Las pastorelas perdidas de Zapotlán

1867

“…bien haya el que no es tompiate…”
Las pastorelas de Zapotlán el Grande

Buscando uno, encontró otros. Adrián Gil Pérez, cronista de Tamazula, acudió con José de Jesús García Morán, de oficio sembrador en la laguna, en busca del Coloquio sobre las apariciones de la Virgen de Guadalupe, ensayado en 1997.

La sorpresa fue que García Morán resguardaba otros Coloquios de pastorelas. Ahí estaban dos relaciones en donde se sostiene el número de éstos: “En la lista correspondiente al año de 1873 se contabilizaron 230 cuadernos de Coloquios pertenecientes al Santo Niño de la Cuadrilla Principal de Los Mangudos y, en la de 1874, se registraron 301 cuadernos. En ese orden, estos datos remiten a los años de 1643 y 1573. Por desgracia todos perdidos”.

Las fechas 1643 y 1573 corresponden a la época de la evangelización y a lo registrado en el libro Viajes de Fray Alonso Ponce al occidente de México, en su recorrido entre 1586 y 1587.

En éste informa de: “… una fiesta que los indios de Tlaxomulco hicieron el día de los Reyes”. José Rojas Garcidueñas cita esta referencia en su libro El teatro de Nueva España en el siglo XVI: “El franciscano fray Alonso Ponce refiere minuciosamente la representación en Tlaxomulco, hacia 1587, de una pieza sobre la Adoración de los reyes magos, que parece coincidir con un manuscrito del siglo XVIII encontrado y publicado por don Francisco del Paso y Troncoso en el año de 1900”.

En estas iniciales representaciones teatrales los textos eran escritos por los frailes sin ninguna intención literaria. Eran para la evangelización y el sano esparcimiento.

Entre las pastorelas a resguardo, se encuentran 24 Coloquios del siglo XIX (1822-1889), 23 del siglo XX (1902-1974) y cuatro sin fecha. De estos, algunos por estar escritos a lápiz de color o por deterioro, la fotocopia no registró dato alguno. Aun así la mayoría fue rescatada.

Las pastorelas reflejan, en destellos, el tiempo en que fueron escritas y la madurez de su escritura. La fechada en 1851 La noche más venturosa esperada por tantos siglos autoría de Tomás Antonio Ramírez, versifica a una flor de sepulcro:

Flor solitaria y hermosa,

que en este asilo sagrado

te levantas misteriosa

donde la muerte ha colgado

sus armas en esta loza.

 

Dime flor si por ventura

te hace tan galana estar

¿cómo puedes ¡hoy gozar!

entre la fría sepultura

donde se viene a llorar?

 

¿cómo puedes lacrimosa

en este llanto sostenerte?

¿cómo puedes silenciosa

en la mansión de la muerte

estar fresca y olorosa?

En el Coloquio de 1855 se utiliza el adjetivo “güerito” para el niño Jesús: “… dame tu gracia güerito/ dame tu amparo señor/ y en fe de tanto favor/ te bailaré un sonecito”. En la época del novohispano así se le denominaba a la clase dominante, los blancos. Ellos eran, entre otras, los compradores por excelencia. La clase morena y pobre era la vendedora de frutas y legumbres. “Pásele güerito”, era una forma de ofrecer la mercancía con urbanidad. Se nota que están acendradas la República de Indios y la de Españoles.

En el coloquio de 1870, unos versos bien se pueden tomar como una desilusión a la Independencia del país: “Libertad, independencia/ es la que proclamo amigo (…) ¡Pobre de ti libertad!/ pues los que a ti te proclaman/ son los primeros que te pisotean”. En 1907 está el coloquio Drama. El valiente espadachín o sea el cobarde Cardulio, los siguientes versos, que por la fecha se pueden tomar como antecedentes de la Revolución: “esto es a todos los criados/ los mantienen con panocha/ y a otros un torsigo amargo/ que todos los órdenes trastornan/ unos les da sus tareas/ tan bárbaras que hasta lloran/ si los pobres no la acaban/no les raya el día que trabajan/ como es bien que un infeliz/ trabaje tanto a la dobla/ y lo que haga no le paguen”.

En cuanto a la vestimenta del músico —sostiene Gil Pérez—, se cubría la espalda con una capa y la cabeza con sombrero campesino. En dos bajorrelieves coloniales, uno en Zacoalco (S. XVIII) y el otro en Zapotlán (museo) se representan a músicos —violín, guitarra y trompeta— y así visten.

El rescate de estas pastorelas es una muestra de esa riqueza teatral del siglo XIX ahora casi en el olvido a nivel popular. Miguel Sabido sostiene, citado en el prólogo al libro Las pastorelas en Jalisco (2008) de Tomás de Híjar Ornelas, la puesta en escena del Coloquio de Pascual Ranchero: “…tuve oportunidad de llevar al maestro Arreola a su natal Zapotlán a grabar un programa. Y por afortunada coincidencia, esa noche se escenificaba El Coloquio de Pascual Ranchero. Lo grabamos profesionalmente. Es un documento excepcional, sobre todo porque el coloquio dejó de hacerse ocho años porque murió el mayordomo y sus hijos se fueron a vivir a los Estados Unidos”.

El zapotlense Vicente Preciado Zacarías, en su texto Arreola, comparsa en el gran teatro del mundo, hace referencia a las pastorelas: “…era un teatro coral de indios laguneros, ingenuo y bello en la línea de las tradiciones medievales y renacentistas. Y si digo coral, es porque los cantos de las cuadrillas de pastores en las hondas noches de Zapotlán, llevaban en su eco el rumor de los monjes vagabundos del Carmina Burana. (…) Los textos escritos a lápiz en un cuaderno de escuela, eran octosílabos leídos a la luz de petróleo de una mecha o de un hachón de ocote. El apuntador era el capitán de la cuadrilla y acompañaba los coros yugulando notas sobre el diapasón resinoso de un violín de Paracho”.

Cabe el decir que Gil Pérez no encontró el Coloquio Guadalupano, pero encontró otros que están en espera de la transcripción y posterior publicación.

* Profesor de la Escuela Preparatoria Regional de Zacoalco de Torres. SEMS/UdeG.

Artículo anteriorCartón Falcón
Artículo siguienteLogran en CUCEI patente para extracción de metales menos contaminante