Mercedes Monmany. La última frontera

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Foto: Selene Tejeda

En El jardín de los senderos que se bifurcan, Borges plantea un libro que es al mismo tiempo un laberinto, donde la ficción, en lugar de elegir o eliminar posibilidades, opta por todas. Esa imagen de un libro que represente los diferentes círculos y vericuetos de la realidad, de la vida, muy bien se puede aplicar a la más reciente obra de Mercedes Monmany. Por las fronteras de Europa, es un recorrido por la cultura y la literatura del Viejo Continente del siglo XX y principios del XXI a través de más de trecientos autores de diferentes espacios geográficos o países.

Una summa, como la define en la introducción del libro el escritor italiano Claudio Magris; un canon, me dice Gabriel Gómez (académico del Departamento de Estudios Literarios de la Universidad de Guadalajara) quien, este martes 30 de agosto, presentará la conferencia “Paraísos e infiernos en las literaturas europeas del siglo XX”, que Monmany dictará como parte de la Cátedra  Latinoamericana Julio Cortázar en colaboración con la Cátedra de Humanidades Primo Levi, ambas del CUCSH.

Pero en esta construcción laberíntica, en este dédalo de fronteras y caminos entre el bien y el mal, Mercedes no es ningún aduanero, ni Cancerbero o Minotauro; es, como dice Magris en el citado prólogo: “Una guía del universo de la literatura, compuesto, como el de Dante, de infiernos, purgatorios y paraísos; una guía salvífica y propensa a acoger mucho más que a rechazar, más próxima a Beatriz que a Virgilio. Resulta un placer perderse y reencontrarse con ella en estos laberintos de historias, palabras y destinos”.

Así, dice Gabriel Gómez, para la ensayista española (nacida en Barcelona en 1957), “las fronteras de Europa son una paradoja —brexit aparte—, pero la idea en realidad es que Europa es una cultura única y que la frontera la marcaría la lengua, en todo caso, y las costumbres, y que a través de los libros estas fronteras se derriban”.

De hecho —cuenta divertida en entrevista—, tiene un teoría sobre estas divisiones culturales, y que se reflejarían en el tipo de alcohol que consumen: los del sur de Europa, con la visión ligera y alegre del vino; el centro-occidente y parte del norte, con la pesadez y complacencia de la cerveza; el este la melancolía, la mirada vidriosa, del bebedor de vodka.

En cambio, la visión de Mercedes siempre es clara y certera; y en esto coinciden Gómez y Magris: en que posee una mirada de halcón, que le permite detectar “frases que uno como lector deja pasar, es muy certera en su juicio, en su mirada, y con dos páginas te define un autor”, dice el académico.

En tu libro presentas muchos autores de la Mitteleuropa y que abordaron guerras, Holocausto y persecuciones. ¿Ubicas en éstos, esta tendencia entre Paraíso e Infierno que es objeto de Tu próxima conferencia? O Te refiereS más bien a autores que explícitamente abordan esa temática en sus libros (viendo el título de la cátedra uno piensa de inmediato en Bajo el volcán de Lowry, por ejemplo)…

Sí, podría ser perfectamente un homenaje a Bajo el volcán de Malcolm Lowry, un autor que me gusta muchísimo. Pero en este caso habría que remontarse a Dante y la Divina Comedia. Me dio la idea para el título precisamente el prólogo que escribió Claudio Magris para mi libro. Y es justo así, aplicado a cualquier época: la vida, y por extensión esa especie de segunda vida representada por la literatura, está compuesta por círculos que se suceden, por un viaje continuo que nos lleva, como a Dante y Virgilio, desde el Infierno hasta el Paraíso y sus “perpetuas flores de la alegría perpetua”. Pero también, efectivamente, en una buena parte de este libro, y de muchos de mis escritos, he trabajado de forma casi permanente escritores que abordan en sus obras, de forma magistral, la terrible experiencia de la guerra, de las persecuciones raciales o políticas y, más particularmente, esa catástrofe inconmensurable que fue en Europa el Holocausto. Sobre todo ello trataré en mi conferencia.

¿Es la guerra y el Holocausto, una temática, un parteaguas, que marcó profundamente la literatura europea del siglo pasado?
Es un tema que marca un antes y un después no sólo en el campo de la literatura sino en la historia de la humanidad. Y, de forma muy concreta, la historia del continente europeo. El Premio Nobel Imre Kertész dejó escrito que el hecho abominable del Holocausto, de la Shoah, sucedido en suelo europeo, ya no podría ser nunca separado de la “narración europea” en su conjunto. Ese hecho monstruoso, como tantas veces se ha dicho cercano a lo inenarrable, ese género literario atroz que nunca tenía que haber existido, tiene hoy sus maestros indudables. Para mí son sin duda Primo Levi e Imre Kertész. Pero hay otros muchos que, desde distintas perspectivas, son igualmente de lectura obligatoria, fundamentales.

