La voz del «peladito»

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Sin olvidar algunas escenas magistrales posteriores, el mejor Cantinflas es aquel que otorgó los elementos para el surgimiento de un nuevo personaje que embarga los motivos esenciales y registra una fina representación de cierto sector de una sociedad en transformación entre los andamiajes de un México todavía sujeto a su Revolución en los albores del siglo XX, sobre todo en la capital mexicana, pero sostenido en los poderosos vestigios de la provincia y su chispeante folclor.
Brotado de las carpas, al igual que el tapatío Jesús Martínez “Palillo”, tiene como antecedente, sobre todo, a Leopoldo Beristáin y a Roberto Soto “Mantequilla”. “Cantinflas surge cuando declina Soto —ha dicho Samuel Máynez Puente (Proceso, 1993). “No es un simple sustituto —agrega—, sino el creador de un nuevo y extraordinario personaje. Y éste representa una modalidad distinta de la vida popular mexicana. Tiene la malicia acumulada por las vacilaciones revolucionarias y el lenguaje para escapar al compromiso, pero también para la protesta y la acusación.”
Descendiente de la picaresca española: el Lazarillo (El lazarillo de Tormes, autor anónimo, 1554), el Guzmán (Guzmán de Alfarache, Mateo Alemán, 1599) y Don Pablos (Vida del Buscón llamado don Pablos Francisco de Quevedo, ¿1603?), y pariente directo de Pedro Sarmiento (El Periquillo Sarniento, José Fernández de Lizardi, 1816), Cantinflas —que no Mario Moreno (1911-1993)— nació en la ciudad de Jalapa, Veracruz, donde el padre de Moreno trabajaba en el correo postal y éste, de visita y para hacer algo productivo, fue a pedir trabajo en una carpa que estaba de paso. Contaba con 16 años y ante el dueño se presentó como “artista”. Le dio una primera oportunidad un escenario que imagino umbroso y destartalado por los daños adyacentes de los constantes viajes por todo el territorio nacional.
En 1927 —revelaría Mario Moreno 34 años después al periodista de la revista Siempre!, Luis Suárez, el origen del personaje Cantinflas—:
“Mi padre estaba en Veracruz, trabajando en la oficina de Correos. Yo lo fui a visitar. Él estaba empeñado en que yo también fuera empleado postal. Mientras llegaba esa oportunidad, me mandó a otra oficina. Un día llegué tarde y me puso una regañada. Y yo le dije que no tenía por qué. Que si esto me hacía cuando yo no era empleado, qué no me haría cuando lo fuera. Me fui, y fui a dar a Jalapa. Estaba yo desorientado, sentado en una banca del parque, cuando me di cuenta que estaban montando una carpa. Llegué y le pregunté al dueño que si me daba trabajo. Me miró y me preguntó: ‘¿Y usted quién es?’ ‘Yo soy artista’. ‘¿Dónde están sus programas?’, los programas que demostraran mi actuación. ‘Me robaron los programas, la ropa, todo’. El dueño me dijo: ‘Véngase esta noche a ver qué sabe hacer’”.
Esa noche se presentó en la carpa vestido apenas con un pijama de su padre e hizo el número de baile con el fondo de un charlestón. “¿Nomás ese número sabe hacer?” Y como respuesta lo que hizo fue hacer parodias de las canciones de las letras de moda, que él improvisó en ese momento.
De allí pasó a las carpas de Azcapotzalco y, luego, de Tacuba. Su primer sueldo, confesó al periodista de Siempre!, fue de 80 centavos, que le fue otorgado en las carpas de la pareja rusa que conformaban los Suboreff. Hay, entonces, un Cantinflas cuyo origen y desarrollo se dio en las carpas: los teatros ambulantes que tuvieron su origen en los albores del siglo XX —en la época posrevolucionaria—, que alimentaron a los barrios de la capital mexicana, y que, luego, en la provincia se conocieron como “tandas” y que tendieron a desaparecer en 1960.
Del Cantinflas carpero ya no podremos tener noción de sus actuaciones. No obstante, hay constancia de ese personaje todavía en algunas películas, sobre todo aquellas realizadas entre 1936 y quizás hasta 1941, en las que a mi parecer encontramos al mejor Cantinflas: No te engañes corazón (1936), ¡Así es mi tierra! (1937), íguila o sol (1937), El signo de la muerte (1939), Ahí está el detalle (1940), Ni sangre ni arena (1941). Un dato interesante: el argumento de El signo de la muerte fue escrito por Salvador Novo y la música original es de Silvestre Revueltas y dirigida por Chano Urueta.
