Los últimos humanistas

817

Hipócrates, en el célebre juramento que lleva su nombre, dijo que en la profesión médica había que “entrar en las casas, con el único fin de cuidar y curar a los enfermos”. Bajo este y otros pensamientos se forma un médico, quien hasta las últimas décadas había sido una de las figuras más respetadas de la sociedad.

Hoy, aunque la medicina es considerada una de las profesiones más humanas, curar el dolor del prójimo, acompañarlo y actuar siempre en su beneficio, ya no es una práctica de todos los guardianes de la salud. Desde el punto de vista de personajes destacados en el ámbito de la medicina local, el Día del médico (23 de octubre) fue celebrado por nuevas generaciones médicas: más preparadas, pero menos humanas. Éstas entran a una competencia feroz contra los 75 mil estudiantes de medicina que había en México en 2003, según la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES).

Aunque Jalisco es el tercer estado con mayor número de médicos ”8 de cada 100”, en el Distrito Federal se ubican 21, y 11 en el Estado de México. Sin embargo, los médicos de ayer y de hoy enfrentan los mismo retos: la evolución científica y tecnológica, la pérdida del trato cercano y la sobrepoblación de la profesión.

Héctor Gómez Vidrio

LA MAYOR SATISFACCIÓN Tener en sus manos un corazón humano, que segundos antes había dejado de palpitar; sentirlo sin vida, darle un masaje cardiaco y que de nuevo viviera, es una de las experiencias que ha marcado la carrera del médico Héctor Gómez Vidrio.

“Era un paciente que tuvo un paro cardiaco durante una operación de tiroides. Me vi obligado a abrir tórax y darle masaje cardiaco directo. Fue una sensación agradable cuando tomé el corazón en mis manos: estaba flácido, no se contraía. Comencé el masaje cardiaco y sentí que comenzaba a fibrilar. Afortunadamente reaccionó”.

El actual jefe del servicio de endocrinología, con sus 49 años al servicio de la medicina, reconoce que existe un conflicto: la sobrepoblación en esta profesión y en la sociedad. El resultado de este problema se traduce en la pérdida del humanismo.

“El médico no puede existir sin la ética y el humanismo. Debe existir un interés profundo por buscar la salud del paciente. Por la sobrepoblación, en ocasiones el médico ni siquiera conoce el nombre del enfermo, quien merece un respeto como ser humano. Responsabilidad, dedicación y entregarse en forma absoluta y exclusiva al enfermo es deber del médico”.

Horacio Padilla Muñoz

EL MÁS GRANDE TESORO, LOS NIÑOS A los 24 años decidió entregar a los niños su vocación y sus conocimientos. Hoy el nombre de uno de los pediatras más reconocidos en el occidente del país, Horacio Padilla Muñoz, está escrito en el muro de honor del Saint Louis Children´s, Hospital Universitario, en Saint Louis Missouri, mientras que en los Hospitales Civiles de Guadalajara ha dejado una huella imborrable.

Al jefe del servicio de pediatría del Hospital Civil Fray Antonio Alcalde, siempre le ha preocupado la salud de lo que él llama “el mayor tesoro: los niños”, por lo que a sus 82 años, su conocimiento y práctica en la pediatría lo han hecho merecedor del nombramiento de Maestro emérito por la Universidad de Guadalajara. Aunque lleva más de cinco décadas como médico, Horacio Padilla cuenta que vive para seguir cumpliendo su misión: “la necesidad de estar trabajando en el hospital, de servir porque aquí me hice médico y aprendí a conocer el dolor humano.

Obviamente, una pequeña retribución es seguir haciendo lo que uno aprendió a favor de la sociedad”.

Francisco Alfaro Baeza

GENERACIONES MíS EDUCADAS, PERO MENOS SENSIBLES La medicina es una profesión muy satisfactoria, pero a la vez, dolorosa. El doctor Francisco Alfaro Baeza, miembro de una familia de médicos, considera que “la vida del médico está llena de las más grandes satisfacciones que puede tener un hombre en su vida, pero también de los más grandes dolores. Al poner tanto empeño en tratar de remediar el dolor, se logra este profesional llega al quid de la medicina, pero en ese camino se pierden muchos pacientes, los que duelen como si fueran familiares”.

El actual jefe de la división de ginecología y obstetricia del Hospital Civil Fray Antonio Alcalde, llegó al nosocomio en 1952. La maestría y doctorado en ginecología fueron fundados por este médico de 82 años, quien considera que las nuevas generaciones parten de plataformas de nuevos conocimientos y tecnología, recursos que los han vuelto más capaces para combatir las enfermedades.

