Toros voladores

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20111113 Guadalajara, Jal. Méx. El matador capitalino, Ignacio Garibay (Azul Pavo y Oro), corta oreja a su toro de regalo de nombre “Parapanamericano” de 555 kilos de peso. En la lidia ordinaria de sus dos primeros silencio y pitos ya que con la espada no demostro efectividad. Foto Javier Hoyos/FJ/Staff

El infaustamente famoso toro “Pajarito”, que brincara ligero al tendido de sombra de la Plaza México, cuando iba a ser el toro de la alternativa del tapatío Xavier Ocampo, y que acabó convirtiéndose en el toro del asombro y del estropicio trágico, no es de ningún modo el único que ha volado en sentido figurado y real, literal. La ciudad de Guadalajara y su zona conurbada, desde la época virreinal ha tenido toros aéreos, alados; que si no surcan los cielos sembrando el pánico, al menos se mantienen fijos y volátiles sobre nuestras cabezas; labrados en piedras canteras como una realización escultórica surgida de la fantasía creativa del arte barroco local.
Las gárgolas del casi derruido convento de San Juan de Dios, en lo que fue el patio del claustro de los padres juaninos, reproducen el toro de San Lucas, como su atributo emblemático proyectado en salto perene al espacio, desde la cornisa del claustro alto; juntamente con los otros tres seres que integran el Tetramorfos de los cuatro evangelistas: el león de San Marcos, el águila de San Juan, y el ángel de San Mateo. Todos juntos botan el agua de la azotea conventual del ala sur, su último resto testimonial.
El urbanisidio que ha hecho víctima a este convento, los echó del patio claustral a la calle, donde el toro de San Marcos, único sobreviviente de los supuestos cuatro originales, empitona la atmósfera polucionada del cielo tapatío, y preside la venta de los mercachifles de chucherías y baratijas, junto al río torrencial de coches en la avenida dedicada a don Francisco Javier Mina.
Este programa escultórico, lamentablemente perdido en su integridad en nuestro centro histórico, se conserva intacto en las gárgolas del antiguo claustro agustino de la actual parroquia de Tonalá.
Sin embargo, es de admirar que en la sacristía del templo de San Agustín en Guadalajara, está pintado un pasaje del Apocalipsis del Evangelio de San Juan, con toda seguridad atribuible al pincel virreinal de Diego de Cuentas; allí, bien figurado un toro castaño y alado, se posa sobre una nube, junto a los otros seres del Tetramorfos. Visión psicotrópica del evangelista, que tiene su antecedente simbólico en la propia que tuvo el profeta Isaías, pero esa es otra historia.
Toros reales, a ras del suelo, se ven en el campo bravo alteño pastando en las ganaderías de San Lucas, San Marcos y San Mateo –sólo falta la de San Juan– propiedad de la familia del arquitecto Ignacio García Villaseñor. Ya los veremos demostrando su conocida bravura en donde corresponde: la plaza de toros Nuevo Progreso de Guadalajara.

Posdata
Por cierto, la familia de nuestro ilustre héroe hispánico don Francisco Javier Mina, era la propietaria de la ganadería de Carriquiri, de la famosa casta Navarra, que desapareció porque todo tenían esos toros bravos: chiquitos y matones.

De telégrafo
Domingo 13 de noviembre. Toros de San José, para la lidia ordinaria (6). Muy bien presentados, parejos de tipo y de bravura de aguarrás; acusaron debilidad y mal estilo en las faenas de muleta. Toros de Campo Real (2) de regalo, desecho de la mala corrida anterior: disparejos de tipo, pobres de cabeza y sumamente débiles. Ignacio Garibay con mejorado estilo y actitud, aunque sin romper a triunfo. Sebastián Castella estuvo solvente y esforzado, llegando a estilizarse. Diego Silveti, debutante suertudo, fue bien acogido por la afición; le tocó el lote toreable de la corrida, cortando dos orejas al sexto. La plaza a tres cuartos de público atento y satisfecho. El juez de plaza en plan de generosidad derrochante, otorgó una oreja a Garibay y dos a Castella en sus toros de regalo, como trofeos excesivos. Los tres espadas fueron empitonados por los toros, sacando los ternos desgarrados.

Presentación de libro
El pasado mes de octubre en el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), fue presentado el libro Crónicas Tapatías, por sus propios autores: René de la Torre Castellanos, Laura Carolina Zohnn Muldoon, Carlos Enrigue Suloaga, Guillermo García Oropeza, Armando González Escoto, Ildefonso Loza Márquez García de Quevedo, y Juan Palomar Verea. Todos integrantes del Consejo de la Crónica y la Historia de Guadalajara. Auspiciado editorialmente por el H. Ayuntamiento de Guadalajara, y que reseña en diferentes voces y estilos el acontecer sociourbano del año pasado de 2010. Una obra imprescindible para todo aquel que vive a Guadalajara con la pasión de ciudadano auténtico.

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