Tom Sawyer deja su balsa en Guadalajara

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Si Tom Sawyer estuviera aquí, lo último que haría es leer un periódico; por el contrario, de la página haría un barco o un papalote, jugaría con él durante la tarde, y en la noche volvería a ser el protagonista real de una historia imaginada que ha sido la diversión en el pasado de muchos.
La noticia es que Tom está aquí, habla como un chico que puede ser nuestro vecino mientras que mantiene intacto el espíritu de valiente forajido. Hace 135 años, desde su aparición, que Las aventuras de Tom Sawyer no estaban tan frescas como ahora que la Fundación UdeG y The Big Read, mediante el trabajo editorial de Arlequín, se encargan de acercar la obra de Mark Twain, clásico de la literatura no sólo estadounidense sino mundial.
Samuel L. Clemens, mejor conocido como Mark Twain, creció en Missouri, un estado esclavista, como todos; dejó la escuela a los 12 años y se convirtió en tipógrafo. Así entró al mundo de las letras, antes de embarcarse en los viajes continuos y las ideas libertarias. Escribió sus más famosas novelas refugiado en la granja de su cuñada en Nueva York, con sus recuerdos como la mejor herramienta.
Cuenta que a la ribera del Misisipi hay un pueblo que vive en consonancia con los tañidos de la campana de su iglesia, una isla y una cueva que lo mismo custodian tesoros que soledades; en todo caso, arduas aventuras. Los rezos de la tía Polly, el amor por Becky Lawrence, la lealtad de Huckleberry Finn, recuerdan que alguna vez tuvimos la esperanza de ser románticos y rebeldes.
Visión cultural en la elección de esta obra y acierto editorial para conjugar diseño con contenido, son ingredientes del suceso. ¿Por qué Las aventuras de Tom Sawyer? Puesto que “ha sido desdeñada por ciertos lugares comunes que se le han impuesto después de tantas versiones, adaptaciones, películas, caricaturas, de toda esta carga”, apunta Felipe Ponce, director de Arlequín. Porque “es un libro para todo público, donde los personajes principales son niños y cuentan su visión como niños, pero hay reflexiones muy profundas que nos tocan a todos” señala Mónica Stettner, directora de Fundación UdeG.
Esta no es cualquier edición, sino una traducción propia, a cargo de Jorge Pérez, directamente de la original: “Era necesario que fuera un lenguaje local para mayor entendimiento, pues el de la obra no es un pobre vocabulario; pero las traducciones viejas presentan problemas de fluidez, con palabras obsoletas. Buscamos que sonara fresco, por los muchos diálogos y el lenguaje coloquial tiene que sonar real”, dice.
El libro, como objeto, es amable con el lector, compacto y con detalles que tanto los primeros lectores como los más expertos apreciarán. En más de una página encontramos guiños tipográficos y pasajes que habían sido eliminados en ediciones posteriores a la primera. Un libro que “suena bien a los lectores actuales sin traicionar el espíritu del texto, cuidando el estilo del autor y los giros del lenguaje”, señala Ponce.
Para mantener vivo un clásico es necesario conservar la accesibilidad a su lenguaje, y en este caso se comprueba que el sello editorial marca la pauta de cercanía con los lectores, a fin de enriquecer la experiencia del encuentro o, como sucederá en muchos casos, reencuentro del lector con la casa encantada que es su infancia. En Las aventuras de Tom Sawyer no hay lugar para el tedio. Como escribió Twain, “suponer es bueno, pero es mejor saber”. Supongamos entonces que compartir esta lectura sea placentero; cada uno comprobará que acaso se convierta en una amena y necesaria reflexión.

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