Las delgadas líneas de Palillo

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He vuelto a ver, en toda una jornada dominical (18 de septiembre), al menos cuatro películas del último Cantinflas, sólo para volver a comprobar lo ya sabido: su discurso recuerda a los anquilosados políticos nacionales. Su afán ideologizante no despertó en mí —ni ahora ni nunca—, algún entusiasmo crítico hacia el sistema imperante, aun en la ausencia del PRI en la presidencia. El célebre “mimo de México” —quedó recomprobado— era una extensión de aquellos dinosaurios que gobernaron por años al país y que de una sola vez “educaron” y apaciguaron las inquietudes críticas de toda la nación.
Nuestra anodina comicidad, por otra parte, en la actualidad ha abusado de la vulgaridad y desvirtuado el albur (“El albur, tan mexicano —como ha dicho Jorge Arturo Ojeda en Esferas, FCE—, es un juego de palabras, es una asociación fonética o semántica; no es el calembour ni el pun, sino atrevimiento con censura, una muestra de cobardía o recelo con valor sexual.”), al hacerlo un recurso de sus sketches, sin lograr aristas finas, ni mucho menos ir hacia caminos más inteligentes, por ejemplo la crítica política, donde hay un amplio territorio por ahora —y desde hace mucho tiempo— desierto, por inexplorado. No siempre fue así, pero un amplio público ya no lo recuerda, porque nos hemos engolosinado con replicar los chistes de Ninel Conde —en tanto revolucionarios de Facebook— en relación a Felipe Calderón, sin saber con exactitud su virtual procedencia. El humor nacional tuvo tiempos mejores, ya un tanto olvidados es cierto, pero que tienen a un personaje central cuyo nombre fue Jesús Martínez y su apodo: Palillo.
Ahora que ya están en abierta acción las precandidaturas en todo el país, y de cara a las elecciones de 2012, es bueno recordar —no sin tristeza— la falta de voces verdaderamente críticas. Hay, es verdad, analistas políticos capaces y con cierta profundidad, pero aquellas valentías como las de Palillo, esas son las ausencias realmente notables.
Ante la insistencia televisiva de retransmitir como no queriendo la cosa las películas de Cantinflas, hace pensar (¿exagero?) que no solamente se recuerda su centenario, sino que se aprovecha la oportunidad para que el grueso auditorio de Televisa vuelva a recordar los antiguos discursos politiqueros de que están repletos los filmes cantinflescos.
Ante esto, se puede pensar en todo caso, que la figura de Jesús Martínez Palillo siempre fue efectivamente un personaje indeseable para el Estado, de lo contrario también se repetiría ahora la quizás única obra fílmica del llamado “Rey de las carpas de México”, pues sólo una vez —quizás en 2006, cuando en la FIL se le brindó un reconocimiento y se presentó un libro sobre su vida y obra— un canal local transmitió durante la alta madrugada esa espléndida joya crítica de humor político que resulta ser Ay Palillo no te rajes…; por cierto, la busqué el ya citado domingo en internet y no se halla por lado alguno. Está, sin embargo, una entrevista que le hizo Ricardo Rocha para la televisión y una breve pieza de carpa, además de una excelente imitación de Benito Castro (extraída de Perfume de gardenia, que a la misma hora vespertina que yo veía a Cantinflas por la TV, se efectuaba en el Teatro San Rafael del DF), de allí en más, todo es silencio, como si nunca hubiera existido en esta tierra el enormísimo crítico de la política mexicana.
Sabemos —siguiendo las delgadas líneas de su semblanza—, que es padre de la actriz Ana Martin, y nació en el barrio del Santuario, de Guadalajara, el 13 de abril de 1913. Fue el cómico tapatío —murió en 1994— uno de los más grandes seguidores del equipo de las Chivas; acólito en su infancia, agente de tránsito, fotógrafo, torero, sochante, y primer soprano del conjunto musical de la catedral de Guadalajara. Se afirma que una afonía le impidió ser un artista del bel canto y devino en cómico. Su acentuada delgadez condujo a sus conocidos a nombrarlo con el mote de Palillo. Su altura en el humor político comenzó en 1937, cuya “picardía y valor para decir lo que otros callaban lo dotaron de fama” —afirma una vieja nota publicada en La Jornada—, que el gobierno premió siempre con breves pero infinitos tiempos de cárcel.

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