Murakami y la oscura metáfora

1031

A Haruki Murakami le deberás tantas respuestas como preguntas respecto a la vida después de leer su último libro (traducido al español), El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas. Hay que aceptar también que la oscuridad se cierne sobre este libro más de lo que lo hace en el resto de su obra. Murakami no sólo usa la oscuridad como metáfora sino como acción purificadora, y la densidad de las sombras en la narración es proporcional al desarrollo de la historia que mezcla ciberpunk con literatura fantástica.
En este punto es inevitable detenerse a pensar en el orden de escritura, traducción y publicación de la obra de Murakami al español. Su primer libro que pudo leerse en nuestra lengua es, paradójicamente, el menos leído. Se trata de La caza del carnero salvaje y fue publicado por Anagrama. El resto de su obra nos ha llegado gracias el trabajo de Tusquets, con un programa que parece privilegiar sus novelas sobre sus cuentos. Esta reflexión no resulta vana si comprendemos la naturaleza experimental que los lectores habituales del japonés encontrarán en El fin del mundo… Una naturaleza que responde a la búsqueda, eminentemente narrativa, que Murakami ha emprendido dentro del cuerpo de su obra. Primero la poesía de La crónica del pájaro que da cuerda al mundo, después los enigmas, el thriller psicológico, el suspenso, de El fin del mundo… responden a una necesidad literaria por la búsqueda de nuevos escenarios, más reales dentro de la misma ficción. Como si se tratara de una realidad aumentada.
El más reciente libro de Haruki Murakami es una historia doble, la del llamado Lector de sueños y la de un protagonista anónimo que habita un Japón moderno que presencia una guerra por la posesión de la información. Ambos están unidos por la búsqueda de respuestas en mundos herméticos. Ambos responden a impulsos humanos tan naturales como la curiosidad y esa necesidad un tanto irracional por la presencia del otro. Solitarios acompañados siempre de circunstancias y personajes fuera de lo normal.
Mientras que el Lector de sueños busca descifrar la naturaleza de una ciudad amurallada a la que rindió su sombra, su alter ego, quien habita en El despiadado país de las maravillas, inicia una búsqueda de respuestas externas que termina regresándolo al camino del autodescubrimiento.
Los escenarios son distintos. Mientras que El fin del mundo es una representación a caballo entre lo onírico y lo fantasmal. Una atmósfera donde se respira más un ambiente gótico, deudor del Henry James de Otra vuelta de tuerca, y un thriller que devela al fanático de la serie televisiva LOST que Murakami reconoce ser. Están ahí presentes también los personajes crípticos que revelan tanto sus motivaciones como sus capacidades al tiempo que trasladan la acción de la narración. La confirmación, vaya, de la máxima murakamiana de llevar al lector de página en página hasta el final. Por otro lado, en El despiadado país de las maravillas nada es lo que parece ser. Las capas de la realidad ahí se superponen unas a otras, es necesario viajar al subsuelo de la ciudad para conocer los hilos que dirigen la vida de los ciudadanos, que nos recuerda Haruki, no dejan que los misterios de la condición humana interrumpan su flujo vital. Es tal vez el retrato menos costumbrista pero más claro que el autor ha alcanzado de una sociedad japonesa que ha dado la espalda a su tradición animista.
Haruki Murakami, no obstante, no deja traslucir, en este torrente de obscuridad narrativa, un rechazo a dicha condición de posmodernidad de su nación. Es la confrontación de una moral de la autoconciencia, que trabaja en sus extremos vitales, la que se va imponiendo con cada exploración realizada por los protagonistas. Un poco a la manera de una novela de formación entremezclada con una tradición que hace partícipe de la realidad todo aquello que no podemos ver.
El fin del mundo y… representa también una apuesta editorial. Su casa editora prepara la llegada de la anunciada novela 19Q4 (título provisional) que, Murakami promete, será la más experimental de sus obras. Los lectores que han seguido la trayectoria en español del nativo de Kyoto, acostumbrados a sus retratos de hombres solitarios a la búsqueda del amor y la otredad, descubrirán que el autor ha profundizado el nivel de la exploración tanto en lo formal como en lo temático, acercándose cada vez a temas humanos como la soledad, el autoconocimiento y el lenguaje como recipiente del sentido (o sinsentido) de la vida.
El fin del mundo y… fue la novedad más fuerte de la editorial Tusquets durante la pasada Feria Internacional del Libro. Sobre este material, a cuya lectura y relectura se podría dedicar el año, nos recuerda que no hacen falta grandes temas de urgente actualidad para desentrañar el alma humana. No es, sin embargo, una oda feliz, la música tiene una notable ausencia a comparación de otros libros del autor, es más bien una atenta recopilación de todos los sonidos que nos rodean y que nos forman (y deforman) sin que nosotros los tengamos a penas en cuenta. No en vano un científico que merodea esta historia realiza experimentos para manejar el sonido y extraer mediante ondas sonoras, recuerdos de los huesos de los seres vivos. No es incidental que el protagonista se relacione con su realidad más a través de sensaciones acústicas, que de elucubraciones psicológicas.
Haruki Murakami sabe que el Fin del Mundo está ahí, en ese lugar que nuestra conciencia nos reserva para que nosotros mismos nos perdamos, encontremos y salvemos.

Artículo anteriorPrograma de Estímulos al Desempeño Docente 2010-2011
Artículo siguienteEl controvertido aborto