San Miguel de los textiles

1913

La mirada de Juanita devela cansancio. La piel de su cara luce marchita a sus 27 años. Mientras charlamos, uno de sus hijos come de manera mecánica, sin dejar de ver las caricaturas. El televisor es la manera de entretenerlo. El más pequeño aprovecha la pausa en la jornada frente a la máquina y le extiende los brazos. Sabe que durante el día no habrá muchos ratos como éste.
Desde los 13 años, Juanita sabe lo que es pasar 10 o 12 horas diarias cosiendo ropa. Trabajaba en un taller textil en el pueblo, pero cuando se casó y llegaron los hijos, hacer prendas desde su casa fue la única opción. Así, ella puede ayudar con los gastos, estar con los niños y “al pendiente de todo: hacer la comida, planchar, lavar”. Si trabajara afuera, dice, no habría quién cuidara de sus niños.
“¿Cuánto te pagan cada pieza?” Luego de hacer una mueca y alisarse los cabellos despeinados, responde: “a ocho. A veces nos traen 250 prendas y hacemos hasta 270, si le echamos ganas y nos pagan como las vamos sacando. A la semana, lo más que gano es 800 pesos. Si le echamos ganas, como mil pesos. Pero tenemos que dejar de hacer quehacer y dedicarnos al puro trabajo, desde las seis (de la mañana) hasta las 10 de la noche”.
Como casi todas las mujeres en San Miguel el Alto, en Jalisco, las de su familia se dedican a la maquila de ropa. Su mamá le ayuda a deshilar. Por cada prenda le pagan 70 centavos. Una hermana cose vestidos al precio de 6.50 pesos por pieza. Otra trabajaba en un taller para la empresa Lorens.
Ese trabajo es casi la única fuente de ingresos para las cerca de 14 mil mujeres que habitan el pueblo. Muchos hombres prefieren que sus hijas y esposas monten su pequeño taller, en vez de salir a trabajar o emigrar a Estados Unidos. Se ha convertido en una tradición que no discrimina edad. A manera de juego, las niñas desde los cinco o seis años hacen sus pininos ayudando a deshilar, doblar puños o cualquier cosa que no requiera esfuerzo.
“Empecé a trabajar en talleres a los 11 años, cuando terminé la primaria, que es lo típico de todas. Mi papá y hermanos decían que para no estar afuera, trabajáramos en la casa, así que nos compraron las máquinas. Yo considero que es lo normal. Creo que el 80 por ciento de las mujeres de aquí nos dedicamos a esto. Hay unas que están en tiendas (de ropa) y tortillerías, pero es una costumbre estar en la costura”, dice Bety, intermediaria entre el cliente y las trabajadoras. Su hija de cinco años, a veces le ayuda con las sudaderas y camisetas que hace.
La producción textil es un negocio altamente redituable. Las calles de San Miguel, con apenas 26 mil habitantes, están llenas de talleres y tiendas de ropa. Muy cerca de la entrada al poblado, la plaza del vestir alberga cerca de 20 tiendas. Marcas como Atlética, Loren’s, Tavitos y Alan Sport, tienen ahí sus fábricas.
El pueblo es parte de un corredor que surte de productos textiles al bajío y el centro del país. Pero no todos estos productos son legales. Muchos talleres podrían estar maquilando ropa “pirata”. Sudaderas y camisetas con logotipos como Aeropostale, GAP o Abercrombie son armadas por las mujeres de San Miguel.
“A mí me traen las telas cortadas. Las compran aquí y las mandan a Estados Unidos para venderlas allá, y hay clientes que las distribuyen en México. Depende de la marca y la etiqueta que pidan los clientes. Es como si tú me dices que quieres 100 sudaderas de estas (con un logotipo), pero sin la etiqueta. Yo te las hago y ya tú sabrás si las vendes como originales o piratas”, asegura Bety, para luego soltar una risita nerviosa.
Raquel Partida, académica del Centro Universitario de los Altos, de la Universidad de Guadalajara, explica que lo fuerte de la clandestinidad de estos talleres es que podrían estar abasteciendo al mercado de piratería en el Distrito Federal, para luego distribuirlo a lo largo de la república. Los clientes piden la prenda con ciertas características, y una vez manufacturada, la compran y la venden fuera del estado.
La cadena de maquila de ropa en San Miguel tiene tres categorías: la más baja abarca a todas las señoras que cosen en su casa. Es un trabajo muy flexible, pero difícil, y en el que menos pagan (entre 800 y mil pesos semanales). La siguiente es la que contrata a las señoras: la vecina o familiar que tiene el conecte con quienes dan la chamba. Algunas también cosen en su casa. Son dueñas de sus máquinas y ganan arriba de mil 200 por semana.
En el tercer nivel está el que pide las prendas. Puede ser un productor directo independiente o tener una fábrica formal y una marca. Ellos dan las telas cortadas, los hilos y prestan las máquinas de coser. Son los que tienen más ganancias.
Loren’s, fabricante de suéteres, pants y trajes de baño que se venden en tiendas departamentales como El palacio de hierro, Liverpool o Sears, y hasta en el extranjero, es una de las empresas establecidas que mandan maquilar sus prendas en talleres o a las señoras en sus casas.
Luis Fernando González, encargado de producción, explica que trabajan de esta manera “a petición de las personas que están con nosotros y que se casan y ya no pueden salir a trabajar y prefieren hacerlo en su casa”. Según el tipo de trabajo que lleve, cada prenda la pagan entre cinco y 25 pesos.
Pero también hay un subnivel. En agosto o enero, cuando se acerca el cambio de temporada, el trabajo sube y las señoras subcontratan a una vecina, conocida o familiar para que les ayude.
Julia es una de ellas. “A veces trabajo cada ocho o 15 días, pero empiezo a las seis de la mañana y termino hasta las 11 o 12 de la noche, cuando les urge el trabajo. No es fijo y te pagan, por ejemplo, una costurita de enfrente, a 30 o 50 centavos”.
Para Partida, estas son condiciones de trabajo precapitalistas. Es un empleo que no se ve, no está registrado en los organismos institucionales del gobierno estatal o municipal. A nivel mundial, este tipo de trabajo lo encontramos en China, Indonesia, Sudáfrica o Brasil, y ha sido legislado en Chile desde 1996, y en algunos países de Asia.

