Sumisos para salvarnos del infierno

1729

A nuestros abuelos, los sacerdotes les dijeron que si eran obedientes tendrían la salvación eterna. De lo contrario, serían rostizados en el infierno, por los siglos de los siglos. Las indicaciones del párroco eran ley divina, y pobre de aquél que intentara hacer algo diferente: era juzgado por herejía.
No se diga si el padre iba de visita a alguna casa, era como tener a Dios en la sala, comiendo contigo en la misma mesa. Y si el obispo iba al pueblo, la gente debía de hincarse y lo que dijera el “señor obispo” no se ponía nunca en tela de juicio.
En tiempos de la Colonia los sacerdotes eran criminales disfrazados, que en nombre de Dios ejecutaban a cientos de indígenas cometiendo verdaderos etnocidios.
Los sacerdotes desde hace siglos han promovido la obediencia y desde el púlpito han tratado de imponer sus dioses, sus santos, sus sermones y sus conceptos sobre la religión.
Han inculcado desde la infancia la sumisión a la institución, a los sacerdotes, a las autoridades y a los padres de familia. El bautizo se practica en las personas cuando aún no tienen uso de razón. Mientras que para las mujeres el sometimiento ha sido mayor, porque hay que agachar la cabeza a los superiores jerárquicos, a los hombres de la casa y a la institución eclesiástica. Desde siempre, la combinación de Iglesia con el Estado ha sido el instrumento patológico de control y dominio que reprime la sexualidad, la educación y el pensamiento social.
Los políticos que quieren ganar elecciones se cobijan en la institución católica porque saben que la Iglesia tiene fuerte influencia en la gente. Particularmente en Jalisco, hay una relación muy estrecha entre gobierno e Iglesia, la relación es tan simbiótica y empalmada que no sabemos quién toma las decisiones. Tenemos un gobernador que da sermones en un “Estado laico” que no se practica, y un representante eclesial que habla en términos de política.
El Estado laico debe representar a todos los ciudadanos en sus diversidades religiosas, clases económicas, políticas y culturales. Sin embargo, cada vez hay menos tolerancia, más marginación, drogadicción y menos trabajo. Los cientos de millones de pesos que las autoridades planean dar a la iglesia pueden ser destinados a obras sociales y a desarrollar zonas marginadas.
Las acciones de la institución católica han sido más fuertes en el occidente de México, debido a que es una región donde 96 por ciento son católicos de bautizo y de nombre. Los Altos de Jalisco es una de las zonas del mundo donde hay mayores vocaciones sacerdotales. La influencia católica predominó en el occidente del país hasta los años sesenta y setenta, cuando se desprestigió la institución principalmente por la vida sexual del clero.
Los jóvenes de ahora ya no se la creen tanto como los abuelos, la juventud se cuestiona mucho antes de obedecer ciegamente. Ya no le asusta el infierno ni el purgatorio o quemarse en la eternidad. Hoy, cuestionar a la Iglesia no significa contradecir los dogmas de la fe. Cuestionar a la jerarquía sacerdotal no debe ser problema para los creyentes.
“Desafortunadamente a la gente se le ha exigido agacharse, someterse y repetir oraciones; hoy lo siguen haciendo, pidiendo macrolimosnas”: coincidieron la investigadora Lourdes Celina Vázquez, del Centro de Estudios, Religión y Sociedad, y el director del Instituto de Investigaciones Estéticas, Efraín Franco, ambos de la Universidad de Guadalajara.
Entre albures y mentadas
El concepto de sumisión, de sumirse, el que se agacha, el que rinde pleitesía, el que se inclina y hace genuflexión a otro para demostrarle un acto de respeto y obediencia, no es privativo de México ni de nuestros días, se da en todas las culturas.
Cada sociedad adopta características culturales, desde lo corporal hasta lo lingí¼ístico. En el mundo prehispánico rendían sometimientos y no se podía mirar a los ojos al tlatoani porque era un verdadero atentado contra lo divino, de acuerdo al maestro Efraín Franco.
La Colonia generó discursos que promueven la superioridad española respecto a la mexicana. Dirán que el trigo es superior al maíz, y que el pueblo jodido come tortillas mientras que el elegante, el amo, el señor, el mandón es el que come pan y trigo. Los ojos azules, que no es otra cosa que la ausencia de un químico, dirán que son ojos de color; discurso que significa que los de iris azul son mejores a los que tienen los ojos negros o cafés.
