Nathalie Braux

1873

Músico en toda la extensión de la palabra, Nathalie Braux forma parte de los sonidos de la ciudad desde la última fracción de los noventa: en el saxo o el clarinete, como solista, en ensamble o con Sherele, el grupo con el que vino a esparcir el klezmer judío en estas latitudes. Ahora aprende a controlar el fuelle y los botones de un acordeón del que se enamoró a primera vista en un bazar, y del que brotan sus composiciones en dos montajes teatrales en temporada: La casa de Bernarda Alba, una adaptación del clásico de Lorca, y Martina y los hombres pájaro, un guiñol infantil sobre los que se quedan extrañando a sus migrantes.

Enseñar
He dado clases durante mucho tiempo, pero me gustan más los talleres que los cursos regulares, me gusta más enseñar a alguien que ya está interesado que la labor de seducción y convencimiento, aunque ésta también es necesaria. Me interesa compartir lo que sé, pensar que puedo transmitir a alguien una idea que a mí me costó años entender. No sé cómo hay tanta gente egoísta que por el contrario, trata de ocultarlo, ya sabes: los que arrancan las hojas de los libros y guardan en secreto sus fuentes. Yo creo que si algo te parece importante tienes que decirlo, explicarlo; ya si el otro lo trabaja o no, es su responsabilidad.

Klezmer
Yo había tocado el piano clásico entre los ocho y los 18 años, pero luego empecé a tocar el clarinete, y de ahí conocí el klezmer. Alguna vez tomé un curso de música rumana. Así supe quién es Giora Feidman y tiempo después fui a Alemania a conocerlo. En un fin de semana me dio unas lecciones de vida, no sólo de música, de las que no se te olvidan nunca. Por entonces no se tocaba tanto el klezmer, que ahora se ha rescatado mucho en fake books y de oído, como siempre se ha enseñado entre los judíos. Por eso muchos me preguntan esto, que cómo toco klezmer si no soy judía. Lo mismo me decían respecto al jazz, que por qué lo toco si no soy negra. Pero pues, ¿qué no tengo derecho a tocar? Pareciera que uno está obligado pertenecer a una cierta comunidad para hacer tal o cuál tipo de música. Y no. La música es de todos.

Permeabilidad
Me tomó tiempo entrar en la música mexicana. Cuando vine a aquí seguí tocando lo mismo que en Francia. De hecho me negaba en cierto modo a tocar canciones mexicanas: me contrariaba que me las pidieran, si pueden oírlas en cualquier momento y mejor tocadas. Antes de llegar sí quise documentarme al respecto, pero en la biblioteca de la Casa de México en París no tenían realmente nada: sólo un par de recopilaciones de letras de canciones autóctonas. En 2006, al promocionar un disco de composiciones mías, los reporteros me preguntaron mucho sobre la influencia de la música mexicana en mi trabajo, y parecían incluso molestarse cuando les decía que no había tal. Y no la hay de manera directa ni evidente, pero entonces no entendía que los ritmos y los sonidos se te meten en la piel sin que tu cabeza lo sepa. De repente cantas más, bailas más. Ahora escucho que sí hay una cosa un poco latina entrometida en esas composiciones. Es que la permeabilidad no se controla.

Teatro
Mi madre quería ser actriz y mi hermano ha hecho teatro toda la vida, así que de alguna manera corre en la familia. Siempre he querido hacer música para teatro y danza, que es muy distinto a hacer música sola: hay que imaginarse todo, tratar de entrar en ese mundo, sentir, sentir y apuntar para luego ir sacando una armonía, una frase. Luego está la cuestión de los tiempos a los que te tienes que ceñir, porque es un trabajo en equipo y de relación con el texto, la escenificación, la interpretación.

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