Somos frutos del azar y de la necesidad

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Como en la sentencia de Demócrito, que el biólogo molecular francés Jacques Monod (1910 -1976) convirtió en título de un libro: somos fruto, como parte del universo, Del azar y de la necesidad.
Indudablemente quedan muchas claves y elementos por descubrir: podemos estar seguros que no conocemos un mapa exacto de la historia de la evolución de la vida sobre la Tierra, pero lo ya conocido nos refuerza la idea de que la ciencia nos permitirá completar el panorama.
Somos testigos de nuestro pasado biológico. Son innumerables las huellas de ese pasado que perduran en nuestros cuerpos, y no olvidemos que la vida del planeta comparte un código genético común.
Existen poderosas razones para pensar que todos descendemos de un único antecesor, de alguna forma de vida común. Ha sido el crisol de la evolución el responsable de las diferencias entre nosotros, mismas que no consiguen ocultar los orígenes comunes.
Así todos los vertebrados con cuatro patas compartieron tipos de huesos comunes en sus extremidades que son diferentes, como murciélagos, delfines, ovejas y humanos. Se observa que las diferencias entre sus miembros son consecuencia del mismo conjunto de huesos, pero con modificaciones que se expresan en forma de alas, aletas, piernas y brazos.
Ante nosotros en un escenario iluminado por el conocimiento que da la ciencia, se despliega el formidable espectáculo de la aparición de la vida en la tierra. Una historia que no recurre a mitos, una historia que escribimos y seguiremos escribiendo acopiando conocimientos solidariamente, generación tras generación, compartiendo saberes y preguntas.
Al analizar el material hereditario de los cromosomas de los humanos y de los chimpancés se confirma que compartimos el 99.4 por ciento de los genes que son los primates más próximos de los seres humanos y se constata que tenemos un antecesor común, que vivió en ífrica hace unos seis millones de años, del cual surgieron varios linajes de homínidos, por ejemplo los famosos neandertales.
Todavía se desconoce la causa, pero de esos homínidos solamente sobrevivimos nosotros los homo sapiens. Gracias a la ciencia sabemos que somos parientes no muy alejados de los orangutanes, algo más cercanos a los gorilas y casi primos hermanos de los chimpancés.
Ser capaces de reconstruir los caminos que nuestra especie y de otras que siguieron desde el continente africano hasta nuestros actuales territorios; comprender la importancia de los pequeños cambios morfológicos que hicieron posible que nuestro dedo índice y pulgar puedan ejecutar lo que se llama la pinza de precisión, frente a la pinza de presión de los chimpancés, es algo ante lo cual todavía nos asombramos, sin acertar con la exacta explicación. O que el dedo gordo de nuestro pie dejara de oponerse a los demás, con lo que perdió capacidad de agarre, pero facilitó, al estar alineado con los demás dedos, la locomoción bípeda. Los humanos somos los únicos primates adaptados al bipedalismo, un modo de transporte que permite tener las manos libres.
La historia de la evolución humana es fascinante y los procesos de hominización y humanización son impresionantes. Esta historia dice que somos hijos del azar evolutivo, de la historia particular del planeta tierra y de las leyes de la ciencia.
Ese es un poco del pasado, pero en el futuro ¿qué nos espera? El planeta no es eterno y se está poniendo incómodo: ¿nos esperan los éxodos planetarios, una vez superadas las fallas vulnerables de nuestro organismo ante la falta de gravedad gracias al ADN y la ingeniería genética? ¿O tal vez nuevos seres genéticamente modificados que puedan afrontar los desastres venideros con más éxito que los actuales? Puestos a cambiar nuestra biología, ¿alcanzaremos algún día la inmortalidad? El futuro de la ciencia se presenta inconmensurable.

*Unidad de Vinculación y Difusión.

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