Soy ateo y feminista

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El diccionario del refugiado político, de existir, ¿qué contendría? Bashir Lazhar, argelino en Canadá, cree que guardaría palabras como: “Padecí, obligado, amenazado, mataron, asesinato, huir, escaparse, urgencia, víctima, guerra, denuncia, carnicería, tortura, miedo, terror, horror, masacre…”. Bashir es un hombre de mediana edad que quiere muchas cosas, pero por sobre todas: poder hablar en voz alta de todo, de lo que sea, llenarse el pecho de aire y dejarlo salir de a poco convertido en frases que puedan tocar el juicio y el corazón de los otros, sus pequeños alumnos. El pasado fin de semana se presentó en el Teatro Experimental de Jalisco el monólogo Bashir Lazar, escrito por la dramaturga originaria de Quebec Evelyne de la Chenelií¨re e interpretado por Boris Schoemann, a quien conocemos más como director escénico, productor teatral y traductor. En esta ocasión Schoemann, también director del Teatro la Capilla en la Ciudad de México, ha invertido los papeles con Mahalat Sánchez, su actriz en múltiples ocasiones para que ahora sea ella quien lo dirija.
Bashir Lazhar abre el telón con una mesa y una silla, dos de los objetos más predecibles en un escenario y sin embargo, lo que Schoemann va construyendo a lo largo del único acto de la obra, consigue poblar el espacio de niños de sexto grado, de paisajes lejanos con música que dibuja arabescos y también de todo el dolor que guarda el corazón de un inmigrante. La idea de que la sociedad canadiense es ejemplo de integración multicultural se ve claramente cuestionada con el texto de La Chenelií¨re. Lazhar llega a una escuela primaria para suplir a una profesora cuya ausencia esconde una tragedia. El sistema educativo y la estructura social hacen padecer en distintas dimensiones y aspectos tanto al ansioso profesor argelino como a sus alumnos. El nerviosismo inicial de Bashir, su voz temblorosa y el angustiado abrazo que da a su maletín, se van suavizando conforme se deja conocer por sus alumnos para tejer una relación entrañable. Algo muy semejante ocurre con el público, para quienes permanecer inmunes a la historia de vida de Bashir resulta difícil. Schoemann consigue muchos cómplices en la sala, ya que lleva a su personaje a la nostalgia del expatriado, a la soledad del excluido, pero también a la fortaleza que da una conducta justa, a la serenidad que se gana con la razón. Schoemann encarna un Bashir que es consciente de que su única posesión es el privilegio del amor compartido con niños que por momentos parecen tan huérfanos como su maestro.

Soy ateo y feminista
La historia del gran flujo migratorio de argelinos a Francia es larga y con pasajes muy negros. De ella han surgido un sinnúmero de prejuicios que se han reproducido en todo el Occidente, en donde Argelia concentra lo malo del mundo musulmán en ífrica. A este escenario se suma Canadá como un ingrediente que de entrada contrasta dado el imaginario social que posee de cordial anfitrión para perseguidos y parias. Ahí en Canadá, la tierra de todos, está un hombre simple y pequeño que pidiendo muy poco consigue sacudir a todo su entorno. Bashir, por su origen, debería ser un fanático religioso que como los demás de su género disfruta de controlar a su mujer y familia; sin embargo él es ateo y feminista. Si la dramaturgia de La Chenelií¨re cuestiona abiertamente las falsas seguridades desde las que se educa, Schoemann termina el trabajo al rebasar los asideros que posee el texto para acercarse al centro del acto comunicativo que es el teatro. Su actuación conmueve. El trabajo que desarrollan Schoemann y Sánchez en la escena, hacen crecer la historia. Las fragilidades del universo social manifiestas en un tímido profesor se convierten en poderosas herramientas que mientras visten el escenario con el traumático viaje geográfico y cultural de Bashir, desnudan al espectador de la explicación racional de lo que observa para llevarlo al espacio de la sensación y la empatía.

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