Pintor de llamas

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070615 arte y gente fotos del mural de Jose Clemente Orozco el hombre de fuego en el instituto cultural caba–as. foto giorgio viera.

Clemente Orozco tiene una mirada desafiante. Ni sus gruesos lentes de vidrio disimulan lo que reflejan esos ojos redondos: una personalidad penetrante. Su mirada inquisidora hace un esbozo de sí en pocos trazos.
Las diversas fotografías tomadas al pintor en los años treinta muestran a un hombre fuerte, delgado y nervioso, de mediana estatura, morena cara angulosa. Un hombre con el seño fruncido, como instalado en un disgusto eterno. Una línea delgada traza su boca triste. Sobre el labio superior posa un bigote breve y bien recortado, afilado como brocha.
Imagino que si estuviera frente a él, preferiría evitar esos ojos quisquillosos que no terminan de calificarme. Pero un amigo del pintor, llamado Luis Cardoza, un exiliado de origen guatemalteco y crítico de arte, dice que si no hubiera conocido la bondad, la risa y los ardientes ojillos del artista, se mantendría en la falsa impresión de que Clemente Orozco era una gárgola.
Luis Cardoza afirma en su libro Orozco, dos apuntes para un retrato, que el pintor hablaba quedito y agudizaba la voz cuando quería matizar los conceptos. Le repugnaba la vulgaridad, la sumisión, la verborrea; que le pusieran etiquetas. Cuidaba su tiempo. Visitaba a pocos amigos y pocos le visitaban. Se le veía por las calles de Guadalajara hablando solo, a veces en voz alta, gesticulando y tan aprisa, que iba casi corriendo, con el sombrero puesto al azar, encorvado, el paraguas entreabierto, meciéndose en el antebrazo izquierdo, mutilado.

Autorretrato
A la edad de 62 años, José Clemente Orozco entregó a la revista de Occidente lo que llamó un somero relato de parte su vida, en el que narra las tremendas luchas de un pintor mexicano que desea aprender su oficio y tener oportunidades de trabajar. Veinticinco años después Ediciones Era publicó en un libro su autobiografía.
Orozco nació en invierno, un 23 de noviembre de 1883, en Zapotlán el Grande. Según su horóscopo, era Sagitario y tenía al fuego como elemento.
Relata que salió de Ciudad Guzmán cuando tenía dos años, rumbo a Guadalajara, y poco después partió a vivir a la ciudad de México, para comenzar la escuela primaria.
En la misma calle a la que iba al colegio estaba una imprenta en la que trabajaba el grabador José Guadalupe Posada, quien hacía sus dibujos detrás de una vidriera. Cuando Clemente Orozco lo vio, supo que quería ser pintor: “Yo me detenía encantado por algunos minutos contemplando al grabador, cuatro veces al día, a la entrada y a la salida de clases, y algunas veces me atrevía a entrar al taller. Despertó mi imaginación y me impulsó a emborronar papel con los primeros muñecos, la primera revelación de la existencia del arte de la pintura”, revela en su autobiografía.
A unas cuadras de la imprenta estaba la Academia de Bellas Artes de San Carlos e ingresó a los cursos nocturnos de dibujo. Pero su familia lo visualizaba más como agricultor que pintor, por lo que a la edad de 14 años sus padres lo enviaron a estudiar por tres años la carrera de perito agrícola a la Escuela de Agricultura de San Jacinto. “Nunca me interesó la agricultura y jamás llegué a ser un perito en cuestiones agrarias, pero el primer dinero que gané en la vida fue levantando planos topográficos”.
Muerto su padre, trabajó como dibujante de arquitectura y caricaturista en un periódico para sostener sus estudios en la Academia de San Carlos. Los artistas plásticos de aquella época tenían como líder al pintor tapatío Gerardo Murillo, mejor conocido como el doctor Atl, quien se revelaba contra la colonización artística, ideológica, social y económica de México.

