Salud contra abandono

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A menos de 15 kilómetros de Guadalajara se encuentra El Molino, localidad del municipio de Jocotepec, Jalisco, con alrededor de mil 900 habitantes, en su mayoría niños y mujeres. En esta comunidad de calles empedradas y con menos de 400 casas, son alarmantes los casos de diabetes en jóvenes y adultos mayores, de drogadicción, violencia de género y trastornos psicológicos, como ira y depresión, lo que se suma a las pocas fuentes de trabajo y a la migración.

Ante este cuadro, después de implementar durante cuatro meses un modelo de enseñanza y atención a la salud en otras comunidades pobres de Jocotepec, como San Pedro Tesistán, y en la búsqueda de realizar investigación que genere conocimientos en beneficio de la gente, investigadores y pasantes de medicina, del Centro Universitario de Ciencias de la Salud (CUCS), encabezados por el doctor Felipe de Jesús Lozano Kasten, llegaron hace menos de un año al poblado con la intención de propiciar una cultura de bienestar y enfrentar desde el campo de la salud la pobreza, la desigualdad e inequidad en las que viven sus habitantes.

Un pueblo abandonado
A los problemas económicos y de salud, en El Molino se agrega la inseguridad. Los habitantes recuerdan dos sucesos que los estremecieron: hace casi un año encontraron los cuerpos de dos hombres muertos, y en 2011, en la plaza, un hombre de 45 años fue asesinado, lo que se suma al reciente aumento de robos a casas habitación.

“Muchos vienen, se drogan y quieren hacer robadera en pleno día. En las escuelas se llevan las computadoras y en las casas hasta los tanques de gas, a pesar de que las patrullas vienen y se dan sus varias vueltas al día”, relata Irene Inclán Navarro, enfermera en el único Centro de Salud de esta comunidad.

A Irene “hasta los perros la conocen”, comentan los pobladores, gracias al apoyo administrativo y de tipo comunitario que brinda como agente municipal. “Toda mi vida he vivido aquí. Por eso siento que nos hace falta trabajo, porque los adultos deben salir fuera, a Jocotepec o Guadalajara, al campo o a hacerla de albañiles. Deportes también nos hace falta mucho, y cosas para los adolescentes”.

En el centro de salud de la localidad brindan de 25 a 30 consultas por día y hay un solo médico. Las principales causas por las que acuden los pacientes son diabetes e hipertensión. “Tenemos jóvenes de 25 a 30 años con diabetes, pero también muchas personas con problemas, como depresión e ira. Tienen cifras altas de presión y de azúcar”.

Un proyecto único
Casi 100 personas en El Molino tienen diabetes. Contar únicamente con un centro de salud ocasiona que cada uno de estos pacientes tenga sólo una consulta médica de 10 minutos una vez cada dos o tres meses, por lo que no reciben asesoría nutricional y psicológica para atender su padecimiento crónico degenerativo.

La UdeG, de manera multidisciplinaria, ha buscado colaborar en la resolución del problema, por lo que brinda atención psicológica, clases de cocina nutritiva y actividades físicas por lo menos una vez por semana, en un espacio a un costado de la plaza principal, el cual han adecuado con muebles, una estufa para las clases de nutrición y los aparatos necesarios para ofrecer consultas médicas.

“La diabetes tiene un componente genético, pero también otro psicológico. La gente se deprime y eso demerita su calidad de vida. Pasan meses y dejan de luchar por su bienestar. Además, la diabetes impacta más en gente con este tipo de pobreza”, asegura Felipe de Jesús Lozano Kasten.

La señora Alicia Jiménez López, de 54 años, y su esposo de 62, fueron diagnosticados con diabetes. “Acudía a consulta ni una vez al mes. Cuando llegó la UdeG me dijeron que debo comer, que es bueno que haga ejercicio y voy con ellos para todo lo que ofrecen, para el lavado de manos, para entender lo de los baños secos, pero sobre todo para controlar mi diabetes”, explica la señora.

Una cuadra más adelante vive el señor Pablo Romero Villalobos, de 65 años de edad y 18 con diabetes. “Ya con la Universidad aquí, nos atienden los doctores. Antes, no nos atendían. Yo tomaba una hierba del cerro que me limpia hasta la vista, pero ahora ya sé qué no puedo comer, para cuidar la enfermedad de uno”.

Este esfuerzo se ha fortalecido gracias al trabajo coordinado con el DIF, Servicios Médicos Municipales y el Ayuntamiento, y recientemente fue documentado por Harvard Gazette, publicación oficial de la Universidad de Harvard.

Después de impactar a esta comunidad, el proyecto, en el que trabajan dos profesores titulares y dos pasantes, se trasladará a San Juan Cosalá, también en Jocotepec, donde beneficiará a más de seis mil habitantes. “En un inicio, como lo hemos hecho en las otras comunidades, iremos casa por casa, buscando personas diabéticas. Este modelo lo iremos escalando para enfrentar la diabetes de una manera distinta a como se ha venido haciendo, porque también trabajamos en generarle un expediente electrónico a cada persona”, reiteró el investigador.


La salud empieza por la infancia
En el jardín de niños Nuevo Amanecer estudian 100 infantes de El Molino. En la escuela certificada como limpia, segura y sana, gracias a la implementación del programa “Bien común de la infancia” por parte de los investigadores de la UdeG, los niños han aprendido a lavarse las manos de manera adecuada, práctica que no era común en el hogar de Ricardo: “En mi casa ni me lavo las manos, y en los lugares no hay jabón o toallitas, pero en mi escuela hasta tenemos baños bonitos”, dice el pequeño de cuatro años, mientras frota con jabón líquido sus muñecas y con las uñas talla su palma contraria. Dedo por dedo limpia sus manos y, al final, con una toalla de papel las seca.

Aunque pareciera poco importante, el lavado de manos con jabón y con una técnica correcta es una de las maneras más efectivas y económicas de prevenir enfermedades diarreicas y respiratorias, principalmente en infantes, señala la Organización Mundial de la Salud. No hacerlo de manera frecuente puede transmitir bacterias y parásitos por el contacto directo con otra persona o con distintas superficies.

Ricardo y sus compañeros responden emocionados que han enseñado a sus padres y hermanos cómo lavarse las manos, que cuentan con llaves de agua, jaboneras, toallas de papel, baños secos, mingitorios ahorrativos, que evitan el desperdicio, gracias al donativo de los especialistas del CUCS, quienes también han trabajado en la primaria y en la telesecundaria del poblado, con lo que el 95 por ciento de los estudiantes de El Molino (unos 450) ha sido orientado.

“Estamos trabajando para tener una escuela sana, pacífica y formativa, aspectos donde entran los padres y nosotros como maestras. Se trata de que lo que aprendan aquí se proyecte con su familia, se eviten enfermedades y de que los preparemos para la vida”, relata María Araceli Anaya Díaz, directora del jardín de niños.

Con ello, “no es la técnica de lavarse las manos simplemente, sino que estamos buscando el bienestar. Si la gente y el niño están bien, quiere decir que la comunidad también lo está”, consideró Lozano Kasten, pediatra y miembro del Sistema Nacional de Investigadores, quien explicó que “propiciar una cultura que les genere bienestar, no sólo físico, sino psicológico, es otro de los objetivos del programa”.

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