Los pecados del radicalismo

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En ninguna lucha armada hay verdaderos héroes o maleantes puros. Pero en aquéllas en las que interviene la fe o lo que se cree que es ésta, se vuelve más difícil para los involucrados desprenderse de sus afanes y obsesiones para contemplar su humanidad y la de los otros con la razón templada.

Dentro de la novela El sermón de los muertos de Miguel Ángel de León Ruiz V. —que se adentra en el conflicto de la Guerra cristera que se dio en México a finales de la década de 1920, y que para el autor fue “especialmente violento en la zona Centro-Occidente del país”—, surgen tales y necesarias reflexiones: “Las guerras se crean por las envidias del poder, se alimentan con dinero y crecen en el odio. Quien quiera hacer creer lo contrario es un loco o un perverso que pretende aprovechar la fe de inocentes para proteger sus extravíos”.

Esta obra, que es la primera en ser publicada por De León Ruiz V., y que le tomó dos años de escritura, fue presentada la semana pasada en las instalaciones del Sistema de Universidad Virtual de la UdeG, como parte del “Ciclo de Lectura Xook”, que organiza la propia dependencia.

Bajo el sello de Suma de Letras, retrata la cristiada observando a los protagonistas del enfrentamiento entre las fuerzas del gobierno y los grupos controlados por la Iglesia, desde la mirada de los de a pie, los desposeídos, los desplazados, los subordinados, los que pelearon sin saber a ciencia cierta para qué o contra qué, y sin mayor ganancia que sus propios muertitos.

Para el autor, las motivaciones de hacer esta obra fueron “un ajuste de cuentas con la infancia”, porque siendo pequeño pasaba tiempo en el municipio jalisciense de Atemajac de Brizuela, en donde su bisabuela y abuelas le contaban historias que habían ocurrido o vivido al respecto en la zona, así como en Guadalajara en el barrio de Santa Tere.

A partir de ello es que comenzaría a investigar sobre “qué era verdad y qué era ficción” de lo que había escuchado, para encontrar que “la mayoría de las anécdotas que me habían comentado estaban registradas dentro de la historia de la cristiada”, y así vino “un proceso de hilvanar y generar los personajes de tales hechos”. Pero con esto no pretendería realizar una obra de hechos históricos o de denuncia, sino que la suya es una propuesta estética y humana, con personajes contradictorios, y para cuestionar realmente qué tan malos o buenos eran éstos.

El título de la novela obedece a que De León Ruiz V. se basó para su concepción en los títulos de dos apartados del poema La tierra baldía de T.S. Eliot, y que son “El sermón del fuego” y “Muerte por agua”. Si los usó es porque así como en el poema, “en la novela el agua está muy presente, ya que por su simbolismo sirve para borrar los pecados de los personajes que son muertos en vida”.

Pese a que la novela no es histórica y que para el autor las pretensiones personales que lo llevaron a escribirla están agotadas, advierte que si hay algo que tiene vigencia del tema y puede ser recuperado para nuestro contexto actual es evitar “el peligro de los radicalismos. Cada factor de poder debe tener sus espacios, y cuando tratamos de meter la religión a la vida pública se convierte en un grave peligro.

No podemos hacer que una creencia religiosa se convierta en leyes. Debemos mantener esa separación irrestricta entre la fe y los derechos humanos en la sociedad”.

Pero se sabe cierto de que también es indispensable escribir acerca de “la etapa de tanta violencia que vivimos, y ningún artista o creador se puede evadir de esto. Debemos de buscar una esperanza para combatir el miedo. Y aunque el objetivo de cualquier obra de arte no es generar una acción o una reflexión directa, sí lo es producir un estado de ánimo que permita introyectar su experiencias para generar un cambio”.

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