Mr. Magoo viaja a la luna

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Mi vida de lector, como muchas cosas en mi existencia, comenzó tarde, a los 12 años, sin compañía, sin guía, sin biblioteca —propia o ajena—, sin otra cosa que la siempre esperada revista Alarma!, que ritualmente llevaba a casa mi padre a media semana.
Fueron entonces las radionovelas, las historietas, las conversaciones con los ancianos en el campo de labor, y los reportajes de la sangrienta revista, lo que por años pobló y alimentó la imaginación, los sueños y las pesadillas de aquel niño aldeano que fui, hasta la llegada de mi primer libro, una tarde de domingo (de ardiente sol), durante una visita familiar.
Aquel inquietante librito —imposible de olvidar—, lo descubrí hace justo 34 años (en la Semana Santa de 1975); en un pequeño estante se hallaban apenas tres delgados libros, y el que llamó enérgicamente mi atención fue el tercero en la fila. Quizás la sugestiva historia, o tal vez a causa de que el nombre del autor me gustó, fue que elegí De la tierra a la luna de Julio Verne. La historia condensada, directa, entró a través de mis ojos hasta llegar a mi mente, a mi imaginación, y logró influir en mi espíritu.
Torpe como era todavía en la lectura, apenas pude leer ese increíble domingo el primer capítulo. Al final de la tarde, cuando nos despedíamos, le pedí a mi tío el ejemplar. Me lo negó. Entonces por primera vez, el siguiente fin de semana caminé alegre hasta llegar a su casa para poder leer el siguiente de varios apartados.
Algunos meses después, en ese mismo prodigioso año de 1975, mi padre nos compró una televisión Volvo (de blanco y negro todavía), logrando convertir al aldeano niño en un ser tecnologizado. Y de no haber sido porque una tarde de tele me tocó en suerte ver una serie de dibujos animados en la que se contaba la historia de Julio Verne, quizás se hubiera perdido la incipiente inquietud de lector nacida en mí. Fue una sesión maravillosa, pues ocurrieron varios acontecimientos en mi vida.
Supe de la importancia de los libros en su totalidad, al saber que Mr. Magoo, aquel petiso pelado y cegatón, ácido bromista y con mucha suerte, tomó el papel del francés Michel Ardan, de la novela de Verne, y consigue viajar hasta el mismísimo punto luminoso de la luna, dando un gran impulso al lector que había nacido en mí. Desde entonces, Mr. Magoo se convirtió en mi profesor de literatura.
Al viejo Magoo le debo haber leído, entre muchos otros libros, Frankenstein, (de Mary Shelley), Robinson Crusoe (de Daniel Defoe) y La isla del tesoro (de Robert Louis Stevenson), obras maestras que han regido todo cuanto he escrito hasta ahora, pero que resultan imposibles de superar o llegar a sus alturas, no así al disfrute que todavía siento cuando acudo a ellas y me vuelven a sus espacios y a mi niñez.
Me han venido estos recuerdos fundacionales (parecidos al caldo de cultivo), porque leo la noticia de que el creador de Mr. Magoo ha muerto a los 92 años, de quien sabía muy poco, pero el diario El País (en una breve nota del 17 de marzo, extraída de la agencia EFE), me ofrece la rápida información:
“El escritor y guionista Millard Kaufman, creador del pintoresco personaje animado Mr. Magoo, falleció en Los íngeles a los 92 años víctima de un fallo cardiaco, según informó hoy la prensa local. Kaufman había sido candidato a un Oscar en dos ocasiones por los guiones de Hombres de infantería (1953) y Conspiración de silencio (1955) aunque será recordado por el famoso dibujo animado Mr. Magoo al que dio vida por primera vez en Ragtime Bear (1949) junto con el director John Hubley. El escritor, que se convirtió en novelista a los 90 años con Bowl of Cherries, falleció el pasado sábado día 14 en el hospital Cedars-Sinai…”.
Ha sido una distracción de mi parte no haber indagado sobre el creador de Mr. Magoo en tantos años, y me lleva a una reflexión que considero importante, al menos para mí.
A los lectores que sobreviven en los tiempos actuales, a aquellos que comenzaron con las radionovelas, las historietas, las revistas de horrores como Alarma!, nos ha sido permitido vivir de las migajas de la cultura, y hemos tenido que alimentarnos de ello, debido a que el Estado (mexicano y durante varias décadas), no ha tenido la capacidad “ni la voluntad política” —como se dice ahora—, ni mucho menos la inteligencia para ofrecer a la sociedad una verdadera educación no solamente en el campo de la literatura, sino en casi todas las ramas del árbol que componen y sostienen la vida de los seres humanos… En tal caso ha dejado al azar el que las personas se formen, se eduquen y posiblemente logren ser lectores de libros, de obras musicales de calidad, de materiales de historia y, en todo caso, alcancen tener alguna vez una lectura profunda y clara de la realidad que se vive.
Hasta ahora el gobierno no ha tenido sino descalabros en su “esfuerzo” por hacer de México “un país de lectores”. Para fortuna de algunos han existido seres bondadosos y plenos de inteligencia como Millard Kaufman, quien a través de su alter ego Mr. Magoo (que bien podría compararse con los apócrifos personajes de Antonio Machado: Juan de Mairena y Abel Martín), han sabido ofrecer, dentro de la decadencia de la cultura del mundo, la seducción para intentar brindar momentos de reflexión desde la sátira y el sarcasmo y el fino humor, y enseñarnos de algún modo que existe un mundo aparte y más rico fuera de la pobrísima cultura oficial.
Reivindiquemos, entonces, al viejo maestro Magoo, y también a su creador Millard Kaufman, ahora que se ha escapado de este mundo con la misma sapiencia y humildad con la que existió.

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