Nacho Varela

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Conoce bien el musical y el matemático, pero el lenguaje que ahora tiene su mayor atención es el que se vale de las palabras. A sus sesenta y tres años, Juan Ignacio “Nacho” Varela, ciego desde los siete, contó que hace tiempo decidió darle prioridad a las letras: “Escribí como si no tuviera otra cosa que hacer, lo sigo haciendo”. Sus primeros dos libros literarios —Ay Jalisco no te cuentes y De voces: los mitos de otros sitios— fueron prologados por Fernando del Paso. Publicó también un díptico que contiene Historillas. Andanzas por los bordes de algunos episodios y De la vida “a raiz” [Nacho comenta que el título del libro hace referencia al expresión “a-ráiz”, que se refiere a cuando alguien está descalzo o desnudo]. Mirujeos a la vida común y corriente, es su más reciente libro.

La formación de Nacho como narrador se dio gracias a que es “un lector acérrimo”. Al inicio su experiencia era frustrante porque “no podía leer todo lo que yo quería leer” debido a que la oferta de libros en braille se reducía a los grandes clásicos. Actualmente coordina dos círculos de lectura. Uno de ellos, llamado El color de la palabra, se desarrolla en la Biblioteca Iberoamericana Octavio Paz.

¿Hay literatura en lo cotidiano?
Yo pienso que sí. Hay diferentes propósitos que van más allá del simple relato. Son propósitos de otra naturaleza, más bien en el terreno de lo estético. Depende de cómo cuentes un hecho, cómo lo plantees.

Cuando estoy hablando de algo me interesa comunicar un valor o un goce estético, compartirlo. En mi literatura hay una cuestión que está todo el tiempo presente: la verosimilitud. La verdad tiene un peso específico. Decía Borges que basta con que alguien la diga para que todo mundo sepa que es cierto.

¿Cómo se relacionan la imaginación y los sentidos en tu escritura?
Hay mucho de la narrativa de un invidente. Te puedo hablar de las dimensiones de un lugar, de que oigo que está alto. Puedo hablar de cómo percibo las cosas a través del oído, del tacto y en general de lo que percibo a través de la piel, pero tengo que abocarme a tener también un lenguaje visual. Para eso tengo que preguntarle a la gente. Recurro a un fenómeno que los psicólogos llaman verbalismo. El verbalismo consiste en conocer algo a través de lo que me dicen. Sé cómo se siente un celular pero no sé cómo se ve, me he subido a un jet pero no sé cómo se ve, y menos volando. Más o menos me lo imagino a partir de un modelito o de la descripción. Finalmente la literatura es esto mismo, es verbalismo. Te puedo describir un paisaje hermosísimo chino y tú nunca has estado en China. Es una experiencia indirecta. De alguna manera el verbalismo, que se nos da mucho a los ciegos por razones naturales, está de hecho manifiesto en la literatura.

¿La lectura puede ser una experiencia colectiva?
Es una experiencia personal porque el autor nos dice diferentes cosas a diferentes personas. Lo que es más, a la misma persona puede que le diga diferentes cosas en diferentes momentos. Sin embargo, sí puede haber una experiencia colectiva. Precisamente eso: compartir qué es lo que me dice a mí un escritor, compartirlo con el que está enfrente y que el otro me diga lo que le dijo a él el escritor. Hay un componente en esa dirección: el goce colectivo de la lectura.

Casi al final de la conversación, sonó su teléfono. Respondió. Tras colgar, “Nacho” comentó: “A veces me critican por decir ‘ahí nos vemos’”. Luego de un apunte sobre las palabras y su significado, él respondió: “Hay algunas que ya están tan gastadas que habrá que reinventarlas”.

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