Tibol vocación y cultura

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En 2002, Raquel Tibol daba la sentencia definitiva de su trayectoria como crítica de arte: “Yo siempre he privilegiado las obras; he necesitado conocer a los artistas para ampliar. Si un artista me pide presentación de catálogo, no lo hago sin visitar su taller, y si es necesario viajo a donde sea. Lo definitivo es la obra. Si la obra no me mueve no escribo”. Eso decía en una entrevista al despedirse de la labor periodística cultural que desde siempre había ejercido, y que en aquellos momentos llevaba a cabo en la revista Proceso. Días atrás se ha despedido de la vida a sus noventa y un años, bajo la cauda de prestigio que le dio el ser una de las mayores estudiosas y promotoras del arte mexicano.

Raquel Tibol nació en Argentina en 1923, pero llegó a México en 1953 con la intención de entrevistar a Diego Rivera, por el interés que sintió por el movimiento muralista que en ese momento a pocos importaba, y ocho años después sería acogida definitivamente por el país al obtener la nacionalidad mexicana.

Autora de más de cuarenta libros, se destacan entre ellos Historia general del arte mexicano: época moderna y contemporánea; Gráficas y neográficas en México; Pasos en la danza mexicana; Diversidades en el arte del siglo XX: para recordar lo recordado; Siqueiros, vida y obra; Diego Rivera: arte y política; Frida Kahlo, una vida abierta, José Clemente Orozco, una vida para el arte; Los murales de Diego Rivera; y Frida Kahlo, en su luz más íntima.

A Tibol se le tiene presente no sólo por el respeto y prestigio que ganó a pulso como crítica de arte, sino también por su personalidad fuerte e independiente. Una mujer interesada en la integridad y en el trabajo, no en los egos o los devaneos del poder político o artístico. Ejemplo de ello es que pese a haber sido estudiosa de la obra de Siqueiros, no dudó en asestarle una bofetada públicamente por unos supuestos comentarios xenófobos del muralista a ella, aunque también algunos dicen que se debió a que Tibol le reprochaba su cada vez mayor postura oficialista. También con Rivera tendría roces, y a Rufino Tamayo dejaría de hablarle durante veinte años. En todos los casos, era porque los grandes hombres de México no soportaban que ella no les rindiera pleitesía incondicional. O como cuando en los setenta, el director de ese momento de la Revista de la UNAM le dijo sin más que ya no la querían ahí, y ella contestó que “me cierra usted una puerta, se me abre otra, qué problema es”.

Al final, la convicción en su quehacer y la libertad con que actuaba, y que a muchos incomodó, se debió a que ella decía no buscar otra cosa que la satisfacción profesional, “porque no estoy trabajando para mi prestigio, no estoy trabajando para mi encumbramiento”.

En cuanto a qué le había obsequiado el ser una estudiosa del arte, y cómo esto puede ser útil a los demás, decía en aquella entrevista con que dejara los medios que: “No hay que descontar la intuición, y la información. Y cuando se unen vocación y cultura, se da un producto que puede ser abrevado por los demás. El ejercicio cultural, en cualquiera de los terrenos, es un ejercicio complejo. La crítica de arte es un género literario y también es un ejercicio cultural y completo”.

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