Los niños de arcilla

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La Ladrillera es una colonia de arcilla y lodo. Las casas, las calles, la misma gente que allí vive, son de arcilla y lodo. Hasta el cielo nublado adquiere reflejos ocre, fundiéndose con la tierra en los innumerables charcos que cruzan los campos, parecidos a enormes nubes ponzoñosas.
En ese monótono paisaje color sepia, removiendo montículos de tierra o caminando con los pies inmersos en el lodo, se mueven familias enteras de ladrilleros: hombres de arcilla, que trabajan y viven modelando la tierra. Son viejos arrugados, mujeres de anchas caderas, pequeñitos descalzos que de generación en generación, como una desesperanza aprendida, se transmiten y reproducen las mismas prácticas de sumisión y pobreza: explotación laboral, trabajo infantil, analfabetismo y desnutrición.
Al igual que sus padres, y los padres de sus padres cuando estaban chicos, más de la mitad de los niños de la colonia La Ladrillera trabaja, y el diez por ciento de ellos no asiste a la escuela. Niños sin instrucción que ven violados sistemáticamente sus derechos a una niñez plena y un desarrollo sano, y que forman parte del ejército de 240 mil menores de 17 años que en Jalisco, principalmente por las condiciones de pobreza de sus familias, son obligados a trabajar y, en muchos casos, a dejar la escuela.

“Somos como el baratillo”
Sentado sobre una pila de ladrillos, Francisco García fuma tranquilamente su cigarro sin filtro. A cada fumada, alrededor de la boca desdentada y en el rostro moreno, se forma una telaraña de profundas arrugas, semejante a una máscara de arcilla resquebrajada por el sol.
Es un señor mayor al que le gustan el tabaco negro y los refranes, cuya familia, sus seis hijos y sus innumerables nietos, hace ladrillos. Tiene 43 años viviendo y trabajando en La Ladrillera, colonia en la periferia de Tonalá, a un costado de la carretera Guadalajara-Zapotlanejo. “Cuando llegué aquí, había unas veinte casas de cartón. Me vine de Tepatitlán. Allá trabajaba en la ‘labor’, pero de eso no se vivía y venimos a buscar una mejor vida”. Agrega con uno de sus dichos: “Los pobres somos así, como el ‘baratillo’: siempre de aquí pa’llá”.
Con mirada amarillenta observa a algunos de sus nietos que juegan haciendo figuritas con la tierra, como si fuera plastilina: hoy llovió toda la mañana, y no se puede trabajar, por lo que para los niños la usual materia prima de trabajo, la arcilla, se convierte en fuente de diversión, una de las pocas de las que pueden disfrutar.
Chava, descalzo y cubierto de pies a cabeza de lodo, corre entre el grupito de sus hermanos y el horno, donde ayuda a su papá a quemar ladrillos. Tiene siete años y hace dos empezó a trabajar pisando y moldeando la arcilla. A la escuela ha ido “nomás un mes, más o menos”, dice tímido, y es el único de los siete hijos de Margarita Magallanes que ha entrado alguna vez a una institución educativa.
“Me quieren cobrar 150 pesos por la inscripción de cada uno. No tengo ese dinero”, afirma la señora de 41 años, que desde los ocho ha trabajado haciendo ladrillos, antes con sus padres, ahora con su marido y su suegro. Y como para ella, este será el destino de Alma, una niña de tres años semidesnuda y de cabellos crespos que juega a esconderse detrás de las faldas de su mamá. Sus ojos negros y los dientes blanquísimos parecen perforar el velo de pantano que, inevitablemente, como a los demás niños de arcilla, le recubre todo el cuerpo y hasta el chupón, que sin cuidado se pone y saca continuamente de la boca.
Margarita tiene otra preocupación: a sus hijas más grandes, Paola, de 13 años, y Azucena, de 10, no les gusta hacer ladrillos: ellas prefieren juntarse con pandillas del vecino barrio de Pajaritos. “Por allá hay muchos narcos: seguido se oyen balazos. Yo intento cuidarlas para que no se vayan, pero ellas se escapan”.

