Quizás

Leer, escuchar, contemplar; así surgen muchas preguntas y unas citas sueltas en medio de la pandemia, de los miedos, los duelos y las sirenas de las ambulancias que recorren las calles de la ciudad

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"El lector", retrato de Edmond Maitre.

¿Qué significa escribir hoy, entre los miasmas de esta pandemia, entre los sollozos de parientes que han perdido trabajo, casa y seres queridos? ¿Qué sentido tiene?, ¿qué importancia tiene?, ¿qué valor tiene escribir cuando la locura amenaza todo el tiempo, cuando el hambre amenaza todo el tiempo, cuando la enfermedad está a unos cuantos centímetros de distancia? ¿Cómo hay que escribir cuando todo se ha vuelto tan incierto? ¿De qué hay que escribir cuando la mentira y la insensibilidad, cuando la ignorancia y la barbarie permean en tantos cuerpos, cuando el horror se nos embarra hasta los huesos, cuando la palabra pública, política, está cargada de veneno?

Leer. Hay que leer. ¿Leer qué? ¿Cómo hay que leer para desbaratar tanta ansiedad, tanto dolor, tantas amenazas? ¿A quién hay que leer? ¿Cuáles son esos textos cuyas palabras, cuyas ideas, cuyos pensamientos son más poderosos que los ruidos estridentes de los imbéciles que no dejan de parlotear aquí y allá, aquí y más allá, aquí y en tantas partes? Leer. ¿A quiénes hay que leer? ¿Tendremos la suficiente fuerza para soportar un libro más de una hora, tendremos el ánimo para no quebrarnos luego de padecer tantas ambulancias que no dejan de chillar a todas horas?

Escuchar. Escuchar música. ¿Dónde sentarse para no ver, para no distraerse, para sólo estar con los oídos atentos en las profundidades del sonido, en las abstracciones de ese lenguaje intraducible, entre las figuras de ese ensueño leve que nos enseña a estar en el silencio de Dios?

Preguntas. Más preguntas. Rutas por las que me aventuro al suspenso. Tronche en la nada por un sobresalto. Mi sombra en la mañana. Belleza de un rato a orillas de la tarde. Pensar. Llega la hora de afrontar la fugacidad de ideas, de palabras que atropellan el pecho y la garganta. Otras preguntas. De pronto, por los miedos acumulados durante el día, raspan incomodidades. Estilan dudas ácidas en la garganta. Una tos más dolorosa que nunca. Un pañuelo para secar las lágrimas.

¿Quién distingue el valor de la inteligencia entre todo eso que se dice en redes? ¿Quién puede estar seguro que conoce sobre todo eso que no deja de pasar a cada instante? Nueva cepa de Covid. Diferentes nombres. Diferentes vacunas. Diferentes cuerpos. Diferentes historias. Diferentes condiciones de salud. Diferentes sistemas. Diferentes sociedades. Diferentes informaciones. Diferentes versiones. Diferentes mentiras. Diferentes verdades. ¿Dónde las coincidencias? ¿Cuándo las generosidades? ¿Cómo las semejanzas?

Así comienza el último libro que leí: “Esta también es una práctica de comunalidad. Como todos los textos, éste también fue escrito junto con y a partir del trabajo imaginativo de otros, justo en el horizonte de esa mutua pertenencia al lenguaje que nos vuelve a veces, con suerte, parte de un estar-en-común que es crítico y festivo. Aquí también, pues, su devoción. Aquí su tiempo. Y el nuestro”. Cristina Rivera Garza.

Así inicia otro libro que leí, a otras horas del anterior: “Las obras de arte son como las personas. Hay algunas con las que no te apetece estar, una vez que las conoces. Otras parecen interesantes, pero estás demasiado ocupada y no quieres crearte más compromisos. Siempre podrás prestarles atención más adelante, ¿no? De vez en cuando, te enamoras locamente y te embarcas en una aventura apasionada, hasta que aparece otra persona que te roba el corazón. A veces haces un amigo, y esa amistad crece y se hace más profunda a lo largo de toda una vida”. Marcia Tucker.

Citaría versos o el fragmento de un relato. Citaría uno o dos subrayados de la última novela que atendí exploratoriamente. Pero las preguntas no dejarían de sonar. El presente no dejaría de golpearme la cabeza y el pecho. Podría hacer las preguntas al I Ching y esperar a obtener los hexagramas correspondientes. Podría jugar a comprender las interpretaciones que escaparían de cada uno de tales hexagramas. Podría apagar la computadora y subir a la azotea para contemplar la oscuridad del cielo.

Contemplar. Aceptar el no ser. Asumir el desconocimiento en toda su vastedad. Respirar. Parpadear cada seis segundos. No hacer nada durante un día. Ni siquiera comer. Ni siquiera beber. No hacer nada. Ni siquiera preguntar. Ni siquiera desear. Imposible no respirar. Imposible no sentir la fuerza y el peso del cuerpo. Imposible no pensar. No sentir. Imposible. ¿Qué pensar? “Sólo me interesa pensar lo que no se puede pensar: lo que se puede pensar es demasiado poco para mí”. Ángela Pralini.

Escuchar. Sentir. Ver. Contemplar. Como si todo esto fuera no hacer nada. Ser nadie en medio de tanta muerte, ser nadie entre tanta precariedad, entre tanto dolor, entre tantas mentiras, entre tanta barbarie… No ser y no hacer nada para renacer en alguna madrugada. Quizás.

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