Cerrar los ojos
Todos, incluidos el ayuntamiento, autoridades estatales y empresarios locales, saben que estos talleres permanecen en la ilegalidad, pero a la vez los consideran algo normal y hasta benéfico, a pesar de que las mujeres queden desprotegidas en sus derechos laborales y su seguridad social.
De los más de 26 mil habitantes en San Miguel, sólo 24 por ciento está inscrito en el IMSS. El 64 por ciento de las mujeres con más de 12 años carecen de atención y servicios médicos por alguna institución pública, de acuerdo con datos del Conteo de población y vivienda de 2005. El 53 por ciento de las féminas apenas estudiaron la primaria o la dejaron inconclusa.
“Muchos son clandestinos, porque no están en orden con Hacienda. Muchas casas tienen en la planta de abajo los talleres. De hecho, más de la mitad de la población se dedica a lo textil, que es una de las fuentes principales de empleo, junto con lo ganadero. No tenemos detectado bien los negocios, pero como es pueblo chico, sí identificamos dónde están los talleres o quien hace cuál tipo de ropa”, asegura el director de promoción económica y desarrollo rural del ayuntamiento, Arath Campos Ramírez.
Al cuestionarlo qué está haciendo el ayuntamiento para garantizar los derechos laborales de estas mujeres, el funcionario responde que el ayuntamiento revisa los talleres y pide que se pongan al corriente, para que sean negocios legales.
Asegura que han tenido buena respuesta de parte de los dueños. Aún así, si estos no otorgan seguro social a los trabajadores, “les dan el aguinaldo o les apoyan con gastos médicos. Hasta eso, que los patrones en San Miguel son muy buenas gentes y les echan la mano, porque les entregan producto de buena calidad y la gente es muy trabajadora”.
Dicha dependencia tiene registradas 105 tiendas y 46 talleres legalmente establecidos, pero en realidad son “el triple o cuatro veces más”.
Sin ofrecer resultados concretos, afirma que el ayuntamiento, junto con el gobierno del estado, inició en enero de 2007 un programa de créditos, desde mil y hasta un millón de pesos, para impulsar nuevos talleres y mejorar los existentes.
También la Cámara de la Industria del Vestido ofrece cursos de diseño y patronaje a dueños de talleres. No obstante, esto poco los ha motivado a convertirse en empresas legales. La mano de obra barata es un fuerte atractivo para que empresas establecidas maquilen ropa en los talleres clandestinos, sin dar prestaciones de ley a las trabajadoras.
La presidenta de la delegación Jalisco de dicha cámara, Patricia Valdez, acepta que hay empresarios que recurren a esta práctica y los defiende al opinar que quien lo hace “es hasta cierto punto para apoyar al trabajador, porque una persona que trabaja de esa forma no lo hace más de cuatro horas”.

Las mujeres dicen que trabajan hasta 24 horas haciendo las prendas por poco dinero
De las 150 empresas de San Miguel el Alto registradas en Hacienda, solo 15 están afiliadas a dicha cámara. Según las estimaciones de ese organismo, como resultado de sus visitas al pueblo, podría haber unos 400 tallercitos domésticos atendidos por una o dos mujeres.

“Atractivo turístico”

Más cercano a León o Aguascalientes que a Guadalajara, San Miguel el Alto es promocionado por sus autoridades municipales como un lugar que ofrece productos textiles de calidad y mano de obra para la confección.
Poco conocido por su vocación textil y viviendo a la sombra de Zapotlanejo, que está más cerca de la capital del estado, las autoridades pretenden impulsar más una de las principales fuentes de ingresos para el pueblo y sus habitantes.
La decisión de potenciar dicha actividad es tal, que tienen planeado atraer compradores mediante el fervor religioso. Incluso los talleres de maquila de prendas de vestir serán parte de un recorrido turístico por el pueblo.
La euforia por visitar Santa Ana, tierra de santo Toribio Romo, a unos 20 minutos de distancia, les ha traído beneficios. “Viene mucha gente a visitar a santo Toribio. Se pasan con nosotros y compran mucha ropa. Hasta eso que nos conviene tener un santo”, dijo el director de promoción económica de la alcaldía, Arath Campos Ramírez.
Tal es la derrama económica que les deja su vecindad con el famoso destino religioso, que el ayuntamiento realiza un estudio para cuantificar dichas ganancias y acelerar los trámites para tener su propio santo.
“Vamos a tener nuestro propio santo y eso jalará a más gente. Por ahora es beato. Se llama Reginaldo, pero ya estamos en trámites para que sea santo. Estamos trabajando con el consejo de turismo regional en una ruta cristera. Hasta ahorita todos los empresarios están muy contentos, porque teniendo nuestro santo, podremos invitar a la gente a que conozca las partes turísticas del pueblo”.
Los turistas harían un recorrido para conocer la arquitectura y gastronomía, así como hacer compras, pero también para visitar los talleres, donde según los nativos de San Miguel, producen la ropa de mejor calidad.
Así el “turismo textil” beneficiará a los demás negocios. “Muchas tiendas están en el centro y eso ayudará a los restauranteros, los dos hoteles del pueblo y otros negocios”, concluyó.

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