Tinta sobre papel para ílvaro González

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Le daré cinco mil golpes a la página en tu memoria. Jamás bajo la estulticia de que las leas. Pongo a mis letras en orden mientras creo hablar contigo. Por fin interrumpirte. Buen escuchador, de buzones abiertos. No te escribo, escribo en tu memoria y con el riesgo de regarla. La última vez que te vi intercambiamos un abrazo breve, sabiendo lo mucho que te molestaban las palmaditas en la espalda. Te dije como siempre:

—¿Cómo estás?
—Mal, gracias.

Diálogos, que mas allá de lo repetible, eran tu manera de decir tantas cosas. La voz cuenta mucho cuando calla, el poeta Raúl Bañuelos recomienda: “Lo que vale es el espacio que guardan entre sí las palabras. Importa que las palabras floten como nubes de lluvia. Y relampagueen. Así fue como alguna vez te escuché decir por la radio ‘que la luz eléctrica derrotó a la noche’”.
Aprovecho para contar que al llegar a vivir a esta ciudad, mi hermano y yo nos dimos a la tarea de esculcar el cuadrante en busca de algo que no fuera música disco. Y dimos con tus “Paginas adentro”, así nos anclamos en esta frecuencia del 104.3. Tu programa tenía un imán para nuestros oídos. La siguiente estampa vino muchos años después, ya estaba trabajando en la barra de rock que dirigía Che Bañuelos, tú estabas en Londres, pero había un cartel en un cajón y así conocí tu rostro. Algo que mucha gente imaginó de mil maneras. En los primeros años de mi colaboración con esta emisora pude aprender mucho sobre tu presencia. Todos tomábamos algo de las voces que dieron identidad a este medio. Ahora queda mucho por recuperar de tu ausencia.
Me invitaste un plato de fruta para decirme a tu manera que cuando el halago era para la voz, ofendía tu inteligencia. Me hiciste ver la cantidad de letras que se ocupan en 80 mil vocablos; desperdiciados por la mayoría. Palabras que no se usan porque se ignora su significado. Hablantes de una lengua de doscientas palabras sólo pueden transmitir desesperanza.
Con toda delicadeza me hiciste ver que no necesitabas acompañantes en tu mundo del hertzio, que acaso te era útil si lograba que no te interrumpieran, que la historia de hablarle de tú al radioescucha había sido una afrenta para quienes no comprenden que la radio, por más masiva que sea, únicamente se puede consumir en lo individual y en primera persona.
No puedo sino recordar momentos con el afán de ofrecer una estampa tuya. Incompleta y pálida. ¿O acaso no eran sepia los recuerdos de tu infancia? ¿De los trazos de tu estirpe pintados en aquellos muros por los rumbos de Chapala? írboles de parientes recordándote tu linaje. Inteligencia en frecuencias hertzianas. Botella lanzada a la mar del éter para doña Radio.
Me quedo con la generosidad de tu colaboración para hacer el periplo de los navegantes, piratas, descubridores y náufragos. Obra radiofónica de siete horas de la que te convertiste en el almirante. Fue un domingo de octubre, anduviste a la deriva sin jamás perder el rumbo. Al final, nos has dado una gran lección sobre cómo alcanzar el puerto con enorme dignidad.
Hice para ti la definición de “radio de autor”, a ti te causaba gracia. Todo halago lo recibías con recelo, pero escuchaste mis argumentos sobre el acto de habla y la capacidad creadora del escucha. Hablamos del hipo y la tribuna. De los anzuelos en busca de orejas. Me decías que la radio era un medio al que la gente accedía sin distingos. Un medio a la medida de la sed auditiva. Siempre sabe más el que se pregunta. El que no tiene miedo al terror. El que duda porque sabe que todo es incierto.

Te vi en TV, el Seis, el 4, el 7 y la BBC
¿Acaso serás un fantasma bueno? Nos dejas un laberinto de lecturas. Una ruta interminable de tintaseca. Un hato de ideas por repensar. Un buzón telefónico. Un sitio virtual de conversación. Leo y luego escribo. Y si calculo bien, aún existes muy saludablemente en la internet. Navegante del aire, eco de ti. Puerta que promete no cerrarse. Sendero sin señales. Pólvora en las venas.
Que dirás si te interrumpo. Qué la mejor cadencia se logra respirando generosamente. Que la ligazón de las palabras es un arte milimétrico, que la prosodia es componer melódicamente nuestras intenciones. Quee no existe el tono neutro o la música cero. Qué jamás hay tiempo que alcance ni narrativa perfecta. Que la historia de hoy jamás nadie la había contado. Que ni sí, ni no, ni nada.
Vi páginas que se dibujaban en la “mágica chimenea del ensueño”, eso era la radio para ti. Aventura personal entregada a mis oídos. La crítica es un filo de dos oficios. Ambos amargos. Uno sobre la coherencia del discurso, otro el de perder relaciones a causa de alguna verdad incómoda. Voz que señala sin pudor a los raspones. Que no teme despidos, nacido en ácido e irónico por convicción. Viviste como debías en la calle de uno de tus autores favoritos. Te despediste desde Jalisco Radio en múltiples idiomas, para que todo el mundo pudiera comprender.
Me quedo con tu sentido de la dignidad. Con tu independencia. Con las historias que me compartiste sobre los habitantes de un actual pueblo fantasma. El de los radioescuchas que no aceptan fácilmente un “y luego” “y entonces”. No hay exilio, sólo un largo viaje entre los muchos hogares que cultivaste.
Aun queda tu blog para continuar la conversa en tu inagotable existencia… http://www.alvargonzalez.info/

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