Las irreverencias de El Personal

851

“El mediocre se refugia en la actualidad y así se venga de la figura venerable” –acaba de decir hace un instante el filósofo Alejandro Rossi, en un texto por demás exquisito.
Vengo del pasado, de la memoria y de la actualidad que no ha perdido la música de uno de los grupos más iconográficos de Guadalajara: describen a la perfección las maneras de ser de los tapatíos. De hecho, su mejor disco es único y venerado por los melómanos iconoclastas, quienes en El Personal guardan un sentido contrario a la definición, pues se rinden a su música y a la personalidad del jefe de esa banda, ya extinta en realidad, pero perdurable en la memoria de quienes conocieron a Julio Haro.
Hay mucho de contradicción en aquellos personajes devastadores de lo sagrado: denostan las formas clásicas, y logran hacer sus propias figuras de culto. Mucho hay de eso en cada uno de los que aman lo nuevo y la novedad. ¿Pero acaso no es novedad todo aquello que nos era desconocido y nos lo encontramos por vez primera y nos sorprende por eso mismo, por su novedad, su maestría y lo que descubre en nosotros mismos, no importando el tiempo de su aparición en el mundo?
En lo particular creo en los buenos trabajos sin importar su tiempo (mas considerándolo, es claro, pues ofrece un contexto y una dimensión), ya que lo bien logrado, y de perfecta construcción, trasciende y, a veces, resulta intemporal.
El mejor disco de El Personal (yo diría que el único en realidad), lleva por título No me hallo (1988), y su irreverente originalidad me lleva, cada vez que lo escucho, hacia el libro de Ricardo Castillo, El pobrecito señor X (1976); aunque con una década de diferencia en su respectiva publicación, ambos productos logran una hermandad en varios aspectos. Sin perder momentos de universalidad logran forjar una fijeza de su tiempo y advierten de la crisis del lenguaje de su momento; sus rupturas son singulares, pues aunque son visibles las influencias en los dos productos artísticos, signan su personalísimo sello hasta volverlos distintivos; logran realizar impecables crónicas de una Guadalajara ya, ahora, inexistente; proponen nuevas formas desde entonces imitadas por muchos y, al menos en el caso de la obra de Castillo, sin todavía haber encontrado otros materiales cimentados en el mismo tono o provocación: los imitadores de los poemas se han vuelto “Castillitos” sin personalidad diferenciada. En el caso del disco, sus aportaciones provocaron el surgimiento de nuevos grupos de alto nivel y sin ser imitativos han perfilado el sentido de irreverencia y mixtura musical guardado en No me hallo (Café Tacuva, Panteón Rococó o Desorden Público, por ejemplo). Hay, en todo caso, una alegría y una sorna por las costumbres en las dos propuestas, y un grito único por la vida distinta y alejada de la doble moral vigente todavía entre un gran sector de la sociedad, sobre todo la tapatía.
A pesar del tiempo, las canciones de El Personal no han envejecido; sin embargo, las nuevas generaciones de guadalajarenses, contrario a lo que ocurre en la capital mexicana, poco los conocen y, cuando realicé una pequeña encuesta antes de escribir este texto, abrían los ojos tapatíos y, no, nada: no había registro de ellos. No obstante, sus aportaciones musicales y letrísticas rondan la actualidad, logrando hacer de ellas un regocijo comprometido con la música de “protesta”, sin clavarse en lo ideológico, pues la festividad con la que se dicen las cosas logra hacer que algunos mochos se persignen y, el resto de los mortales se identifiquen con la antisolemnidad vertida.
Podríamos decir: las letras y sus ritmos permiten una provocación y un regocijo. Declaran su novedad sin ser moda. Ridiculizan sin ofensa. Alegran y permiten la conciencia. Abren y cierran un periodo en la historia de la música mexicana. Obligan –sin forzar– una indagación en el lenguaje, hasta renovarlo. Funden una mixtura de influencias musicales hasta hacer de No me hallo un disco indiviso, donde el albur es esencia. Sus particularidades son exquisitas. Todavía, por cierto, no terminamos de volver nuestro a este extraordinario, insolente, sazonado, descarado y original Personal tapatío.

Artículo anteriorJosé Luis Zárate
Artículo siguienteTlajomulco y sus incongruencias