Encandile en el metro
Hice un viaje a la Ciudad de México en julio de 1989. Llegué a la Central Norte a las cinco de la mañana y crucé, en medio de la oscuridad, hacia la estación del metro Observatorio: me hundí en sus pasillos y realicé un largo camino que me llevó a una especie de alucinación. Subí al vagón y, sin darme cuenta, al otro lado, encontré una mirada. Me sorprendí. Un joven me lanzaba su mirada desde el fondo. Y yo le respondí. Entonces vino a mi encuentro. Su figura era idéntica al Cantinflas de los años treinta. Bigotito. Rostro. Movimientos. Inocencia. Picardía.
—¿De dónde vienes?
—De Jalisco —le dije con temor.
Su hablar. Sus gestos. Su escuálida estructura corporal la misma y distinta. En 1961 Mario Moreno había respondido al periodista Luis Suárez una pregunta directa: “¿Algún día morirá Cantinflas?”
—Mientras yo viva, vivirá Cantinflas. Si muero yo, morirá él —le había dicho.
Yo recordé su respuesta y supe que había “mentido”. Frente a mí estaba el “peladito” de donde había nacido el personaje. E imaginé que en el comienzo del siglo XX debió haber muchos Cantinflas en la ciudad. Ese que yo veía era quizás el último, y Mario Moreno había muerto en 1993.
—Oye —me preguntó el Falso Cantinflas—, ¿es cierto que en Jalisco la gente todavía carga pistola?
Yo le dije que sí. Y que yo también traía la mía, que siempre la llevaba para donde viajara. La respuesta surgía del miedo, pues tal vez el Falso Cantinflas podría asaltarme. Pero no. Siguió conversando de una forma vivaz. Luego ya más tranquilo, pude disfrutar de la aparición, que luego bajó del vagón tres estaciones después…
La evolución del personaje Cantinflas fue paulatina pero definitiva. Caminó de un ser perspicaz y fresco para luego convertirse en un personaje más comprometido con el sistema del Estado que sirvió como mensajero de una ideología (vía Televisa), sobre todo priísta, y fue uno de los consentidos…
Pasó, en todo caso, de ser un personaje surgido del pueblo y del barrio y la provincia, a ser un sujeto alejado de toda voz popular. De reflejar una condición a intentar educar a un país. De algún modo Cantinflas dejó de existir quizás en los años setenta, cuando en los filmes ya se había borrado todo vestigio de él y ganaba, sobre todo, Mario Moreno, cuyo apodo era “Cantinflas”. Es decir, el actor borró al personaje: se volvió, entonces, Mario Moreno en un comediante y no lo que había sido: ese ser que encarnaba a otro ser o, mejor dicho, a una infinidad de seres, tantos como Cantinflas hubiera habido a lo largo y ancho de todo el territorio nacional.
Quedaba —me dije durante ese viaje en el metro— algo de ese Cantinflas en la tierra y no en la imaginación. El sujeto que hablaba conmigo me lo confirmaba. En realidad le dije adiós a Cantinflas, en el instante que lo vi perderse entre la multitud…
En cierta manera la evolución de personajes como Mario Moreno y Cantinflas puede ofrecernos una lectura de las transformaciones de nuestro país. De cierta forma la metamorfosis sufrida por Cantinflas, que devino en Mario Moreno el ganadero y ricahón actor de los años setenta, que se sirvió del pueblo y, luego se alejó hasta no verlo si no como una ilusión de la realidad, es la misma de aquellos que del barrio han ascendido a las cúpulas del poder político. Es la misma, sí, pero también diferente. Mario Moreno que desdibujó a su personaje, para después convertirse en uno de los personajes más poderosos y ricos del país, algo dejó en su estela dibujada durante su trayectoria nacida de la nada, para ser, y volver luego a la nada: Cantinflas es la luz que semejaba la emitida por todo un país. Y Mario Moreno fue —y así dejó esta vida— más bien un personaje que se cobijó y sirvió al Estado y a un partido en el poder.
Una respuesta al periodista Luis Suárez podría explicar mejor mis palabras:
“—¿El Cantinflas de hoy no es exactamente igual que el de hace veinte años?
”—No, siendo el mismo no es exactamente igual. Ni México es igual. La gente evoluciona como evoluciona Cantinflas…”
Ahí está el detalle —como diría Cantinflas.

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