casa Museo López Portillo, ubicada en la calle Liceo, esquina con San Felipe, en el centro de la ciudad. Ingreso esperando correr con la misma suerte del anterior museo. En cambio, soy recibida por dos señoras de más de 50 años, quienes afanosamente tejen un chal en color rosa mexicano y la otra borda un mantel de cocina. Ambas se dan cuenta de mi llegada, por lo que una de ellas me pregunta en un tono casi de regaño: —¿Qué se le ofrece?—, a lo que respondo: —¿Puedo entrar a ver la exposición? —Sí, pásele—, contesta sin dejar de ver su puntada. —Oiga, ¿disponen de guía o por dónde inicio? —Vuelvo a insistir con mi afán preguntón—. A lo que responde: —Pos por donde quiera, y no, no hay guía, a menos que usted venga con un grupo de la escuela.
Camino de un cuarto a otro con asombro, intentando imaginar cómo estaría la casa donde nació López Portillo y Rojas. Observo que los muebles antiguos del siglo XVIII y las paredes estaban sucias, las puertas deshechas por la polilla, los tapetes rotos y, en el tercer cuarto veo una cuna con un velo prácticamente gris por el polvo. Me pregunto si acaso para demostrar que es viejo forzosamente tendría que estar en estas condiciones de deterioro y por qué el H. Ayuntamiendo de Guadalajara permite que a la casa museo no le den mantenimiento ni restauren las piezas. Además, las fichas de información están despegadas. Bastaría soplarles para dejarlas en el piso. La mayoría de los muebles pose un letrero igual de viejo y sucio con leyendas de No pisar, No tocar…
Camino hacia la puerta y agradezco el acceso al par de mujeres que siguen en la puerta de la casa museo en su plácida charla y tejido. Ellas, sin despegar su mirada del chal rosa mexicano, me responden: —¡índele, que le vaya bien!

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