Los pasos de Juárez

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La figura de Benito Juárez (21 de marzo de 1806-18 de julio de 1872), tan entrañable, como exaltada y traicionada a través del tiempo, es singular en la Historia, no solamente mexicana, sino universal. Su presencia en un país donde se desprecia a los indígenas, resulta paradójica, pues Benito fue un natural de la etnia zapoteca y llegó a ser –y es– el personaje imprescindible en la fundación de la República. Juárez es a la vez que una leyenda trashumante, un gran jurista, un pensador y un pastor de ovejas que llegó a ser presidente de su país.
Hay en el Palacio de Gobierno de Guadalajara una escultura que conmemora un hecho trascendente ocurrido allí. Guillermo Prieto, quien fue testigo del hecho, nos trae el recuerdo en una crónica singular que Monsiváis recogió en el libro A ustedes les consta, y el escrito resume, de algún modo, mucho de la vida y las circunstancias históricas en que vivió Benito Juárez.
El 13 de marzo de 1858, Juárez se convirtió en presidente de la nación; fue nombrado en Guanajuato, pero la derrota y toma de Salamanca le hizo huir hacia Guadalajara. Fue allí, entre el caos y la incertidumbre política del país, que en el Palacio habían logrado una reunión en la que se encontraban Juárez, Ocampo, Prieto y Díaz, para escribir un manifiesto a la nación, y en el último momento entró al recinto el gobernador de Jalisco para avisar que en el 5º Regimiento Militar se habían levantado en armas y venían a combatir al gabinete presidencial y, sobre todo, al presidente. El motín se apostó en las afueras del Palacio y con una pelotera de disparos y violencia entraron al lugar, hasta encontrarse con la presencia de Juárez:
“Una voz tremenda –narra Prieto en el texto– salida de una cara que desapareció como una visión, dijo a la puerta del salón: ‘Vienen a fusilarnos’. Luego la frase de Ocampo se dejó escuchar: ‘Los valientes no asesinan’, que logró que los soldados bajaran sus armas y se rindieran ante la presencia de Juárez. El hecho es relevante, pues la vida y el destino del prócer se definieron en definitiva: salvando la vida, sí, pero convirtiéndola en una de novela. De Guadalajara Juárez parte en su célebre carreta rumbo a Zapotlán, donde pernoctó por varios días, para en seguida ir al puerto de Manzanillo y embarcar a Panamá, luego a La Habana y finalmente a Nueva Orleans, donde permaneció durante algún tiempo.

Juárez en Zapotlán
De 1858 a los primeros años de los setenta (del siglo pasado), su estampa y su casa resultaron espacios que fueron para mí fundamentales. Era levantar a diario la vista y leer: “1972 año de Juárez”, y luego volver a la historia del pastorcito de Guelatao, en el libro escolar. Y a la salida de la escuela primaria asistir a releer la placa colocada en una casa a un costado del palacio municipal de Zapotlán, para comprobar que en verdad existió.
Juárez no fue solamente un mito, sino un pensamiento y una escritura, verificables. Recomendables resultan los libros Los caminos de Juárez (Andrés Henestroza), Benito Juárez (Francisco Caudet Yarza) y Juárez, su obra y su tiempo (Justo Sierra), para comprender al personaje, al político, al soñador, al hombre de singular valentía, al pensador y al exquisito escritor que fue. Su vida y su obra son dignas de su leyenda.
Sin embargo, no es posible quedarse en la superficie del mito y sus frases (“Libre, y para mí sagrado, es el derecho de pensar… La educación es fundamental para la felicidad social; es el principio en el que descansan la libertad y el engrandecimiento de los pueblos.” “No se puede gobernar a base de impulsos de una voluntad caprichosa, sino con sujeción a las leyes. No se pueden improvisar fortunas, ni entregarse al ocio y a la disipación, sino consagrarse asiduamente al trabajo, disponiéndose a vivir, en la honrada medianía que proporciona la retribución que la ley les señala.”), sin atreverse a conocerlo a fondo. Podríamos comenzar leyendo sus Documentos, discursos y correspondencia o Apuntes a mis hijos:

El 21 de marzo de 1806 nací en el pueblo de San Pablo Guelatao de la jurisdicción de Santo Tomás Ixtlán en el Estado de Oaxaca. Tuve la desgracia de no haber conocido a mis padres Marcelino Juárez y Brígida García, indios de la raza primitiva del país, porque apenas tenía yo tres años cuando murieron…

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