Ya sea desde el campo del ensayismo o el memorialístico, hasta incluso la poesía como es el caso de Paul Celan. Pero hay otros muchos magníficos: el recientemente fallecido Elie Wiesel, el israelí Aaron Appelfeld, el rumano Norman Manea, o el polaco Tadeusz Borowski, por cierto sólo algunos.

¿Qué tan importante es en la cultura y por ende en la literatura europea la frontera y sobre todo el concepto de frontera?
Es un hecho muy importante. Generacionalmente, por ejemplo, yo nací en una Europa con fronteras físicas, reconocibles. Me acuerdo perfectamente de los pasos fronterizos, con guardias de cada país en un lado u otro, comprobando los pasaportes. Mi familia, y yo misma por añadidura, estamos marcados por el hecho de la frontera. Y en cierto modo el título de mi libro es un homenaje a esa infancia que atravesaba fronteras sin cesar y que percibía diferencias, pequeños matices distintos. Por encima de ellos, por supuesto, la lengua: nada más se ponía el pie en el otro lado, la lengua nos separaba a unos de otros. La familia de mi madre es francesa. Yo vivía en Barcelona con mi familia y a menudo iba a visitar a mi abuela que vivía justo al otro lado de la frontera. Durante generaciones mi familia francesa había sido propietaria de agencias de aduanas y este hecho, el cruzar mundos distintos continuamente, me obsesionó desde siempre. Me proporcionó una enorme curiosidad, como supletoria a la normal, por profundizar en la diversidad, en circunstancias políticas e históricas, en literaturas, lenguas y culturas distintas a las de mi país. En dar a conocer, en la medida de lo posible, esa fascinante diversidad.

Magris en entrevista hace dos años me dijo que en la vida continuamente estamos cruzando fronteras. ¿Es entonces un concepto que va más allá de lo geográfico?
Por supuesto. Para mí Claudio Magris, y eso es una de las cosas que desde el principio, biográficamente, más me unieron a él como pensador —aparte de mi enorme admiración por su obra— es que ha reflexionado mucho sobre ese hecho primordial que es la frontera. Él nació en una ciudad de frontera, Trieste, es algo que marca mucho, no sólo la vida personal y cotidiana, sino el pensamiento de una persona, sea un intelectual o no. Se tiene otra percepción mucho más abierta y tolerante del mundo, se sabe de los peligros que entraña cruzarlas, pero también de la necesidad de abolirlas. Sobre todo sirve para erradicar lo que él ha llamado “la idolatría de la identidad”, de la pertenencia. Las fronteras son, simbólicamente y de forma real, mundos mucho más mezclados, más permeables, que aceptan con más facilidad y naturalidad lo diverso. Yo me crié en tres lenguas (castellano, catalán y francés) y eso me marcó sin duda de forma especial, en mi marcado europeísmo.

¿Es, de alguna forma, también la separación entre infierno y paraíso, vida y muerte, bien y mal, una frontera?
Desde que nacemos sabemos que siempre estamos atravesando fronteras, que recorremos un viaje incesante y fascinante por ellas: las distintas edades del ser humano, las fronteras del conocimiento que se amplían sin cesar, las fronteras morales, del bien y del mal. Unas veces marcadas por la religión, por la fe de cada uno, otras por un sentido de la ética, la justicia y valores humanos. O de todo ello junto. Por fin, siempre se llega a la última frontera, la más democrática, la que nos espera a todos por igual.

Ese viaje irremediable “hacia lo oscuro” que tiene que atravesar el ser humano.

Eres una firme europeista. A través de su libro qué haS ido descubriendo y qué idea podemos hacernos de la cultura de Europa: ¿una fragmentada e irreconciliable, marcada por las fronteras, o una con peculiaridades y al mismo tiempo muchas coincidencias, trasfondos comunes… unida, en cierto sentido, por las mismas fronteras?
Mi libro lo presentaron en Madrid dos amigos muy queridos. Enrique Barón (expresidente del Parlamento Europeo, un lector excelente), y Enrique Vila-Matas. Vila-Matas citó una frase de Umberto Eco con la que no puedo estar más de acuerdo: “La lengua europea es la traducción”. Lo que nos une y nos separa en Europa precisamente es eso: la diversidad. Algo para mí siempre muy estimulante, un reto que me atrae siempre, más y más. Nos une una cultura común europea, por otro lado, y eso es visible en los museos, en la arquitectura, en los valores compartidos. Pero nos diferencian también muchas otras cuestiones, no sólo las lenguas: procesos históricos, guerras, batallas, invasiones de otros tiempos. Afortunadamente hoy las circunstancias son otras. Estamos en una Unión europea. Fue el sueño de otros muchos que nos antecedieron y por lo que clamaban, en épocas de fanatismos y guerras, cuando nadie los escuchaba.

Ese es el caso de Stefan Zweig, que subtituló su libro de memorias como “Memorias de un europeo”. A ellos se lo debemos.

 

CONFERENCIA MAGISTRAL

“Paraísos e infiernos en las literaturas europeas del siglo XX”. Mercedes Monmany. Paraninfo Enrique Díaz de León
Martes 30 de agosto, 18:00 hrs. Entrada libre

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