Martha Pacheco: La emoción de la muerte

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En su estudio, donde es visible una pintura a medio terminar de un cerebro expuesto, frente a una mesita repleta de pinceles y pinturas, Martha Pacheco, vestida con pantalones tipo mezclilla y una camiseta negra, habla de la violencia que reina en el país, de su niñez, su adolescencia y su trabajo como profesional de las artes plásticas.
Ella deja muy en claro que no pretende alimentar la violencia con su obra. “Mis pinturas y dibujos sólo presentan la realidad, mas no generan violencia”. Una frase que coincide con el pensamiento de otro pintor, Francis Bacon, quien alguna vez también dijo: “Mi pintura no es violenta; es la vida la que es violenta”. Sin embargo Pacheco sí sitúa la degradación del país a partir de este conflicto entre el Estado y el narcotráfico.
Para la artista los límites entre la locura y la cordura existen, pero ante esa guerra que calificó como estúpida, “uno piensa: ¿cuál asesino serial? Un sujeto así no tiene el tiempo para matar a tantas personas. No he querido ir al Servicio Médico Forense [Semefo]. Temo enfrentarme a una realidad muy fuerte que tal vez no resista, quiero esperar un tiempo. Por lo pronto no quiero ver cadáveres”.
Poner fin a la violencia es para la pintora tapatía algo complicado. “El país se ha metido en una espiral que tiene inercia. No me hago muchas ilusiones en torno a la idea de que el arte pueda terminar con el problema. Por lo menos el dibujo, escultura y grabado no considero que tengan esa capacidad. Si acaso la literatura o el cine documental ayuden. Para mí todo es tan cenagoso. Si una persona se propone un cambio pequeño en la vida implica un gran esfuerzo, es más complicado cuando se habla de una sociedad”.
La pintora es una persona muy de su casa. Incluso no acostumbra ir con frecuencia a exposiciones. “No salgo, me da miedo hacerlo por las noches. Tengo una fantasía muy fuerte sobre la realidad, pero creo que no ando tan perdida. Vivo una vida tranquila, algo atomizada, aislada, con un caparazón”.
Dos de los grandes temas en sus pinturas y dibujos son la locura, en base a pacientes psiquiátricos en situación hospitalaria extraordinaria, y los muertos. Su serie más reciente Siete voces para una autopsia, fue hecha a partir de fotografías de autopsias.
Martha Pacheco nació en 1957. Estudió Artes plásticas en la Universidad de Guadalajara. Ha expuesto en galerías y museos de esta ciudad, así como en Distrito Federal, Monterrey, San Francisco, Houston y París.

¿Desde cuándo tomó plena consciencia de sus aptitudes para el dibujo y la pintura?
Yo dibujaba desde pequeña, sobre todo personajes de caricaturas, además hacía mis propios juguetes con plastilina e inventaba historias. Recuerdo que estaba en la primaria, me gustaban las figuras de plastilina porque las podía mover. Entonces si quería hacer correr a un animal movía sus patas. Me di cuenta de cómo caminaba un perro, un caballo, que las patas no son simétricas y que no se mueven igual las delanteras y las traseras. El dibujo me hizo muy observadora para encontrar los mecanismos de las cosas.
Cuando tenía doce o trece años me di cuenta que podía trabajar el dibujo y el color, pero dejé un poco todo eso. Entraba a la adolescencia, experimentaba cambios, entonces me la pasaba como las demás chiquillas haciendo desmadre inocente como mojar a la gente en la calle y otras travesuras.

¿Cuándo recibió su primera crítica por un dibujo?
Cuando era niña. Desde entonces me llueve. Recuerdo que dibujé un perfil y me pareció muy parecido a mi maestra de kinder. Se lo enseñé. Ella me indicó que lo mostrara a mis compañeras. En eso estaba, cuando volteó una niña y me dijo: “¡Presumida!”. Recuerdo que me fui muy agí¼itada a mi lugar. Me senté y ya no mostré el dibujo.

¿Qué más dibujó Martha Pacheco?
Caballos, me llamaban mucho la atención. Son animales hermosos, fuertes, veloces, uno los puede montar. Yo no tuve caballos. Yo no fui niña rica. Crecí cerca de Santa Tere. Enfrente de la Clínica 2 del Seguro Social.

Cuando estaba en la secundaria, ¿cuáles materias le gustaban?
No me gustaba nada. Sólo dibujar. No sé cómo pasé física, química, español. No era una estudiante aplicada. Más bien regular.