Debajo de la tierra: el trabajo infantil
La colonia La Ladrillera no es solamente un barrio de tierra: está debajo de la tierra. “Hace 30 años el suelo llegaba hasta aquí”, dice José íngel García, un corpulento ladrillero, y levanta el brazo por arriba de su cabeza para indicar el nivel. “Los dueños de aquí se comieron la tierra para hacer ladrillos o para venderla”. La colonia se hundió por lo menos dos metros, y con ella todos sus hombres de arcilla.
Según una medición realizada por los mismos productores, el barrio se extiende en un territorio de 28 hectáreas, de las cuales 14 son destinadas a producir ladrillos. El terreno se divide entre 30 patrones, explica García, cada uno de los cuales da trabajo a entre cinco y 10 familias. Pero hay más habitantes de los barrios circunvecinos que se emplean en esta actividad y, por ende, más niños.
La asociación Children Internacional, que cuenta con cinco centros comunitarios en la Zona Metropolitana de Guadalajara donde otorga servicios médicos y apoyos educativos a 16 mil menores de 17 años, en su centro ubicado en Santa Paula, Tonalá, atiende a 4 mil 300 niños, niñas y adolescentes. Como dice su director, José Adán Gallegos Coria, más de la mitad de ellos trabajan: el 80 por ciento en ladrilleras y el resto en albañilería y labores domésticas. Además, 400 no asisten a la escuela.
En Jalisco, según el Módulo de trabajo infantil de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo 2011, del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en Jalisco trabajan 240 mil menores de entre 5 y 17 años, lo que representa el 13 por ciento de esta población, que en la entidad suma un millón 850 mil. Por su parte, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) señaló el año pasado que solamente los menores de 13 años que laboran en el estado podrían ascender a más de 38 mil. Las principales causas del trabajo infantil, especificó, están relacionadas con las condiciones de pobreza.
De acuerdo al último informe de REDIM, la probabilidad de que un niño avance en la secundaria en Jalisco es de 0.89, una de las más bajas del país. En una situación peor están Coahuila (0.88) y Michoacán (0.85). Con todo, el principal problema que afecta al sector educativo y a la niñez jalisciense es la deserción escolar en primaria y secundaria: con una tasa de 7.7 por ciento, Jalisco está en segundo lugar a escala nacional, precedido solamente por Michoacán.

