Las mujeres que escribieron

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Su voz no es la clásica neutralidad acompasada –como un péndulo– que adoptan casi todos los catedráticos cuando suben al podio. La voz de Elena Poniatowska en la cátedra de clausura del segundo Seminario de narrativa latinoamericana del siglo XXI, fue casi una charla. Ni siquiera cuando leía poemas enteros o largos fragmentos de otras escritoras, se transformaba su tono en el de los oradores empolvados.
Hacía gracia a su auditorio del salón Rolfe Hall, de la Universidad de California, Los íngeles (UCLA), que sirvió de sede al evento, en préstamo para la rama internacional de la Universidad de Guadalajara en Los íngeles (UDGLA). Hacía chistes entreverados con anécdotas y su propia visión de escritora sobre el tema que eligió para hablar: la literatura de las mujeres.
La cita se había anunciado durante semanas en el sitio web de la UdeG: la cátedra de Elena Poniatowska sería transmitida en vivo este 18 de mayo, a las 19:00 horas, a través del canal de video por internet, según informaron los organizadores del seminario. Fue verdad, a las 19:00 horas tiempo del Pacífico, es decir, 21:00 horas tiempo de Guadalajara. Sólo había que hacer el cálculo.
La cabeza gris de la polaca nacionalizada mexicana, cuyos padres aristócratas la trajeron a nuestro país en los agitados tiempos de la Segunda Guerra Mundial, apareció a través de un pequeño cuadro de 6 x 3 centímetros del quick player. Vestida de negro, con un ramo de flores blancas asomadas en la esquina inferior izquierda. Apareció cuatro veces más en las retransmisiones del 19 y el 20 de mayo, a las 12:00 y las 18:00 horas, tiempo de aquí.
Autora de La noche de Tlatelolco, La piel del cielo y Hasta no verte, Jesús mío. entre otras obras, Poniatowska habló de América latina, “el continente del hambre” y su proyección en los trabajos de escritoras como Gioconda Belli y María Luisa Puga.
“No hay aún escritoras proletarias”. Ella misma ha podido serlo gracias a que no es proletaria. Pero otros han recogido en sus trabajos la palabra de las invisibles, como el caso de María Sabina y su ritual de los hongos alucinantes, que llevó al recientemente fallecido Albert Hoffman a descubrir el LSD, la sustancia favorita de la época que terminó hace 40 años en tantas plazas atestadas de estudiantes.
El paseo por las plumas femeninas de América latina, en el que mencionó a Violeta Parra, Antonieta Rivas Mercado, Julia de Burgos, Alejandra Pizarnik, Alfonsina Storni y Nélida Piñón. De Elena Garro dijo que después de Los recuerdos del porvenir y Un hogar sólido, su obra no era remarcable. Hacia la conclusión de su discurso llegó a desviarse hasta el norte para relatar la muerte de Sylvia Plath (la cabeza en el horno y la manija abierta) y mencionar a Clarice Lispektor, todas ellas unidas por un elemento sustancial de la vida y obra de Rosario Castellanos: la soledad.
La soledad que experimentó desde su más tierna edad, como no fuera por su nana chamula, por la que aprendió a amar y defender a esta etnia desde su perspectiva de “blanca, casi transparente”, como queda registrado en Ciudad Real.
“Rosario decía que escribir disminuía la sensación de soledad”. Contó algunas anécdotas, como la respuesta que daba cuando la invitaban a los bailes: iría con mucho gusto en cuanto engordara. O una vez en que se fue la luz en la facultad de Letras y un chico la tomó del brazo para guiarla por las escaleras, y pensó: “cuando vuelva la luz se dará cuenta de que soy yo y me va a soltar”. Risas del público. O la escena de su muerte en Tel Aviv, al tratar de instalar una lámpara en el techo de su casa cuando era embajadora de ese país que llegó a querer entrañablemente.
Empezó a unir a ésta con sor Juana, que “a pesar de los 400 años que las separan, no vivieron en circunstancias tan diferentes”: ambas se disculparon por su amor al estudio. Esa “culpabilidad” es el peor instrumento de tortura, dijo la escritora en su conferencia, la que duró más de una hora.
Habló de Pita Amor, quien “no cejaba en su afán de escándalo y que salía desnuda bajo su abrigo de pieles y que abría el abrigo mientras gritaba ‘yo soy la reina de la noche’”. Ella también es, con su irreverencia, un ejemplo de la feminidad que se revuelve y rebela. Más musa que artista, Pita Amor fue la sensación y el remolino de belleza –según pensaba ella de sí misma– de los círculos artísticos de los años 20 y 30 del siglo pasado. Hace 70 u 80 años, la edad de la mismísima Poniatowska, que pertenece al siglo XX, y aunque es momento ya de hacer una revisión panorámica de este periodo, resulta justo la centuria anterior a la que se dedicó el seminario.
La presentación de la escritora corrió a cargo de otra mujer dedicada a las letras, Dulce María Zúñiga, directora de la Cátedra latinoamericana Julio Cortázar, quien impartió uno de los módulos del seminario. Al terminar la cátedra y el lapso de aplausos posterior, invitó a los asistentes a tomar un cóctel en el salón de enfrente. La transmisión terminó ahí, con las personas levantándose de sus asientos para cruzar el pasillo y hacerse de copas y canapés. Estática, ruido y fin: el cuadrito se volvió negro.

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