Pamuk o el museo de la realidad

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La inauguración del Salón literario de la FIL estuvo a cargo de Orhan Pamuk el 29 de noviembre. El audiorio Juan Rulfo estaba rebosante, las sillas no alcanzaron. Un murmullo sordo flotaba en la expectación: tras dictar seis conferencias este otoño, en la prestigiosa cátedra Charles Eliot, de la Universidad de Harvard, bajo el título “El novelista ingenuo y sentimental”, y con el maravilloso antecedente de su discurso de aceptación del Premio Nobel en 2006, queda claro que Pamuk es capaz de pronunciar las más bellas conferencias magistrales.
Pero la escritora española Rosa Montero asumió otra acepción de la palabra “conferencia”, y en lugar de hacer una presentación preliminar, como se estila, el núcleo del evento fue una conversación centrada en el más nuevo libro de Orhan, El museo de la inocencia, que habría de tener una presentación tradicional cinco horas más tarde en el mismo sitio.
Guiado por las preguntas de Montero, Pamuk explicó que a pesar de que esta historia tiene tintes autobiográficos, la presencia del “yo” en su literatura no es como la de Borges, metafísica, sino más parecida a la narrativa del siglo XIX.
Ubicada en el Estambul burgués de los setenta, Kemal se enamora de una prima lejana de clase baja. A lo largo de 30 años colecciona objetos que ella ha tocado para construirse un museo de recuerdos que de hecho Pamuk tiene proyectado en la realidad.
A pesar de haber reiterado que no le gusta hablar mucho de política, contestó a las dudas sobre su seguridad personal en Turquía. “La gente rica de Estambul me tiene miedo porque los critico y me burlo de ellos”. Esto le ha valido amenazas de parte de ciertos grupos fundamentalistas. Sin embargo, dijo que no quiere parecer una persona infeliz. El día a día con sus guardaespaldas no es tan malo: son sus amigos y entienden cuando les pide que no lo abochornen.
Sobre la visión de occidente hacia el islam, afirmó que sin duda acá no se entiende bien, pero sus novelas no son propaganda. Eso no le interesa. “Las novelas deben ser juzgadas por la precisión con que representan la vida”.
Mientras la entrevista se desarrollaba en el presidium, el público escribía sus propias preguntas en papeletas y las edecanes la hacían de “carteros”. Finalmente llegó el turno de los lectores en voz de Claudio López de Lamadrid, director de Mondadori, quien seleccionó algunas y las formuló en el micrófono. “¿Para qué usa las fotos que toma con esa cámara?” Pamuk había hecho varias tomas al auditorio desde su asiento. “Todos los días tomo fotografías de lo que hice y las archivo en discos duros. Así, cuando en unos años me pregunte qué estaba haciendo el 29 de noviembre de 2009, con sólo apretar un botón podré ver cientos de fotos, y ahí estarán ustedes”.
Sobre su relación con la literatura latinoamericana, aseguró que del “boom” aprendió la posibilidad de hablar “de tu propio lejano rincón del mundo usando técnicas modernistas y aún conservando la legibilidad. Sentí una liberación, porque no tenía por qué escribir como Balzac”. Mencionó a Fuentes, García Márquez, Cortázar y Vargas Llosa: “Su éxito me ayudó”.
Le preguntaron sobre el futuro del libro y contó otra vez sus largas caminatas para elegir cada uno de los 15 mil de su biblioteca. Cómo conservarlos cuesta muchísimo dinero. Cifras sobre la industria de la prensa, y la enorme facilidad de comprar las obras completas de Mark Twain por un dólar para el Kindle. Quizás cambie el soporte –aseveró–, pero los libros se seguirán escribiendo.

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