Saberes fragmentados igual a profesionistas fragmentados

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Al mundo contemporáneo suele identificarse como la sociedad del conocimiento o de la información y esto puede entenderse al menos en dos sentidos: por la abundancia de conocimientos generados en todas las áreas de la ciencia o por el papel central que ocupa tener un raudal de conocimientos para tomar decisiones en el ámbito político, empresarial o educativo.
La sobrevivencia del hombre, a diferencia de otras especies, radica en gran medida en su capacidad de conocer y aprender. Esta cualidad ha llevado a que los individuos, no solamente busquen conocer para vivir, sino procuren saberes concernientes a la diversión, la moralidad, curiosidad y hasta la inutilidad.
Resulta interesante constatar que los saberes superfluos para la sobrevivencia encuentran amplísimos sectores de consumidores, de tal manera que una sociedad que intenta soportar su crecimiento y su futuro en la satisfacción de los intereses de consumo, tiene, al mismo tiempo, en el crecimiento de los saberes un motivo para su incremento.
Tener socialmente más conocimientos sobre todo lo imaginable no está mal. El problema radica en la manera de coordinarlos, de tal forma que quien se especializa en un saber pueda, al mismo tiempo, afrontar las implicaciones de sus saberes en sectores aparentemente distantes a su profesionalización. Por ejemplo, si un experto en turismo elabora un proyecto para atraer visitantes a los bosques de Jalisco, tendría al mismo tiempo que poseer cierta información acerca de la legislación ambiental, las cualidades de la flora y la fauna de la región, la historia y costumbres de los pueblos aledaños, las rutas para llegar al lugar y la seguridad que implica visitar los sitios sugeridos.
De no contar con esta información, se corre el riesgo de que el proyecto de nuestro hipotético experto en turismo se convierta en ficción. Pero, ¿es posible tener acceso de manera profunda a todos esos saberes de índole histórico, sociológico, biológico y legal?
Los sabios de la antigí¼edad, lo constatan sus escritos, incursionaban en muchísimas perspectivas del conocimiento de su tiempo. Aristóteles, por ejemplo, escribe de astronomía, política, psicología, medicina, ética, economía, derecho, arte y biología; pero el saber de su época es incomparable con la superespecialidad que caracteriza a los saberes actuales. Un abogado hoy se especializa en derecho penal, civil, laboral, ambiental, empresarial, etcétera. Los estudiosos de la filosofía se especializan en Hegel, en el libro primero de la República, de Platón, en filosofía de las ciencias o en estética, y de los médicos, mejor ni hablar…
Ahora bien, y recordando el ejemplo de nuestro hipotético profesional del turismo, ¿deberían los profesionistas de hoy ocuparse solamente de la superespecialización a que los obliga su profesión o debieran incursionar con el mismo ahínco en otros saberes implicados? ¿El experto en derecho ambiental, debiera ocuparse solamente de la legislación ambiental o también de nociones fundamentales de biología, agricultura y zoología?
Una propuesta para salvar las limitaciones actuales de las profesiones (especializaciones) se centra en la construcción de saberes de manera interdisciplinar. Esto es: aglutinar profesionales de diferentes áreas del conocimiento en la búsqueda de soluciones a un problema teórico o práctico en el que más de una profesión está implicada. En este sentido, los comités de ética en los hospitales resultan un ejemplo paradigmático (más no plenamente materializado al menos en Jalisco). Dichos comités buscan encontrar solución a problemas de salud pública, los cuales no solamente pueden ser resueltos con los conocimientos de las superespecialidades médicas, en tanto que se encuentran implicadas cuestiones sociales, legales, religiosas, ambientales, económicas y morales. Por ejemplo, la interrupción del embarazo es una práctica susceptible, técnicamente, de ser realizada. Sin embargo no podría ser ejecutada al margen de la consideración de otros factores de orden social.
El recelo profesional produce diálogos de sordos. Hace unos días se reunieron especialistas de diversas profesiones a discutir problemas comunes. En el grupo predominaban los psicólogos, filósofos, médicos y abogados, quienes buscaban acuerdos sobre el aborto, la legalización del consumo de drogas y la pena de muerte. ¡Gran lucha de egos!: los guardianes de la vida y la muerte centraban su punto de vista en lo técnicamente posible; los custodios de la justicia en lo legalmente permisible y los amantes de la sabiduría en lo sólidamente argumentado. Pero antes de prevalecer una voluntad que integrara razón, justicia y salud, despuntó la descalificación al que piensa distinto.
Con el incremento del saber en la sociedad que nos tocó vivir, no podemos ni darnos el lujo de ahogarnos en la superespecialización de las profesiones. El ingeniero no puede desestimar aspectos humanistas, porque su obra repercute en la humanidad, pero el humanista no debe desatenderse de las obras y nociones ingenieriles, porque éstas influyen sobre el presente y el futuro de la humanidad.
De prevalecer la enseñanza de saberes fragmentados, estaremos reproduciendo profesionistas fragmentados y ofreciendo soluciones fragmentadas.

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