“Hemos avanzado a pasos agigantados en la enseñanza de la medicina. Los médicos están mejor educados, pero han perdido cierta sensibilidad a la vocación de la medicina y eso es algo que me duele. Aparte de ser médico, este profesional es un compañero, un consuelo. El que tiene vocación sirve de refugio a la humanidad doliente”.

El doctor Alfaro Baeza considera que “en esta profesión no hay cosas que sean mejores que otras. La vida del médico es muy intensa, una profesión en la que se aprende diario. Mientras haya un aliento de vida estaré dando mi mejor esfuerzo”.

Roberto Andrade Limón

SERVIR POSITIVAMENTE A LA HUMANIDAD Es el más veterano del hospital de Belén. En seis meses cumplirá 60 años como médico y aún tiene la fuerza y el deseo de ayudar a los enfermos. “Casi nací aquí y con toda seguridad, aquí moriré”, asegura el actual jefe del servicio de cirugía plástica y reconstructiva del antiguo nosocomio.

Recuerda que su madre alimentó su vocación hacia la medicina. “Me decía: si ves un niño, imagina que es un hijito tuyo; si ves a una persona de tu edad, piensa que es tu hermano y si es mayor, imagina que son tus padres; así trátalos. No importa quién sea ni la condición social que tenga. Merecen todo el respecto y la buena intención de parte de cada uno de los médicos. Con ese concepto entré al hospital en 1951”.

El doctor Roberto nació en Ameca, un 10 de mayo de 1927. Hasta que sus condiciones físicas se lo permitieron, prefirió la cirugía reconstructiva, en lugar de la cirugía de vanidad, como él llama a la estética.

“Recuerdo el caso de una ancianita que fue atropellada. No tuvo fracturas, pero resultó con una grave deformidad en su mano. En ancianos es difícil este tipo de cirugías, pero ya está casi recuperada. El mayor agradecimiento y de las satisfacciones más grandes es ver que se le rasgaban los ojos, me abrazaba y besaba”.

La vocación de los servidores de la salud ya no es la misma, dice el médico. “La vocación era tan sincera, que trabajamos 15 años sin ganar un centavo y no exigíamos. Nuestra justificación de la presencia en este hospital son los enfermos”. Ética profesional, honradez, voluntad y el esfuerzo humano, son valores que deberían conservar las nuevas generaciones. Servir positivamente a los pacientes es la mayor satisfacción para un médico como Roberto Andrade Limón.

Joel Robles Uribe

EVOLUCIÓN DEL MÉDICO Son más de 50 años al servicio de la salud y el doctor Joel Robles celebra el Día del médico como si fuera el primero. “Es un día grandioso, por lo que recibimos de los enfermos. Es un orgullo que nos vean con respeto”.

El doctor Robles Uribe, jefe del servicio de epidemiología del Hospital Civil Fray Antonio Alcalde, identifica una evolución de los médicos. “Antes, las personas más respetadas eran el maestro, el cura y el médico. Tenían gran autoridad moral y eran vistos con respeto. Tuve la suerte de haber sido médico de pueblo. La relación médico paciente era humanista, de cariño y comunicación. Esto ha cambiado. Ahora los médicos son administradores de la salud. Se ha deshumanizado la relación. Antes el enfermo no sabía nada; hoy tienen más información y es menos aceptado lo que uno dice”.

Nacido el 13 de junio de 1932, comenta que el trabajo en comunidades necesitadas es una de las experiencias que más recuerda. En Jalcocotán, Nayarit, una comunidad en la sierra, en los sesenta las enfermedades coincidían en diarreas, gripas, paludismo y tuberculosis y se atendía una gran cantidad de partos. Entonces el maestro Joel recibió un paciente inconsciente, a quien decidió alimentar por varios días mediante una sonda naso-gástrica.

“Indiqué que lo mantuvieran comiendo leche y huevos, pero un día me enteré que le estaban dando 14 huevos diarios. Despertó: estaba casi desnutrido y tenía tuberculosis, pero aún así se salvó”, recuerda entre risas y añade a su relato que “los familiares ya habían comprado un cajón para cuando se muriera. El señor, como no murió, prestaba el cajón para otros difuntos y se lo regresaban”. Para el doctor Joel Robles, curar el dolor es la mayor satisfacción de los médicos, pero el agradecimiento constituye una de las dichas que le ha regalado su profesión.

Artículo anteriorAna Elisa Fernández
Artículo siguiente¿Quién ya lanzó la primera piedra?