Respeta el pene nene

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Este año, el camino a la Feria Internacional del Libro (FIL) es también nuestro camino a Los íngeles, donde el séptimo arte es la artesanía local, es el invitado de honor. Se trata de una ciudad donde el oficio de contar historias es la principal industria, aunque el medio sean dos bandas simultáneas (la imagen y el sonido), y no la palabra impresa de los libros.
Paul Thomas Anderson es uno de esos contadores de historias que la ciudad angelina ha engendrado en su nido de celuloide. PTA —como también es conocido gracias a la manía sigladora de los estadounidense— se dedica a dirigir, escribir y producir películas difíciles y casi perfectas.
Nacido el 26 de junio de 1970 en Studio City y criado en San Fernando Valley, California, PTA creció en el aura de cinematografía de Hollywood, pero lo suficientemente alejado de la cegadora celebridad como para apreciar la buena factura de los clásicos: considera a Martin Scorcesse y Jonathan Demme los más grandes directores americanos; y no debió ser una elección sencilla cuando conoció a Stanley Kubrick en acción, y cuando Robert Altman lo eligió como sustituto ante las aseguradoras para filmar A prairie home companion, en caso de que su salud octagenaria no le permitiera llevar a cabo el proyecto (de hecho murió un par de meses después de su lanzamiento).
Su padre, Ernie, era el presentador de un programa de televisión de horror en el que caracterizaba a Ghoulardi, nombre que tomó PTA para bautizar a su compañía productora. Además, su padre compró la primera video casetera de la cuadra, y su amplia colección de videocasetes fue para PTA lo que para Orhan Pamuk la biblioteca del suyo: el primer gran paisaje del mundo de la ficción. Ese paisaje estaba constituido de toda clase de películas que —sea en la técnica, la narrativa, la imagen, la música o el tema— lo han influenciado profundamente.
Entre esas películas había muchas pornográficas, que pasaron a ser parte de su acervo mental, visual y auditivo tanto como la vieja escuela americana. Ahí los cimientos de Boogie Nights, su segundo largometraje y el primero en tener un rotundo éxito de la crítica, a pesar de lo cual PTA siguió siendo un desconocido más del cine independiente.
Sin embargo, Boogie Nights es una fina sinécdoque que critica a la industria cinematográfica en su totalidad tan sólo tocando las llagas de la industria del cine porno, que en la transición de los 70 a los 80 se corrompió incluso si se juzga desde su propia escala de valores: con el nacimiento del video, el cine porno abandona los cines y el celuloide, ve minadas sus ganancias y traiciona el manifiesto bajo el que trabajaban Burt Reynolds (en el papel de Jack Horner que lo devolvió a los reflectores tras el olvido en que estaba desde Tiburón) y la gran familia de actores y técnicos que dirige como un padre amoroso: su sueño era hacer una película para adultos con una historia tan buena que los espectadores quieran saber en qué termina.
Gracias a Boogie Nights, varios actores saltaron a la primera fila en la veleidosa jerarquía del show bussiness: Julianne Moore, John C. Reilly y Philip Seymour Hoffman forman parte de la otra familia que PTA ha creado fuera de la pantalla. También Philip Baker Hall, Melora Walters y Luis Guzmán han aparecido en casi todas sus películas.
De hecho, el concepto de familia es recurrente. En su primer largometraje Syndney, un apostador profesional pone bajo su ala protectora a un treintañero fracasado, por el remordimiento de haber matado a su padre muchos años antes; y la familia se completa con la bizarra mezcla de deseo y paternalidad que también muestra por su “nuera”, una mesera de casino y prostituta de bajo perfil interpretada por Gwyneth Paltrow, amiga de la infancia de PTA y de su actual pareja, la actriz Maya Rudolph, con quien espera ya a su segundo hijo.
También en Magnolia, la idea de familia es uno de los hilos que mueve y tuerce a los personajes: Tom Cruise es un gurú machista que a pesar de su máxima “respect the cock!” (¡respeten al pene!) termina hecho un manojo de lágrimas al pie de la cama de su padre moribundo, un magnate de la industria televisiva que lo abandonó de pequeño y cuya esposa actual es una arribista arrepentida (Julianne Moore) que intenta suicidarse porque ha llegado a amarlo y le repugna la herencia. Otras cuatro historias se unen al torrente narrativo, que en dos horas y media de largas tomas, planos de simétricos, luz cuidadosa y la música de Aimee Mann, explora profundamente el lenguaje cinematográfico en un retrato de la vida en el Valle, esa periferia angelina donde creció PTA.
Con Magnolia terminó su primera etapa, para realizar luego Punch-Drunk Love, una comedia llena de experimentos que demostró que incluso Adam Sandler es un gran actor bajo su dirección. Pero su verdadero salto a los grandes públicos llegó en 2007 con There will be blood, el único guión no original que ha escrito (también es guionista de todas sus películas), pues se trata de una adaptación libre de la novela Oil! (Petróleo) de Upton Sinclair. Compitiendo reñidamente con la joya de los hermanos Coen, No country for old men (Sin lugar para los débiles) en los Oscar, ganando 56 premios alrededor del mundo sólo por este título, y desdeñando a las nuevas generaciones de cineastas de pupitre.
Paul Thomas Anderson ha demostrado en el cambio de siglo que la vieja escuela todavía tiene muchos clásicos que editar, tijera en mano.

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