Nuestro niño terrible: Guillermo del Toro

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Apenas el año pasado pudo estrenarse The strain, una serie de vampiros de los de verdad, “de los que dan miedo”, no de esos personajes infumables y descafeinados que se preocupan más por su apariencia y por la conquista, esos tipos que se untan cantidades de brillantina en el pelo o tienen crisis de identidad. Esta serie que apela al terror en su drama original es autoría de Guillermo del Toro, quien en 2006 se la propuso a la cadena Fox, que la rechazó y en su lugar le sugirió que escribiera mejor una comedia. Del Toro, ante la negativa y la contrapropuesta, se echó a reír y buscó otros cauces para su desmedida imaginación: ese programa piloto años después devendría serie de tres novelas: Nocturna, Oscura y Eterna, y un cómic.

La imaginación me autoriza a perfilar a un cineasta como Guillermo del Toro. Esbozar a grandes rasgos a alguien que conocemos no entraña mayor dificultad: basta con echar un vistazo rápido a su fisonomía o procederes cotidianos. Ahora, hacerlo con otro que es un personaje por todos conocido, tampoco resulta complicado, queda el manido recurso de contar lo que todos cuentan. Por ello es que apelo a la imaginación para desentrañar a este enfant terrible (al modo tarantinesco) del cine mexicano, y quien despuntó en 1992 con su brillante debut cinematográfico, Cronos. La invención del tiempo. Un filme que ya contiene el germen (las obsesiones, las preferencias, las debilidades y las virtudes) de lo que este director ha hecho en lo que va de este siglo: reinventar de algún modo los géneros del terror y el de vampiros. Como si poseyera un laboratorio montado ex profeso para crear esos títeres monstruosos de sus filmes.

Aquella primera incursión en el género del terror con Cronos le daría a Del Toro carta de ciudadanía en un espectro amplio de la cinematografía: el escarabajo dorado que dotaba de vida eterna a quien lo poseyera (el aparato, puesto sobre la muñeca, se adhería por medio de patas a la piel del dueño y le inyectaba un líquido que lo rejuvenecía a cambio de una aversión extrema a la luz diurna y una angustiosa sed de sangre humana) era, en realidad, un mecanismo para hacer germinar el espíritu vampiresco: allí la reinvención, era la antítesis del vampiro actual: un hombre canoso, un viejo anticuario, sin más pretensiones que amar a su mujer y cuidar a su nieta. Sin embargo, había ya un antecedente en este cineasta: su incursión en aquel viejo programa televisivo llamado Hora marcada, serie de terror protagonizada, en su mayoría, por la Mujer de Negro. Del Toro escribiría y dirigiría tres episodios en 1988.

Del Toro es el niño terrible de nuestro cine: tras estudiar durante diez años diseño de maquillaje fundaría su propia compañía: Necropia. Y después de Cronos vendrían Mimic, El espinazo del diablo, El laberinto del fauno y Hellboy, además de su participación como guionista en la serie de El Hobbit y la realización de Titanes del Pacífico. En la mayoría de sus trabajos apela a la imaginación, o mejor dicho, a su imaginación desmedida y a su conocida inclinación por los monstruos y los ambientes negros, tétricos y sofocantes; atmósferas que se apegan a lo fantástico y que tienen a la magia como voz que lleva mano: relojes antiguos, objetos mecánicos, transformaciones, engranajes antiguos que como fuerza centrípeta anidan en el presente, y monstruos, toda una pléyade de monstruos. Del Toro ha dicho que tiene una especie de fetichismo por los insectos, la relojería, los monstruos, los lugares oscuros, las cosas sin nacer. A todo ello se llega, quién lo duda, por vía de la imaginación, nada más.

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