Las fiestas patrias bajo la lupa de Nietzsche

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Antes de iniciar el 2010 cientos de voces eufóricas y hambrientas de un mejor futuro se alzaron augurando que este sería un año de cambios dramáticos en el país, análogos al movimiento de Independencia o de la Revolución mexicana. Me imagino que dichas expresiones partían de esquemas similares a las visiones míticas que consideran que los calendarios son una especie de agendas macrocósmicas que determina las voluntades de los pueblos y sus ciudadanos. Pero el hecho es que: el desempleo en el país sigue presente, la sangre no deja de correr en todo el territorio, Felipe Calderón porta orgulloso su banda presidencial, Televisa presenta novelas patrioteras y se hace amiga de la competencia para capitalizar la euforia centenaria o bicentenaria a través de Iniciativa México, la Revolución se institucionaliza con el partido en el poder y la selección mexicana sigue perdiendo como siempre. Es decir, sí ocurren cosas extrañas, pero no tanto como para equipararlas con las gestas revolucionarias que nos llenaron de fiestas, héroes y días de asueto. ¿O será acaso que en el 2110 nuestros descendientes celebraran el tricentenario, centenario y bicentenario?
Cada ciudadano vive, estudia y conmemora la historia a su manera. En los siguientes párrafos intentaré mostrar un conjunto de actitudes posibles, tomando como referencia las reflexiones que en torno a las formas de vivir el pasado hacía Friedrich Nietzsche, en su texto Sobre la utilidad y los prejuicios de la historia para la vida, quien describe algunas de las maneras más comunes en que percibimos y nos acercarnos a la historia. De antemano pido disculpas a los puristas nietzscheanos por hacer una interpretación tan libre y tan a la mexicana del filósofo alemán. Decida el lector pues la que más le convenga antes de comprar su sombrero, su matraca y su bandera. La pregunta que persigue es la siguiente: ¿Hasta qué punto es importante la historia para la vida?
El olvidadizo: Para él lo histórico es sinónimo de olvido; vive del presente sin preguntarse por sus raíces, sin buscar qué lo ha constituido como ciudadano. Lo que hacen los hombres no es más que un conjunto de acontecimientos fortuitos, que en nada contribuyen para ser mejor o peor ser humano. Se hace necesaria la capacidad de olvido porque el que vive atorado al pasado es incapaz de afrontar el presente o el futuro.
El eufórico: Se siente tan orgulloso de su pasado que vive atado a él y sus acciones las justifica descansando sus responsabilidades en las acciones y la sangre que otros en su momento derramaron por su nación. No hay que luchar, porque otros ya lucharon por su independencia, por su justicia, por la libertad, por su felicidad, por los derechos, etcétera. Venera a los héroes como venerar al santo niño de Atocha, les lleva coronas a sus monumentos, se pone de pie cuando tocan el himno nacional a un boxeador en Las Vegas y se tatúa símbolos aztecas en los glúteos.
El anticuario: Todo lo que somos lo considera como un efecto del pasado. Por ello lo bueno o lo malo que ocurre en el presente siempre tiene un responsable en lo acontecido. Hasta la piedra en que se sentó a descansar un personaje de la historia la considera como una reliquia. Su espíritu determinista no le permite afirmar que algo ocurre por causas incontroladas o por la voluntad de los ciudadanos, siempre son las mentes preclaras de los héroes que nos dieron patria los que acertaron o erraron al heredarnos lo que somos y tenemos.
El crítico: Considera la historia como resultado de una lucha de intereses en donde los triunfadores son los que les toca contar el pasado según le convenga. Por ello es un escéptico de lo que produzcan los historiadores, a los que considera como voceros de una posición ideológica, quienes pretenden apropiarse de la verdad y así beneficiarse de la conciencia que del pasado asimilen los ciudadanos. Cree que no hay forma de conocer el pasado porque cada quien narra, olvida o desprecia lo que mejor se acomoda con su presente.
El científico: Para este personaje la historia es un objeto muy serio de estudio, como lo es una célula o un planeta. Se asume como frío ante los acontecimientos del pasado y justifica sus explicaciones en un método, la delimitación de su objeto de estudio, el planteamiento de hipótesis y la contrastación de acontecimientos. La historia para él no es útil ni es inútil, es simplemente el conjunto de acontecimientos ocurridos en el pasado. Busca las causas de los hechos y trata de guardarse los juicios de valor para su vida privada.
El artista: Considera el presente como el resultado de una obra de arte que la humanidad ha venido forjando a través de sus obras. Por ello siempre será venerable el que puso la primera piedra, el que impulso la primera constitución o el que emitió un lema inolvidable. La historia proporciona un goce estético a través de las narraciones emotivas, de amor, de valentía o de traición, al igual que se disfruta una novela, en la cual debemos distinguir entre los villanos y los héroes.
Hasta aquí el parafraseo de Nietzsche, seguramente el lector podrá encontrar otras formas de vivir y utilizar la historia. Creo que otros personajes podrían ser el político que la capitaliza, el estudiante que la aprende para pasar de grado, el empresario que hace con ella un negocio, el profesor que debe memorizar muchas fechas y nombres, el literato que la inventa, el ingenuo que cree todo lo que le dicen, el periodista que destaca la nota roja, el religiosos que cree que lo que pasa es por voluntad de dios, el filosofo que no podrá ponerse de acuerdo además de otras formas genuinas en que podríamos afrontar la historia y, con un poco de ingenio, encontrarle una utilidad para la vida.

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