¿Qué hacemos con la ciencia?

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En esta época que los políticos, los improvisados y los experimentados, buscan por todos los medios granjearse la simpatía de los potenciales electores, sorprende doblemente la exhibición de su miopía, que los priva de asumir la ciencia como una prioridad de primer orden, como una urgencia impostergable.
Entre los tres principales pretendientes para ocupar la presidencia de la república, sólo uno se ha animado a proponer la modificación de las actuales estructuras administrativas para crear una Secretaría de Ciencia y Tecnología, aunque su candidato a ocupar la nueva oficina resulta, por lo menos, cuestionable.
Es en este ambiente de malentendidos y omisiones que la Academia Mexicana de Ciencias (AMC) convocó al Encuentro ciencia y humanismo 2012, para explorar distintas respuestas al reto de la producción y gestión de conocimiento.
Las diferencias económicas, educativas y culturales derivadas de aceptar que una nación sea productora de su propio conocimiento o sólo consumidora del conocimiento producido por otros, son diametralmente opuestas. Ahí está Brasil convertido en una potencia científica y tecnológica como muestra. Por eso el documento que la AMC presentó apenas en enero pasado se llama El único camino hacia el desarrollo de México pasa por el conocimiento, que incluye algunos elementos para revertir la situación de abandono de la ciencia en nuestro país: mejorar la calidad educativa atendiendo la formación de los profesores; aumentar los recursos de alto nivel en ciencia y tecnología, con el incremento de la oferta educativa superior, estrechamente ligada con la investigación; priorizar las políticas gubernamentales a favor de la ciencia y la tecnología, creando una nueva secretaría de Estado, y ampliar la inversión en ciencia y tecnología, hasta alcanzar un mínimo de uno por ciento del producto interno bruto.

Investigar, educar… y divulgar
El análisis de la Academia es certero, desde luego; la inversión en investigación científica en México es raquítica. La edad promedio de la comunidad de investigadores es altísima y por lo tanto inoperante. La oferta educativa en ciencia y tecnología de verdadera calidad es insuficiente, pero hay un elemento que se echa de menos en aquella serie de “recomendaciones para el futuro presidente de México”, de la AMC: un enérgico llamado de atención para establecer políticas públicas que impulsen la divulgación científica en nuestro país. Así lo ha sabido notar el recién nombrado titular de la Dirección General de Divulgación de la Ciencia, de la Universidad Nacional Autónoma de México, el astrónomo José Franco: “La divulgación del conocimiento es una de las labores fundamentales para sensibilizar a los ciudadanos sobre el impacto y relevancia de la investigación en todos los aspectos de la vida cotidiana, así como de su importancia en la solución de los grandes problemas del país”.
Resulta apremiante reconocer la divulgación científica como una actividad prioritaria, para facilitar el financiamiento directo para la formación de científicos con capacidad para comunicarse con el resto de la sociedad, de periodistas habilitados para difundir el quehacer científico, para el surgimiento y mantenimiento de museos, publicaciones y programas de radio y televisión que acerquen el conocimiento a la población en general.
Se ha dicho ya que la ciencia es tan importante como para dejarla exclusivamente en las manos y las cabezas de los científicos. Eso lo sabía muy bien el Premio Nobel de Medicina, el argentino Bernardo de Houssay, que afirmaba: “Los países ricos lo son porque dedican dinero a la ciencia y al desarrollo tecnológico, y los países pobres lo siguen siendo porque no hacen esas inversiones. La ciencia no es cara, la ignorancia sí que es cara”. [

*Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica

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