Paco Calderón

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Paco Calderón para todos tiene. En sus cartones sobre política, historia, idiosincrasia de la sociedad mexicana y la noticia diaria, nadie escapa al comentario mordaz y la representación humorística: políticos, activistas, la clase en el poder, los detractores de ésta. Todos.

“Una vez que entiendes la política no le tienes misericordia ni respeto a ninguno; por otro lado, no les tienes tirria porque entiendes su forma de ser; quizá la única tirria es contra los fanáticos o contra los intolerantes”, comentó el caricaturista en entrevista telefónica desde su casa en la Ciudad de México.

Calderón, próximo homenajeado del Encuentro Internacional de Caricatura e Historieta que tendrá lugar durante la FIL, cree en el ejercicio democrático, visto como el espacio donde los bandos confrontan puntos de vista, sacan los trapitos sucios, negocian, discuten, llegan a acuerdos. La caricatura, en este escenario, puede mofarse de uno y otro, incluso de los que han tomado el papel de redentores y faros morales. Es un ejercicio de absoluta libertad que rebasa ideologías, y eso incomoda.

“Yo trato de tocar a aquellos que nadie más toca y que, de hecho, piensan que por tener una serie de ideas muy concurridas están libres de toda crítica o no merecen ser tocados por la caricatura”, confirma.

El muralista José Clemente Orozco —recuerda— también trabajó desde la incorrección política tocando a los intocables en su momento. “En lugar de denunciar, como Diego Rivera, a los conquistadores, a los ricos, a los porfiristas, él pone a los líderes sindicales y a los pseudoprogres, y en su época eso ha de haber causado un escozor bárbaro”.

El caricaturista, Premio Nacional de Periodismo en tres ocasiones y colaborador cotidiano de los diarios de Grupo Reforma, incomoda porque no se afilia a ningún estatuto o mandamiento de la profesión —¿existe o debería existir tal cosa?— ni a ningún compromiso con causa, sector, partido o ala política.

Calderón pisa parejo y hace ruido, aún más, entre quienes claman a favor de la libertad, pero no en pro del humor. “Si la caricatura tiene un atractivo es que se ríe de aquellos que no les gusta que se rían de ellos”.

Al mismo tiempo, Calderón no se ceba con ninguno. Cuando nota, dice, que ya dio en el mismo objetivo un día sí y el otro también se aleja. También un monero comprometido, eso sí, con el trabajo diario y las noticias regularmente poco halagüeñas del acontecer mexicano se agota. Nuestro entrevistado quiere entregar, de vez en cuando, viñetas sobre la fabada u otros platillos, sobre aquellos temas que nadie más publicará, pero que forman parte de la vida y la cultura que compartimos.

“Si no hay otras cosas que llenen tu vida, eres un fanático”, apunta. Y lo dice alguien que a través de su trabajo nos recuerda que las ideologías no son carreteras que deban  de seguirse sin salirse de la pista. Un hombre que prefiere enfrentarse a la prueba y el error que derivan del intercambio democrático a la norma, el rigor, la disciplina que supone la utopía. “Yo apelo a la libertad con justicia y a la justicia con libertad, porque en el fondo no puede haber una sin la otra”.

El homenaje que Calderón recibirá el 5 de diciembre en Guadalajara se suma al premio Moors Cabot que le otorgó la Universidad de Columbia (Nueva York) y a la distinción Humoris causa de la Universidad de Alcalá de Henares (Madrid). El reconocimiento en la FIL, que se acompaña de la entrega de una estatuilla de bronce de La Catrina, premia la trayectoria de un hombre que se ha mantenido en un oficio “extenuante”, como él mismo lo dice, durante los últimos cuarenta años.

Calderón agradece el homenaje desde ahora; se quita el sombrero ante homenajeados que lo antecedieron, como Sergio Aragonés, Helio Flores o Fontanarrosa y postula a uno de sus maestros: Rafael Freyre Flores (Freyre). “Sigue vivo y es otro al que deberían darle La Catrina porque el señor tiene noventa y ocho años, es toda una institución y está entre nosotros”.

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