Trabajadora social un agente del cambio

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Los trabajadores sociales se enfrentan a la incomprensión de una sociedad que los devalúa y a un gobierno que no los apoya. Esa es una de las conclusiones a las que llegaron algunos de los estudiantes de la licenciatura en trabajo social que participaron en el proyecto “Las Huertas dando frutos”, capitaneados por la académica Rosa Fierros Huerta.
“En Argentina el trabajador social es el que muchas veces mueve masas y hace posible una manifestación, aquí no”. Este profesional tiene las competencias y capacidades de crear, innovar y contribuir en la solución de los problemas sociales proporcionando a la comunidad estrategias adecuadas, desgraciadamente muchas veces no hay presupuesto para realizar los proyectos.
Maricruz Flores Machuca, Sarahí Medina Muñoz, Gloria Isabel Cruz Nuño e Ileana Marquez Villalvazo, son cuatro de las 25 participantes en el proyecto. Las cuales fueron entrevistadas en torno a su intervención.
Señalaron que los trabajadores sociales nacionales, en numerosos casos, tienen la culpa del rezago que enfrentan en relación a colegas de otros países. “El trabajador social mexicano se quedó encasillado en instituciones. Algunos tienen miedo a crear y ejecutar proyectos, por lo que prefieren sólo recibir órdenes de una institución y éstas limitan a dicho profesional”.
Los estudiantes participantes mostraron que sí se puede ser agente de cambio en la comunidad. Basta una pizca de voluntad, otra de vocación y una buena dosis de paciencia. Los jóvenes concluyeron que ser trabajador social implica mucho más que estar atrás de un escritorio llenando fichas o haciendo reportes. “El trabajo social se realiza fuera de una oficina, implica insertarse en la realidad. El profesional dedicado a ello trabaja tanto con una sola persona como a nivel grupal”.
La función del trabajador social es estar al pendiente de una sociedad cambiante, pero a la vez crear proyectos para prevenir problemas.
Los estudiantes ya dieron el paso más difícil: insertarse en la comunidad y generar un clima de confianza entre la gente. Los estudiantes ya son identificados como trabajadores sociales. La gente se les acerca para exponerles sus inquietudes y sus problemas.

Estudiando a la colonia
La primera tarea en torno al proyecto fue hacer un diagnóstico sobre la situación de la comunidad de la colonia. Uno de los objetivos principales es mejorar la calidad de vida de las personas dándoles herramientas para que ellos puedan ser autogestores. Los estudiantes emprendieron diversas acciones para despertar en los habitantes de Las Huertas el interés por cuidar su salud y mejorar su colonia. Entre ellas, dialogar con los pequeños para enseñarles lo que eran los valores, el respeto y cómo prevenir la drogadicción.
Drogadicción, pandillerismo, violencia intrafamiliar, prostitución y desintegración familiar son cinco problemas que día a día viven los habitantes de Las Huertas. La mayoría de los habitantes son de un nivel socioeconómico medio-bajo.
El área donde está la iglesia es la que cuenta con más servicios. Es el centro de la colonia. El narcomenudeo ha sentado sus reales en esa zona. Muchos jóvenes y niños consumen drogas. Abundan los casos de madres solteras que recurren a la prostitución. “Los más afectados con todos estos problemas son los niños. Ellos están bien enterados de lo que sucede a su alrededor. Son pequeños muy inquietos que no tienen límites”.
El máximo grado de estudio que tienen los adultos es el grado escolar de secundaria. Unos cuantos casos llegaron a la preparatoria. Sólo un muchacho contestó que cursaba estudios a nivel superior.
A muchos chicos les gusta llamar la atención, quieren que los atiendan sólo a ellos. Esto debido a que su principal diversión es la televisión. “Hicimos encuestas para saber qué hacen en sus ratos libres y contestaron que juegan juegos de video, ven televisión o andan en la calle. Uno de los principales obstáculos es que no hay áreas recreativas dentro de la colonia”.
Al anochecer abundan las pandillas y los jóvenes que consumen drogas. “Es común que se reúnan por grupitos niños y jóvenes. Los pandilleros no tienen edad fija. Hay chicos de 12 años que ya forman parte de dos o tres pandillas. Ya te hablan de abuso sexual. Te cuentan lo que hacen los amigos, de una forma tan natural que lo dejan a cualquiera pasmado. Hay algunos que ven pornografía y tienen una imagen muy distorsionada del sexo”. Cuando un maestro o trabajador social aborda temas de sexualidad con ellos dicen que eso es malo.

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