La revolución como tema
Desatada la revolución mexicana en 1910, la idea de exponer en galerías la pintura mexicana para contraponerla a la europea, se detuvo por un tiempo. La revolución era el carnaval en que desfilaban caudillos por las calles y propiciaba numerosas juergas que servían para reclutar jóvenes para el ejército usurpador. Aseveró Orozco: “Se hacían por el procedimiento de leva, todos los varones eran secuestrados inmediatamente y los hombres fuertes eran enviados a las filas guerreras. Yo me vi varias veces en trampas de esas, pero me soltaban al acto por faltarme una mano que perdí cuando era muy joven”.
Aunque en su autobiografía no cuenta los detalles de este accidente, se sabe que fue realizando un experimento con dinamita. Perdió la mano izquierda cuando tenía 16 años.
En 1917 partió a Estados Unidos para dejar atrás la revuelta. Al llegar a la aduana de Texas, le despedazaron más de 70 pinturas que llevaba para vender, con el argumento de que eran inmorales y que manchaban la pureza y castidad de Norteamérica, cuando ninguna tenía siquiera desnudos. Sin dibujos y con poco dinero, partió a San Francisco, donde para sobrevivir pintaba carteles de cine con tres o cuatro brochazos de óleo.
Cansado de esta ciudad partió a Nueva York, donde asistió a bares, fiestas, convivió con artistas y conoció de cerca la vida que se estilaba en esos rumbos. Al poco tiempo regresó a México para iniciar en 1922 el movimiento artístico llamado muralismo.
Los artistas estaban empeñados en realizar tareas en pro de la educación de las masas populares, para incitarlas a la toma de conciencia revolucionaria y nacional.
Los principales muralistas de la época fueron los comunistas Diego Rivera, David Alfaro Siquerios, y Orozco, quienes fundaron un Sindicato de Pintores y Escultores y firmaron un manifiesto que decía: “Repudiamos la llamada pintura de caballete y todo el arte de los círculos ultraintelectuales, porque es aristocrático y glorificamos la expresión de arte monumental porque es de dominio público”.
Orozco en el fondo no comulgaba del todo con las ideas del manifiesto y veía en muchos de sus postulados su inviabilidad.
Orozco pintó en el Colegio de San Ildefonso, en el Museo Carrillo Gil, en la Escuela Nacional Preparatoria y buscó un lenguaje plástico directo, sencillo y poderoso, sin demasiadas concesiones al experimentalismo vanguardista. Plasmó en sus telas el ambiente de los cafés, los cabarets y las casas de “mala nota”. En la mayoría de sus pinturas revela su desprecio a la iglesia católica, una institución “que engaña al pueblo”. Mostró con violencia los rostros carnavalescos de los sacerdotes. Un ejemplo de estas sátiras puede ser observado en el mural Carnaval de las ideologías, en una de las paredes del Palacio de gobierno, en Guadalajara.
En 1927 regresó a Nueva York para exhibir sus pinturas en las afamadas galerías de la ciudad, pintar en universidades y diversos recintos, como en la New School for Social Research, en el Arts Institute de Chicago, en el Colegio de Pomona y en el Darmouth Collage.
En 1932 viajó tres meses por Europa y quedó maravillado de las obras que albergaban los museos. El Greco, Leonardo da Vinci, Monet, Ticiano, el Giotto, fueron algunos de los pintores que más le sorprendieron.
En 1934 se estableció en México. Trabajó murales en la Universidad de Guadalajara, el Palacio de gobierno y el Hospicio Cabañas.
Los murales de Orozco asumen temas universales, comparados con los de sus colegas, que son nacionalistas o propagandistas.
En 1949 murió a la edad de 66 años. Sus restos descansan en la Rotonda de los hombres ilustres.
Orozco era un rayo encarnado en un hombre indoblegable, que amaba a su pueblo, a su naturaleza y costumbres. Se identificaba con sus dolores y zozobras, y lo sirvió a través de su pintura. Octavio Paz lo definió así en su ensayo publicado en Privilegios de la vista II: “Espíritu apasionado, sarcástico y religioso, nunca fue prisionero de una ideología: fue el prisionero de sí mismo”.

Mural en abandono

El 29 de febrero de este año el gobierno del estado de Jalisco declaró oficialmente el “Año Orozco”, por el 125 aniversario de su natalicio (Zapotlán, 23 de noviembre de 1983, ciudad de México, 7 de septiembre de 1949).
La magna exposición de la obra del pintor y muralista que presentarían en Guadalajara (en noviembre), fue aplazada hasta el próximo año por problemas de logística, ya que como afirmó la directora del Instituto Cultural Cabañas, María Inés Torres, mucha de su obra se encuentra fuera de México, principalmente en Estados Unidos.
Este descuido oficial se agrava al ser descubierto hace poco que el mural que ocupa la media cúpula en lo que antes fue el Congreso, ubicado en la planta alta de Palacio de gobierno, sufre un grave deterioro producto de años de abandono.
Este tipo de obras deberían ser reparadas anualmente. Este mural, que contiene el famoso Carnaval de las ideologías, lleva 10 años sin recibir atención. Las sales, así como humedades y la contaminación de la zona han puesto en peligro a uno de los máximos patrimonios pictóricos de Jalisco y de México.

Fuente: La Jornada Jalisco.

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