Los clásicos. Los imprescindibles de la FIL

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Hay libros que se editan solamente una vez, otros que impresionan y se venden como pan caliente por la vigencia del tema, pero al año siguiente ya nadie se acuerda de ellos. Otros que marcan una época, pero solamente una y al pasar de los años se vuelven obsoletos. Pero hay otros que nunca faltan en una librería, en una biblioteca o hasta en el librero de la abuela. Estos son los clásicos.
Italo Calvino encontró por lo menos diez formas de definir a los clásicos: “los que se releen”, “los inolvidables”, “los que ejercen una influencia particular”, “un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”, “los que tienen la huella de miles de lecturas que preceden a la nuestra”, “los que han dejado huella en la cultura, en el lenguaje y las costumbres”, “una obra que suscita un incesante polvillo de discursos críticos”, “libros que cuando más creemos conocerlos de oídas, tanto más nuevos, inesperados, e inéditos resultan”, “un libro que esta antes que otros clásicos”, “lo que tiende a relegar la actualidad a la categoría de ruido de fondo, sin poder prescindir de ese ruido de fondo”, “lo que persiste como ruido de fondo”.
Es falsa la creencia de que solamente para los filósofos, los historiadores o los literatos, los clásicos tienen sentido. “Si he visto más lejos es porque estoy sentado sobre los hombros de gigantes”, dijo Newton en una carta a Robert Hooke. Newton hoy es un clásico con el que explícitamente es posible corroborar las tesis de Italo Calvino y constatar que la ciencia y la técnica también son deudoras de las obras de estos legados intemporales. Pero no sólo podemos quedarnos en la cita de una autoridad: en política poco podemos decir sin recitar, aunque sea de segunda mano, a Aristóteles o Maquiavelo; el desarrollo tecnológico y cibernético poco tendría que aportar si no hubieran existido las reflexiones de Francis Bacon, Renato Descartes o Wilhelm von Leibniz. Y la ciencia, que de acuerdo con Thomas Kuhn, es el resultado de un arduo proceso de revoluciones y formas de ver el mundo, se constituye, con la mejor descripción que pudiera haberle otorgado uno de sus iconos más aclamados, esto es: “a hombros de gigantes”, como dijera Newton.
Pero a pesar del innegable carácter histórico en las diversas manifestaciones de nuestra cultura, también han abundado las posturas detractoras de la lectura de los clásicos. Algunas de las argumentaciones más socorridas por las posiciones aludidas son las siguientes: “Los clásicos carecen de actualidad”, “el trabajo científico se soporta sobre bases empíricas, por lo anterior los clásicos poco tiene que decir”, “solamente resultan relevantes los datos inmediatos”, “los clásicos tiene como base la especulación metafísica que no es pertinente para abordar problemas actuales”. Sobre estos postulados es común encontrarnos consumidores de literatura que adquieren sus libros en función del escritor de moda, la última edición, el tema más debatido públicamente o su carácter de instructivo para resolver problemas prácticos. Sin embargo, cabe hacer notar y recordando al biólogo Francisco Ayala, que las ciencias poco pueden hacer sin una metafísica que les permita tomar una posición sobre la naturaleza de su objeto de estudio, sin una noción de verdad, sin un criterio formal en la organización de sus proposiciones, y sin una teoría que ayude a justificar la validez de sus aportaciones. Ni la naturaleza de los objetos, ni la estructura del conocimiento, ni la verdad, ni la lógica y, por supuesto, ni la moralidad, son explicables a partir exclusivamente de criterios empíricos.
Resulta satisfactorio observar que en la Feria Internacional del Libro los clásicos siguen ocupando un lugar especial en sus diferentes eventos. Su presencia es latente en los sucesos académicos, las presentaciones con nuevas interpretaciones o reflexiones y en espacios de venta de las editoriales, en donde es posible encontrar desde las lujosas y costosas obras empastadas en piel, hasta las ediciones comerciales que por menos de treinta pesos nos permiten acceder a las intemporales concepciones de Platón, Homero, Galileo, Shakespeare, Goethe o Nietzsche.
Hace una año Franco Volpi, autor de la Enciclopedia de obras filosóficas e implacable revivificado de los clásicos, fue el invitado de honor en los eventos filosóficos de la FIL 2008 y unos meses después fue atropellado en 2009 en el tráfico San Germano dei Berici. Qué paradójico para un nihilista y crítico de las formas en que los hombres afrontamos el desarrollo tecnológico que hubiera muerto, precisamente, bajo la vorágine de este desarrollo tecnológico. “Lo que es verdaderamente inquietante no es el hecho de que el mundo se convierta en un mundo completamente técnico. Mucho más inquietante es que el hombre no está, de hecho, preparado para esta transformación del mundo”.
A un año de la visita de Volpi no encuentro mejor manera de recordarlo que evocando las palabras que nos dijera en Guadalajara en aquel 6 de diciembre de 2008:
—La filosofía es el escándalo, el escándalo de la actividad humana.
—Debemos vivir en este mundo como si no fuéramos de este mundo.
—Es necesario construir en granitos nuestras moradas, así sean las moradas de una noche.

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