Sincretismo ochentero

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En pocos países la identidad individual de los ciudadanos se encuentra tan engarzada con la noción de patria como en México. El peso específico de los imaginarios de lo mexicano es muy grande, tanto, que aglutina el pensamiento y la práctica política más allá de los símbolos. Si bien el Estado y su producción cultural se encargó durante todo el siglo XX de la construcción de una imagen que con mayor o menor violencia confrontaba el universo prehispánico y sus visibles herederos con la Europa ibérica; luego del triunfo de la Revolución, la representación de lo nacional se diversificó. No sólo la recreación idílica de un socialismo indígena pobló los muros de un país renacido, hubo también figurativas pretensiones cientificistas así como una prospectiva urbana y desarrollista. A esto se sumó una ruptura abstracta que movió dramáticamente la brújula del rumbo de la plástica. A finales del siglo XX ocurrió un desplazamiento de la idea de México y los mexicanos como motivo para la creación artística. El museo de Arte Moderno de la Ciudad de México presenta actualmente la exposición ¿Neomexicanismos? Ficciones identitarias en el México de los 80. La muestra incluye obra de artistas como: Elena Climent, Julio Galán, Xavier Esqueda, Enrique Guzmán, Dulce María Núñez, Javier de la Garza, David ívalos, Francisco Toledo, Gustavo Pérez y Graciela Iturbide. Para los artistas que durante esa década volvieron la mirada a lo nacional, fue fundamental hacer crítica de la perspectiva estética heredada. Charro de labios rojos
La sala recibe al visitante con un charro de blanca tez y mejillas maquilladas. Se trata de una de las pinturas más conocidas de Julio Galán. El hombre posa de pie envuelto en un sarape con el escudo nacional. Su actitud es más que altanera, desafiante, gesto que se matiza gracias a una enorme magnolia a un costado del charro. Como remate, la figura lleva un cuarzo en la frente que compite en reflejos con los brillos que enmarcan los ojos del hombre claramente feminizado. Las piezas expuestas están muy alejadas de las narrativas oficialistas que con evidente celo guardan la rigidez de la imagen patria. De Julio Galán también destacan los óleos Me quiero morir (1985) y Pensando en ti (1993). Otro de los artistas fundamentales de este periodo es Enrique Guzmán que con el óleo de pequeño formato Amistad (1974) antagoniza el poder de la figuración directa que suelen tener las evocaciones nacionales. En la pintura se muestran manos enlazadas con navajas y sangre. También del mismo artista se exhibe la interesante pieza Imagen milagrosa (1974), que en colores pastel retrata al Sagrado Corazón. La sacra figura descubre un pecho celeste, a su diestra y suspendidos, aparecen a manera de Santísima Trinidad: una bandera, una mano y un inodoro. Esta última figura se repite mucho más grande en el extremo derecho del lienzo con salpicaduras de una sangre que lejos está de la de los místicos estigmas. En obras como ésta, es muy clara la presencia de elementos que llaman al mal gusto o kitsch, sin embargo el mismo Guzmán ha declarado: “Ya me catalogaron como posmodernista, y ni siquiera sé con qué se come. Que manoseo mucho todo lo aceptado como kitsch, sin saber que la casa de mis papás estaba llena de todas las cosas que pinto”.
El peso de la religión católica y sus iconos es evidente en la formación de lo que somos y de cómo es que nos vemos los mexicanos. Para los artistas incluidos por la curadora Josefa Ortega, la religión es recreada a partir de una solemnidad teatralmente reconstruida y sobre todo por el humor, como en el caso del óleo Aparición de la papaya (1990) de Javier de la Garza, que retrata a una hermosa tehuana entre nopales, sobre ella el cielo nocturno abraza la milagrosa y lasciva aparición de una papaya abierta cuya aura está formada por una corona de espinas. Sobre este mismo tema destacan las obras Iglesia en Tequila (1997) de Elena Climent, Tercer Misterio (1990) de Néstor Quiñones e incluso El Santo en la montaña, autorretrato, (1971) de Xavier Esqueda. El sincretismo de esta estética complejiza el carácter nacional de la plástica contemporánea. Se trata de neomexicanismos que suponen una vuelta de tuerca a lo popular acompañándolo de la sobriedad histórica y no al revés. La exposición estará abierta hasta el 10 de octubre.

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