Menos crepúsculo y más oscuridad

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Sombras en un cruce de caminos, príncipes de tierras olvidadas y de guerras perdidas, empaladores y reinas sangrientas, seres hermosos, marmóreos y de ojos grises que nos recuerdan lo terrible y lo bella que puede ser la vida sin el concepto de mortalidad. Son los predadores del miedo, de la vida, los transgresores por excelencia. Sus historias ejemplifican la necesidad humana de desear e imaginar, en las horas más profundas de la noche; un poder oscuro que no se debe obtener: el de no temer a la muerte, aun cuando se olvide la belleza de la luz.
Se antojan sabios y bellos estos seres antinaturales que han acompañado a nuestra imaginación desde que el mundo fue mundo, desde que las primeras civilizaciones de Oriente soñaron con dioses hambrientos de sangre y hombres deseosos de poder divino. Son los demonios angelicales que se acuestan con la muerte a cambio de la vida eterna.
La figura del vampiro ha sido el catalizador de las obras de horror y terror más importantes de la literatura y el cine. Habrá quienes no sepan que Frankenstein era en realidad el nombre del creador, y no el de su criatura; habrá quienes ignoren que a los licántropos les crece más rápido la uña del pulgar de la mano izquierda, pero todos saben que el vampiro vive de sangre, que marca el cuello y que a veces infecta con sus colmillos a la víctima; que es fuerte, veloz, deseable y temible a la vez. Su mito es, sin lugar a dudas, el más viejo, el más constante y el más temido en casi todas las culturas que veneran el poder vital de la sangre.
Déjame entrar (2008), película del director sueco Tomas Alfredson, decide revivir el mito del vampiro, una de las formas más hermosas que jamás se han narrado en el medio. La cinta adapta el guión escrito por John Ajvide Lindqvist, autor de la novela que lleva por título Lí¥t den rí¤tte komma in (Deja al indicado entrar), cuyo sentido se remite a una vieja leyenda europea que asegura que el vampiro no puede transgredir un hogar, a menos que el dueño lo deje entrar por voluntad propia, ora gustoso de su compañía, intrigado por o hasta enamorado de él.
La cinta compite lado a lado con otras que en el pasado trataron de ganarse el título a la mejor película de chupa-sangres de todos los tiempos, y poco le pide a producciones como Nosferatu (1922), de Murnau; Drácula (1992), de Bram Stoker; la invención de Cronos (1993), de Guillermo del Toro; la Entrevista con el vampiro, del demeritado Neil Jordan y Blood; El ultimo vampiro, de Hiroyuki Kitakubo.
Déjame entrar narra la historia de Oskar Ericsson, un niño sueco de 12 años, que vive en el recién construido suburbio de Blackeberg, donde es constantemente abusado por sus compañeros de clase. Poco después de haber empezado el sexto grado, Oskar se amista con su nueva y excéntrica vecina: una extraña, pálida y andrógina niña llamada Eli, quien en verdad resulta ser una despiadada pero amorosa criatura de 200 años de edad. La amistad de Oskar con Eli no carece de sangre, dolor, mujeres en llamas, besos inocentes y ventanas tapiadas, pero a pesar de su violencia nos recuerda todos los romances góticos de la literatura decimonónica, sin dejar de lado la esencia de la historia que narra: la de un casi adolescente en busca de su identidad y el hecho de que ésta bien puede encontrarse en la venganza y el asesinato.
Situada en un género al cual le hacía falta un respiro, Déjame entrar es una bocanada de aire fresco, que inspirará a muchos otros creadores de horror a volver al lado oscuro del camino. Lamentablemente, al igual que un vampiro infecta la sangre de sus víctimas en el “abrazo”, el lóbrego mundo cinematográfico de los hematófagos ha sido recientemente contagiado por innombrables producciones que han manchado la reputación que este género se había construido en los ‘90, y los filmes de vampiros han quedado relegados a la sección más burda de la cartelera de cine.
Filmes desafortunados como Crepúsculo (2008) —dirigida por Catherine Hardwicke y con una historia basada en el primer best-seller de la saga de Stephenie Meyer—, La reina de los condenados (2002), Drácula 2000 (2000) y el bodrio conocido como Vampiros: los muertos (2002), producida por el otrora maestro del terror Wes Craven y estelarizada por Bon Jovi y Diego Luna, han sido los causantes de que las nuevas generaciones tengan una imagen pútrida y cursi de un ser atractivo y exquisito como lo es el vampiro.
Por sacar de su tumba a un género imprescindible para el cine; por darle vida nueva a una novela digna de darse a conocer; por revivir la esperanza de todos los fanáticos de películas de vampiros; por retomar las reglas clásicas del vampirismo literario y simplemente por narrar una historia digna de ser clasificada verdaderamente como “de vampiros”, la ya ganadora en el festival cinematográfico de Tribeca, Déjame entrar merece todos los laureles del horror este año.
Lamentablemente para los fanáticos vampíricos de Guadalajara, la fecha de estreno en la ciudad es aún incierta, así que será mejor empezar a cazar su aparición en DVD.

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