Todos venimos de otro mundo

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“Tenemos el pelo raro, nos vestimos diferente y así vamos al ayuntamiento a gestionar apoyos; somos ese cambio que tiene que generar el joven… ¿Quieres que te respeten como eres?: hazlo profesional, sé puntual, gestiona desde lo que eres y lánzate, pues el circo tiene ese peligro”, así ilustra la labor de los artistas y gestores circenses Juan Méndez, organizador del Festival Internacional de Circo Periplo, que en su tercera edición contó con la participación de malabaristas, equilibristas, acróbatas, danzantes aéreos, trapecistas, actores de percha, de clown y de hula hoop de México, Venezuela, Estados Unidos, Francia e Italia.

“Somos artistas de circo y casi todos venimos de otro mundo, por ejemplo, antes de irme a Europa y Canadá a aprender artes circenses, estudié ingeniería industrial en la UdeG y la gestión de proyectos que ahí aprendí, ahora la aplico a proyectos culturales; hay también nutriólogos, diseñadores, gente de teatro que hoy nos dedicamos a esto de manera profesional”.

Se trata de un movimiento internacional que se ha convertido en una cultura emergente en la que confluyen las artes, la técnica y el ocio, el circo. “Es el arte de hacer felices a las personas”, asegura con la sonrisa desbordante y una expresiva gestualidad Thom Wall, que ha dedicado más de la mitad de su vida a la comedia y los malabares. Pero la risa conlleva un arduo trabajo y años de profesionalización aun cuando “muchas personas aún miren con escepticismo lo que hacemos”. Para Thom, el circo no puede ser menos que un estilo de vida y un motivo de expresión artística. “En Estados Unidos —de donde vengo— hay muchos malabaristas, aunque muchos de ellos se lo tomen como un pasatiempo.

Siempre tenemos, indudablemente, a Montreal (Canadá) como la capital del circo; pero lo que he visto en México y Latinoamérica es que hay mucha gente que lo usa como un modo de auto-expresión en lugar de una simple manera de pasar el tiempo. Así que podemos ser optimistas, y darnos cuenta que recientemente ha habido una revivificación de este arte, con lo que creo que en algunos años el panorama será muy diferente, pues cada día se lo ve con más legitimidad”.

El camino que aún falta por recorrer parece estar colmado de obstáculos, el primero de ellos la concepción generalizada “del circo de antes, donde no sé exactamente qué se imaginan las personas que hacemos, quizás se imaginan un elefante o a un hombre poniendo la cabeza en las fauces de un león, no sé. Falta mucha cultura al respecto. Sin embargo, creo que en México está emergiendo un movimiento grande y mucha gente lo está valorando”, asegura Jade Zerón, especialista mexicana de danza aérea, para quien no resultan excluyentes el arte y el carácter popular de una profesión que hace consciente al público de que “ser humano y tener un cuerpo —y todo lo que con él puedes hacer— es increíble”.

Si bien las condiciones de trabajo de quienes se dedican a las distintas disciplinas circenses todavía tienen que mejorar mucho, y la implicación de los promotores y artistas en este proceso es fundamental, “al final lo más importante es entender como artistas que estamos haciendo un trabajo valioso, con el que podemos sobrevivir dignamente porque además de ser importante socialmente como un arte que conecta con la gente y la hace reír, conlleva muchas horas de dedicación diaria”, para mantener una técnica intachable, “aunque eso es sólo para mantenerte, pues si de verdad quieres desarrollarlo como un arte, ser creativo y proponer algo realmente emotivo —y no practicarlo sólo como un deporte— necesitas trabajar seis o más horas todos los días”, afirma Leo Sivira, artista venezolano que tras practicar malabares y trapecio, decidió especializarse en el parado de manos.

Pero uno de los retos más importantes para muchos artistas latinoamericanos es el de la profesionalización —que en comparación con la de algunos países europeos aún evidencia grandes distancias—, que lo impulsó a ir a prepararse a España y Francia. Ahora, tras haber incursionado en el teatro tradicional y más tarde en el teatro de calle, “me llamó más el circo porque tiene el riesgo y ese aspecto popular donde se mezclan todas las clases que lo hace divertido y atractivo, más vivo”.

Un arte que actualmente se coloca entre la tradición y la experimentación, que se fusiona con el teatro, la danza y la música a distintos niveles, pasando del espectáculo al compromiso social; que se nutre de la “academia y el deporte, pero te ofrece increíbles herramientas y habilidades artísticas”, como asegura Chloe Sommers, gimnasta y trapecista estadounidense, “una expresión en la que aprendes a arreglártelas con lo que tienes y a desarrollarte, pues hay mucho trabajo detrás del circo”. Un circo que, insiste Juan Méndez, “debe ser puntual, atento y respetuoso… con la pasión y el peligro que ello implica”.

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