Resarcir la memoria

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Sobre una de las mesas de trabajo de la Escuela de Conservación y Restauración de Occidente (ECRO) yace uno de los más dolidos y preciados pacientes. Fue creado en 1865 y el tiempo y el descuido le han dejado manchas, decoloraciones y le han arrancado jirones de su piel hecha de papel. Es un mapa hecho a mano de Pedro González Hermosillo que muestra la disposición urbana de una Guadalajara que también se ha ido deteriorando con los años, y de la que ya sólo el documento atestigua la pérdida de algunas piezas arquitectónicas y de planeación citadina, pero también el antiguo rostro que aún mantiene parte de su estructura general.

Este maltrecho documento es el más viejo de los mapas que la ECRO se ha propuesto restaurar, y que pertenecen a la mapoteca del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades de la UdeG (CUCSH), y a los que se les ha dotado de nueva vida para ser consultados y estudiados por investigadores y alumnos de carreras que centren en ellos su interés.

Lucrecia Vélez Kaiser, titular del taller de restauración de la escuela, y quien está al frente del proyecto para restaurar los documentos de la mapoteca del CUCSH, dice que este trabajo se ha venido realizando formalmente desde 2004, luego de una petición un año antes por parte de la escuela, que siempre pretende que los alumnos puedan trabajar sobre objetos originales, y que derivó en un convenio con la UdeG para el caso.

Hasta la fecha se han intervenido cerca de cuatrocientas piezas entre mapas, planos y cartas postales que están hechos sobre papel, aunque la mapoteca en sí, posee documentos de diversas características y materiales.

Vélez Kaiser señala que lamentablemente muchos de los documentos con que cuenta la mapoteca del CUCSH se encuentran en malas condiciones, no sólo por el erróneo o nulo tratamiento de conservación que en el pasado tuvieron conforme hayan ido pasando por diferentes archivos o resguardantes, sino también porque las condiciones de almacenamiento de la mapoteca no son las más adecuadas para ello.
Asimismo, la restauradora advierte que pese al valor que tienen estas obras, están siendo desaprovechadas, ya que es poco lo que son consultadas por estudiantes e investigadores, aún cuando son una fuente de información de validez histórica.

Cada pieza que se restaura representa un gasto aproximado de quince mil pesos tan sólo en materiales, ya que no se contempla la mano de obra especializada que se efectúa a través de los estudiantes del taller, y sobre quienes, junto a la ECRO, recae la responsabilidad de una labor que requiere de eficiencia y precisión metodológica. Y esto  no sin una profunda investigación de las materias primas que fueron empleadas para su elaboración, así como de su composición, de si los daños que sufrió el documento son físicos, químicos o biológicos, para así determinar cómo se hará su proceso de conservación.

Más allá de cierto mérito estético que tienen los viejos mapas, sobre todo aquellos que fueron hechos a mano o que poseen añadidos ornamentales y de ilustraciones, Vélez Kaiser considera invaluables estos documentos que se han convertido en parte del patrimonio estatal y nacional. Pero también dice que al tener las piezas “en la camilla de operaciones” para resarcir sus heridas, se confronta “la materialidad con la información”, para reflexionar sobre la dedicación que en su momento tuvieron en su hechura, ya fuera para difundir o enseñar, y que pasaron de ser “un bien de uso a un bien cultural”.

Así, Vélez Kaiser apunta la necesidad de que especialistas de diversas áreas, como la historia, la sociología, la arquitectura o la antropología, accedan al conocimiento que se haya vertido en los archivos de la mapoteca, y sepan explotarlo para comprender mejor la realidad urbana y social de la ciudad y el estado.

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