Las Julias a la deriva

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En 1888 el autor sueco August Strindberg escribió la La señorita Julia, una obra que coloca al centro a una mujer que teme a la locura heredada, que dentro de la tradición se atreve a lo inesperado y que padece su propio valor. En dicha obra, Strindberg pone a trabajar la mente de sus personajes de manera irregular, las desembaraza de la lógica impostada y falsamente adecuada que poblaba las dramaturgias de entonces. Los diálogos de los personajes consiguen llegar al calor de la discusión, a la ida y vuelta sobre el mismo tema, en el que cada viaje el nudo crece, se deshila, afloja o se enreda más.
Con este tratamiento de las voces dramáticas, Strindberg argumenta la que había sido su apuesta en el teatro y que se traduce como el juego entre distintos engranes que se rozan o engarzan sin una lógica clara. El tema central se trabaja y repite con modificaciones, tal y como ocurre tanto en una composición musical, como en una conversación.
Ahora La señorita Julia es presentada en Guadalajara bajo el título de Todas las Julias del mundo, dirigida por Fausto Ramírez. Se trata del montaje inaugural del ahora centro cultural barrial de la agrupación A la Deriva, ubicado en la calle Langloix 1430, entre Escorza y Camarena.
La distancia entre la creación del texto dramático y este montaje no sólo tiene que ver con los años que los separan (más de un siglo para ser precisos), sino también con la apuesta del director.
Durante la segunda mitad del siglo XX, pensadores y artistas revisitaron el sentido de la realidad, así como las interpretaciones que tanto el naturalismo como otras corrientes habían desarrollado. A partir de estas reflexiones, el acontecimiento escénico y sus narrativas se reorientaron. La ficción no era más un antónimo de lo real.
A finales del siglo XX el conflicto entre estos dos conceptos aumenta y hace aparecer el llamado hiperrealismo, que en México creció durante esos años gracias al intercambio con creadores argentinos, y en este nuevo siglo se renueva, con el teatro del autor y director Daniel Veronese.
Luego de un trabajo de muchos meses con sus actores, Ramírez hizo a un lado el hiperrealismo y decidió regresar a la discusión que se dio entre la ficción y la realidad. Tal y como el nombre lo advierte, no se trata del montaje de un texto de Strindberg, sino de un ejercicio actoral que lo toma como pretexto.
Efectivamente, lo que vemos es una intervención actoral y con relevos de La señorita Julia. Todos estamos en el mismo espacio y asumimos nuestro rol, sabemos que somos público y los actores nos tratan como tal, nos cuentan qué va a pasar, cómo es aquello que no está y no vemos, recurren a nuestra experiencia previa, a las ideas generalizadas sobre la convención para tejer su propia red de normas bajo las cuales “intervienen” la obra de Strindberg.
Los actores Edith Castillo, Mely Ortega, Viridiana Gómez, Alejandro Rodríguez y Adrián Gaytán representan dos roles: a sí mismos y a su personaje, en donde, curiosamente, el segundo papel es el más logrado.
Esta versión de la La señorita Julia recupera una de las principales premisas que durante la segunda mitad del siglo pasado sirvió para reajustar el centro de gravedad del acto escénico frente a “lo real” y consiste en que los actores entren y salgan de la ficción con aparente libertad. En esta versión los intérpretes atraviesan su propia realidad desde la ficción propuesta por Strindberg. Son ellos mismos con su nombre propio quienes revelan y relevan la presencia de la señorita Julia y los personajes que acompañan la excéntrica personalidad de la protagonista. El resultado es un divertimento que a medida que avanza se aleja del universo poético del autor sueco.
Todas las Julias del mundo es una visita al proceso de la creación de un espectáculo, más que la representación de un texto, a partir de tener acceso y escapar de la ficción de la dramaturgia, desde el aquí y ahora de los actores.
Para quienes estamos del otro lado, con toda la conciencia de nuestro papel de espectadores, puede resultar divertida la fragmentación del lenguaje, los diálogos atropellados, la cotidianidad de las conversaciones, el escenario, que no se distingue de lo que nuestros sentidos identifican como real.

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