El blanco de la piel se maneja como algo óptimo a los demás matices: dicen “¡Ay, mira, es gí¼erito!”, esconde un discurso de supremacía que connota al grupo dominante en la raza, cultura y economía.
Para José Luis Iturrioz, jefe del Departamento de Estudios en Lenguas Indígenas, de la UdeG, es un mito la subordinación en el lenguaje, dice que los mexicanos somos corteses, pero no agachados, el problema es que le hacemos caso a los españoles que critican nuestra forma de utilizar el idioma, porque han heredado la postura del dominante y juzgan anacrónicamente todo lo que ocurre en sus antiguas colonias como si fueran las mismas sociedades de aquellos tiempos. Tenemos toda la libertad de hacer con la lengua lo que queramos.
Para Carlos Fuentes y Samuel Ramos, en términos lingí¼ísticos los mexicanos proyectamos un sentimiento de inferioridad. A través del diminutivo y subjuntivo, los mexicanos demostraban su situación de esclavos: “Patroncito, me gustaría tener un aumentito” es una formula que suaviza la expresión, que no lastima al oyente.
Al mestizo y al indio se les consideraba que no tenían la capacidad lingí¼ística ni moral para hablar de tú a tú al hombre blanco, por eso establece una especie de velo para no herir al patrón. Mientras que con el subjuntivo (rodeo lingí¼ístico) no decimos las cosas de manera directa, franca.
Los agachados, al querer ser como los amos pero sin contar con las condiciones biológicas, viven con un profundo sentimiento de inferioridad. Para los indígenas mesoamericanos, la serpiente Quetzacóatl unificó a los pueblos por ser símbolo de espiritualidad, pero cuando llegaron los españoles aseguraron que la serpiente era del diablo. Para resolver los conflictos religiosos los indígenas siguieron adorando a sus dioses pero encubriéndolos con las nuevas imágenes hispánicas. Era una forma de sobrevivir engañando al conquistador.
Octavio Paz en su ensayo de “Máscaras mexicanas”, publicado dentro de El laberinto de la soledad, sostiene que el mexicano se convierte en el actor para interpretar personajes, y lo ha hecho para sobrevivir. En un juego hipócrita.
Por la sumisión –a veces ficticia–, surge el albur en el siglo XIX como una válvula de escape, donde se puede encontrar venganza o hacerle una mala jugada al amo. El pelado, el alburero de manera descarnada, prosaica, se libera a través del lenguaje.
La realidad es que los mexicanos tienen un triple sometimiento: por los judiciales, que a punta de bayoneta callan a los insurrectos o revolucionarios; por el discurso oficial, donde los políticos se agachan frente a los representantes de las potencias económicas; y por el sometimiento al poder de la Iglesia.
No hay diferencia sustantiva frente a la actitud que asumió Hernán Cortés cuando se hincó ante el rey de España Carlos V y Felipe Calderón que se agachó ante los reyes de España. Nuestra cultura ha sido de agachados y de agachones. En algunos casos llega a lo patológico, a lo caricaturesco. Somos un pueblo sometido. Los cambios culturales son los más tardados, pero al menos hoy, los jaliscienses reaccionan con mayor ímpetu ante los abusos de la autoridad, llámese como se llame.

Breve diccionario del agachado

“Ya te vi los huaraches”
Se manejaba el discurso de un indio enzarapado con huaraches, la expresión de “¡Ya te vi los huaraches, ya te vi lo estúpido!” Ese indio que agachaba la cabeza frente al que detenta el poder, frente al sacerdote, el amo, el cacique…

“Chingón”
Para revalorar al indio, el gobierno mexicano apoya ese discurso y nace el macho mexicano, el chingón que se supone que es fuerte, formal, pendenciero y jugador. Asume una postura corporal de desafío. Es capaz de mentar la madre porque es bien chingón y para demostrar su chingonés tiene que desafiar la vida y chingarse a los demás. La antítesis del agachado.

“Mande usted”
Se acostumbraba que los niños contestaran al llamado de un adulto con un “mande” o “mande usted”, estos conceptos surgieron en la Colonia española donde los mestizos e indios no le podían hablar de tú al patrón.

“Indio”
En la Colonia se manejó que el indio era ignorante porque además de estar sometido lingí¼ística, religiosa y culturalmente, hablaba con diminutivos.

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