Ni para los ladrillos
Las casas de Francisco y de Margarita son las únicas que no reciben agua corriente, que fue instalada en la colonia hace apenas un año. “Me dijeron que no le alcanzó la tubería”, asegura el señor, fumando su infaltable cigarrillo.
“Parece que para nosotros no alcanza nada”, agrega, refiriéndose a la luz, que tampoco tienen porque en este caso al ayuntamiento no le “alcanzaron” los postes. “Peor para ellos. Yo me colgué con un cable: así no tengo que pagarles nada”.
La casa en que Margarita vive con su familia es una pequeña construcción de tres cuartos, de los cuales, paradójicamente, solamente uno es de ladrillos. “Allí duermen mis siete hijos, en dos literas”. Ella y su marido duermen en un cuarto de tablas, cartón y láminas, separado por un tabique de la cocina, donde, en una esquina, prepara sus alimentos con leña.
“Nos tardamos 12 años para construir el cuarto. Lo hicimos con mil ladrillos”. Mil ladrillos conforman un lote normal, y se venden a peso cada uno. En buena temporada, una familia puede llegar a hacer dos lotes por semana. Sin embargo, Margarita, para juntar uno, necesitó 12 años.
“Lo construimos quitando ladrillos del trabajo, que el patrón no nos pagaba. La construcción luego la hizo mi cuñado albañil, y le pagamos trabajo con trabajo: nosotros le dábamos ladrillos y él levantaba poco a poco el cuarto”.
El ingreso semanal de las familias de ladrilleros varía entre los 500 y los mil 200 pesos, pero hay semanas en que no se trabaja, por la lluvia o porque no hay pedidos del producto, ya que ninguno tiene un contrato fijo.
“Con ese dinero apenas me alcanza para tortillas y frijoles”, dice Margarita. “A veces sopa, pero últimamente están bien caras”. ¿Carne?: “Uy, esa nunca”, espeta, alzando los ojos al cielo.
Children Internacional atiende cada año entre 300 y 330 niños con desnutrición moderada o grave. Este es un número parcial, ya que es la cantidad máxima que puede atender en sus instalaciones.
Redim (Red por los Derechos de la Infancia en México), con datos de la Secretaría de Salud, señala en su informe de 2011 “La infancia cuenta”, que en Jalisco en 2000 y 2005 el grado de desnutrición infantil leve superaba notablemente al nacional: 86.9 contra 81.2, lo que lo ubicaba en el lugar nueve entre las entidades federativas.
Si este nivel bajó notablemente en 2010, es preocupante observar cómo aumentó la desnutrición grave, que si antes se mantenía en un 0.9 (por debajo del promedio de 1.6) pasó a 1.8, a un solo punto del nacional, que subió a 1.9. Esto equivale a 80 mil niños jaliscienses, según el Organismo de Nutrición Infantil, ONI.
La pobreza, que en Jalisco afecta al 45.1 de los niños, se entrelaza con la falta de educación y la desnutrición. “Esos niños viven en una condición intergeneracional de pobreza, que se convierte para ellos en un modo de vivir del que no ven salida”, dice Gallegos Coria, presidente de Children.
“Además de la violación de sus derechos a un desarrollo sano, un niño no está en condiciones de recibir una buena educación si tiene necesidades básica y de supervivencia, como es comer. Un niño no puede pensar si no está bien alimentado”.

De ladrillo en ladrillo
Por a Ladrillera cruza un arroyo que desafía los principios de la naturaleza y sus estaciones. Con el pasar de los años, la cantidad de agua que lleva sigue aumentando y siempre es caudaloso, independientemente del periodo del año. Seguido desborda, inundando los campos y metiéndose a las casas.
“Es de puras aguas negras. Desde que construyeron todo esto alrededor”, afirma José íngel García, indicando los fraccionamientos aledaños de La Calma, El Carril, Loma Extendida, El Ocotillo, “el arroyo siempre tiene mucha agua y huele a cuernos”.
Muchos ladrilleros, incluidos los niños, con esa agua ablandan la tierra para moldearla, y también se quitan el lodo después de trabajar. “Hasta te quema”, dice Francisco, pasándose una mano sobre el brazo pecoso: “A veces pica como chile de árbol”, añade socarrón, con otra de sus máximas.
Uno de los principales problemas que señala la encuesta de INEGI, es que 28 por ciento de los niños que trabajan lo hace en condiciones laborales peligrosas y bajo riesgo. Como los ladrilleros: y no solamente por el agua sucia, o el hecho de trabajar a la intemperie y cerca de un horno de alta temperatura.
“La tierra que nos traen está llena de vidrios rotos, de huizaches, de clavos. Y los niños la tienen que aplastar descalzos, si no, se quedan atorados. Seguido se cortan y les dan infecciones”, asevera Margarita, indicando a Chava. “Él está acostumbrado. Ya se le hizo la suela en los pies”.
Una suela de lodo y arcilla. Como de lodo y arcilla son su ropa, sus manos, su piel. Chava es uno de los tantos niños de arcilla que viven debajo de la tierra, donde nadie los puede ver; donde, por falta de posibilidades para moldear y construir su futuro, sigue pisando y moldeando su desesperanza, poco a poco, de ladrillo en ladrillo.

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