Las muchas miradas de Alemania

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Una Alemania que no viene a presumir la genialidad de Gutenberg. Una Alemania que ha dejado atrás el Sturm und Drang (tempestad e ímpetu). Una Alemania que no quiere tener a Goethe ni a Kant como centro de atención. Una Alemania que ya no suena a Richard Strauss. Una Alemania que mira hacia adelante. Una Alemania fresca, multifacética y comunicativa, según enfatizó Folco Ní¤ther, director del Goethe Institut en México, el organismo oficial de la cultura alemana que recientemente hizo público el cierre de su filial en Guadalajara.
Si en la edición 24 el leitmotiv era el pasado con la región de Castilla y León como cuna de nuestro idioma, para el cumpleaños de plata los reflectores apuntan al presente más moderno, y a la novedad de una lengua no romance.
Alojada muy a propósito en el Museo Franz Mayer de la Ciudad de México, durante la conferencia de prensa para presentar el programa de actividades de Alemania como país invitado de honor a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara de este año, las autoridades mexicanas señalaron los lazos entre ambos países a través de ejemplos de siglos pasados, como Alexander von Humboldt, cuyos viajes de exploración geográfica a principios del XIX tocaron la Nueva España; o como Frida Kahlo, hija de un alemán, y el propio Franz Mayer, un empresario criado en Inglaterra y finalmente nacionalizado mexicano, ávido coleccionista de antigí¼edades, arte y artesanías.
Por su parte, los diplomáticos germanos desplegaron sus actividades claramente enfocados al hoy, un hoy de fronteras desdibujadas: Ilija Trojnow (Sofia, 1965), Melinda Nadj Abonji (Becej, 1965), Wladimir Kaminer (Moscú, 1967), Adam Soboczynski (Torún, 1975) y SaÅ¡a StaniÅ¡ic (Visegrado, 1979) son parte de la comitiva literaria que Alemania trae a la Feria como botón de muestra de su literatura, tan inevitablemente multicultural como su sociedad compuesta en buena parte de inmigrantes ansiosos de cruzar la frontera ideológica y económica hacia Occidente, aún desde antes de que el muro se volviera insostenible y la crisis de los sistemas socialistas empezara a estallar violentamente.
La participación germana viene por tres cauces: el Goethe Institut cedió dos de sus tres misiones (“lengua” y “Alemania”) para concentrarse en “cultura”: a su cargo corren los conciertos de la explanada y las exposiciones de plástica y diseño; por su parte, la Feria de Frankfurt elaboró el programa literario y busca construir un puente entre las industrias editoriales; finalmente, la embajada de la República Federal de Alemania reunió el financiamiento a través de sus ministerios y empresarios, y se concentra en “todo lo demás”, según comunicó amablemente a la prensa su vocero, Mirko Schilbach.
Pero ¿qué es esta Alemania que nos visita?
Para Maryfer Boix García, subdirectora de la Feria de Frankfurt, el punto de unión es la lengua: “Estos escritores extranjeros eligieron escribir en alemán”. Probablemente tenga razón: también el mercado editorial fluye a través de la DACH (Alemania, Austria y Suiza) como uno solo, y Harold Bloom no hace distinciones en El canon occidental, donde Rainer Maria Rilke, Bertold Brecht, Heinrich Bí¶ll y Gí¼nter Eich conviven en el mismo listado junto a Franz Kafka, Paul Celan, Joseph Roth, Robert Musil e Ingeborg Bachman, muy a pesar de que esta última se negara a ello clara y repetidamente en las entrevistas recogidas en el libro Debemos encontrar frases verdaderas, quizás porque su perspectiva proviene del otro lado de los tratados de Versalles: de la Austria, cuya tradición es autónoma y rica de por sí.
Desde la perspectiva alemana la integración es un valor tan preciado que incluso existe un premio literario específico para “autores no-alemanes que escriben en alemán”, según la auto descripción contenida en el sitio web del premio Adelbert von Chamisso. Pero toda integración supone un centro y una circunferencia, un margen.
Georg Lukacs decía en 1944 en la primera sección de su Nueva historia de la literatura alemana: “La grandeza y el límite de la literatura en Alemania están determinados sobre todo por su contraste con el régimen imperante. La literatura alemana es grande —aunque con frecuencia sólo en un sentido trágico— porque comprendió el problema vital del pueblo alemán”.
Por supuesto, esta premisa aplica para cualquier nacionalidad, pero la reflexión cabe otra vez, 65 años más tarde, porque en este programa de actividades el silencio parece ser lo más significativo en torno a temas y movimientos centrales de la Alemania reciente, algunos seminales para el pensamiento del siglo XX, como la Escuela de Frankfurt, o sintomáticos, como el grupo del 47.
Pero hablan los libros, éstos sí, los verdaderos actores centrales de la Feria, y sus autores: Uwe Timm, Monika Maron, Ingo Shulze (todos confirmados para este otoño) y Kathrin Schmidt (invitada el año pasado) vienen de la mitad oriental del país, todavía rezagada a comparación del Oeste, y sus obras son signos capitales para comprender la vida en el sistema comunista de la RDA (República Democrática de Alemania) que vivieron en carne propia, la relación de las dos Alemanias y el proceso de “unificación”.

Suaba, rumana, alemana
“Quién con la concentración de la poesía y la franqueza de la prosa dibuja los paisajes de los desposeídos”. Esta es la frase que acompañó el anuncio de Herta Mí¼ller como Premio Nobel de Literatura hace dos años. Acosado por el anual cortejo de periodistas, el presidente permanente de la Academia sueca Peter Englund sólo agregó que ella realmente tiene una historia que contar sobre cómo es crecer en medio de una dictadura, siendo parte de una minoría y además como un extraño para tu propia familia.
Sobre todo, en “un lenguaje muy personal”, “un lenguaje que realmente acaricia”.
Invitada de honor entre los honores, nació en 1953 en el seno de una familia de la etnia suaba, específicamente de una rama católica, germano hablante y asentada en el Banato, una zona del centro de Europa, al norte de la cordillera de los Balcanes, traspasando las actuales fronteras políticas de Serbia, Hungría y Rumania. Vivió la infancia en el campo, en un pueblo pequeñísimo. No aprendió Rumano sino hasta los 14 años, cuando tuvo que irse a seguir estudiando. Era el tiempo de la Guerra Fría, y el Segundo Mundo que hoy nadie recuerda era una realidad viva: el comunismo. Más tarde, mientras trabajaba en una fábrica de maquinaria como traductora de manuales técnicos, Nicolae Ceauşescu era el dictador local y la policía secreta reclutaba soplones para reprimir la disidencia y controlar la seguridad del estado. Pero Mí¼ller dijo que no tenía el carácter para eso, y se resignó a las consecuencias.
El ambiente opresivo de esta época se reconstruye en sus novelas, como El hombre es un gran faisán en el mundo, Todo lo que tengo lo llevo conmigo o La piel del zorro.
Su discurso de aceptación del laurel es la conmovedora descripción del desahucio alrededor de un pañuelo que se convierte en oficina, extendido con lisura sobre el peldaño de una escalera: signo del hogar, la madre y la patria propia y sola de quien es alemana en Rumania, rumana en Alemania, y traidora entre los suabos, que se sienten comprometidos, delatados en su pluma.

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