¿Recuerda algún detonante que la motivara a pintar y a dibujar?
Mi mamá tenía enciclopedias de arte y de conocimientos generales. En cierta ocasión, no tengo muy claro el recuerdo, por lo tanto no aseguro que sea muy veraz, vi una obra de Leonardo da Vinci que incluía un conejo. Me emocionó tanto que dije: “Yo quiero hacer esto”. También veía esculturas que me impresionaban como las de Fidias, y la hecha por Hagesandro, Polidoro y Atenodoro, pertenecientes a la Escuela Rodia, Laocoonte y sus hijos, ésta representa un hombre salvando a sus hijos de unas serpientes. Las contorsiones de los cuerpos y el erotismo ahí plasmado son muy fuertes. La escena no es erótica, pero la forma del tratamiento sí. En pintura me gustaba El Hombre de Fuego, de José Clemente Orozco y La Virgen de las Rocas, de Leonardo da Vinci, además disfrutaba memorizar los nombres de los artistas.

¿A lo largo de su vida profesional han existido momentos donde usted cuestione su trabajo?
Ha habido momentos en que estuve bloqueada y no podía hacer nada. No sé si será el miedo a la muerte, porque constantemente veo imágenes que corresponden a finados y éstas no son fáciles de observar. La sangre es muy fuerte, en ocasiones provoca un efecto hipnótico. O se tiene un rechazo total o hay cierta fascinación al verla. Eso para mí fue muy patente en una de mis exposiciones. Yo observaba, había gente con un cierto brillo en los ojos y sonriendo. No sé el porque de esas reacciones, debe haber explicaciones psicológicas, pero creo que logré trasmitir lo que yo sentía en cierto momento, cierta atracción, pero a la vez, cuando uno reflexiona dice: “Este señor no la pasó nada fácil”, entonces llegan los cuestionamientos y también se siente mal una. Creo que toqué un punto que a todos nos atañe. Toda una forma redonda que abarca muchas emociones, recuerdos, sensaciones y la proyección al futuro. Claro, no significa que todos vamos a pasar por el Semefo, pero sí vamos a pasar por la muerte.

¿Qué temas tocaba cuando comenzó su carrera?
Entre 1981 y 1982 empecé con dibujitos en tinta china y papel bond, de los que por cierto no conservo ni uno, los hacía con los dedos y hacía mis canuteros de madera. Daba formas de caras, cabezas, ancianos, pero todos con un punto de coincidencia. No se les veía la parte de arriba del cráneo, ni el pelo, era como abierto. Ese tipo de dibujo no me gustó.

¿Qué obstáculos tuvo que enfrentar al trabajar con enfermos mentales y cadáveres?
En la Unidad Asistencial para Indigentes [UAPI] fue menos complicado conseguir las fotos, no tuve muchos obstáculos. Quise tomar fotos en El Zapote, pero no pude, los doctores no querían. La realidad ahí es más terrible que con los indigentes.
Para obtener fotos de cadáveres fue muy difícil. Yo me tenía que ir a la Ciudad de México donde tenía un contacto. En Guadalajara se pudo hasta el último proyecto. El doctor Mario Rivas Souza me dio permiso y facilitó el que yo trabajara. Yo le expliqué lo que quería hacer. Le entregué una carta. Mi trabajo para mí es muy serio.

¿Por qué quiso pintar enfermos mentales?
Me di cuenta de que en los hospitales psiquiátricos hay una concentración muy fuerte de emociones. También hay mucha miseria. Los pacientes no tienen dinero ni para comprar un cigarro, pasan carencias muy fuertes. Hay personas que ahí llevaron a sus familiares y éstos no muestran interés en sus enfermos, el abandono en que los tienen es muy grande.

¿Por qué decidió pintar muertos?
Empecé a pintar cadáveres como un antídoto. Sucedió algo muy fuerte en mi vida que prefiero no contar y para no sentir tan feo me vacuné, pero a pesar de los años que tengo pintando muertos el miedo a la muerte no se me quita.

¿Qué es para usted la vida y la muerte?
La vida es el cielo y el infierno, es de todo. Desde lo bello hasta lo muy espantoso y la muerte es la nada. Para mí no hay vida después de la muerte. Cuando finaliza la vida ya no hay nada. La energía que nos mueve, que nos hace pensar y vivir se acaba y cuando uno ve un cadáver que tiene el cerebro separado se da cuenta que ahí no hay vida. Ese hombre está muerto. No se queja, no siente, no piensa, su cerebro ya no se irriga o ya no tiene pulmones, se los sacaron para analizarlos.

¿Qué tanto surrealismo hay en su obra?
No, no me gusta el surrealismo. El único que me gusta es Magritte y nomás. Yo no me baso en los sueños, aunque sí utilizo el inconsciente, pero después me doy cuenta que se va formando un lenguaje, pero no es tan automático. Tampoco considero que mi obra sea hiperrealista, sí quisiera que lo fuera, pero para mí es imposible. Requiere lograrlo en cada mancha, capa y empaste. A la primera que le llega la imagen es a mí. Incluso, si tú ves la foto y el cuadro, la primera es todavía más fuerte, digamos que tamizo un poco la realidad, le doy una polveada.

¿Cuál es su meta actual?
Llegar a vieja y seguir trabajando. O sea, que mis facultades mentales y físicas me lo permitan.

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