La vida como danza en la filosofía de Friedrich Nietzsche

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“La praxis, la vida humana, no es un proceso

(una actio), sino más bien un mysterion en

el sentido teatral del término,

hecho de gestos y palabras”.

Giorgio Agamben. Karman

El domingo 25 de agosto del presente año se cumplieron 119 años de la muerte de uno de los filósofos más inquietantes, acaso el más perturbador para las buenas conciencias morales que todavía pululan en pleno siglo XXI, en el caótico mundo moderno y su ¿inminente catástrofe?

Va, pues, este pequeño texto para honrar la memoria de un pensador que apostó, radical y trágicamente, por la vida y todas sus consecuencias; y lo haré retomando sus aparentemente simples reflexiones sobre el baile y la danza en el apartado Canción de baile, de la segunda parte de Así habló Zaratustra, para mostrar cómo la “voluntad de poder” nietzscheana no significa otra cosa que “voluntad de vivir”, con todas sus contradicciones. ¿Podía ser de otro modo?

Primero acudiré a una o dos de sus expresiones referentes al baile y la danza, en Así habló Zaratustra. Un libro para todos y para nadie (la edición que manejo es la de Rafael Hernández Arias, Valdemar, Madrid, 2005), a las que añadiré mis propias cavilaciones y, después, a manera de un apoyo filosófico pertinente para nuestro tiempo, me valdré de algunas ideas de un pequeño libro de Giorgio Agamben, Karman. Breve tratado sobre la acción, la culpa y el gesto (Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2018), uno de los más importantes biopolíticos vivos, para aunar y anudar su propuesta a mi lectura del maestro de los aforismos y radicalizar, de ese modo, la concepción trágica nietzscheana sobre la vida misma y sus bellas metáforas sobre el baile y la danza.

El apartado que estoy considerando viene precedido de La canción de la noche y le sigue La canción de los sepulcros, en los que la música aparece más que connotada y ocupa un lugar central en la reflexión nietzscheana (¡claro, Nietzsche era músico!, me acota la R).

El fragmento en cuestión inicia con la llegada de Zaratustra a un bosque en el que bailan varias muchachas, quienes al verlo dejan de hacerlo, por lo que el profeta nietzscheano (el primer inmoralista, antípoda del personaje histórico), las conmina a que no dejen de danzar y se los dice de la siguiente manera:

“¡No dejéis de bailar, encantadoras jóvenes! Ningún aguafiestas se ha acercado a vosotras con mirada de reproche, ningún enemigo de jovencitas.

Soy abogado de Dios ante el diablo: pero éste es el espíritu de la pesadez. ¿Cómo podría ser yo, ágiles criaturas, enemigo de bailes divinos? ¿O de pies femeninos de hermosos tobillos? […]” (p. 181).

Enseguida Zaratustra se equipara al bosque y a la oscuridad, para posteriormente ironizar sobre un pequeño Dios (¿Eros?) y solicitar a las jóvenes que bailen, no sin decirles que él mismo, Zaratustra, cantará “una canción de baile y de burla contra el espíritu de la pesadez”, que dicen es “El señor de este mundo”.

No puedo ahondar, por los límites de espacio, en todo lo que Nietzsche juega en esa Canción de baile, por lo que solamente rescataré las dos ideas centrales que tienen que ver con la concepción trágica de la vida que sostuvo el creador de Zaratustra, el ateo. Para hacerlo lo citaré de nuevo.

“Hace poco he mirado, ¡oh vida!, en tus ojos, y me pareció hundirme en lo insondable”.

Después de hacer una compleja relación entre vida, sabiduría y verdad (además de él mismo), Zaratustra, en su canto, afirma, con relación a las tres, que:

“Así están las cosas entre nosotros tres. A fondo, sólo amo la vida —¡y, en verdad, sobre todo cuando la odio!” (p. 182).

De esta forma, el canto de Zaratustra, como la vida misma y como el propio texto de Así habló Zaratustra, es insondable; no obstante, habrá que entresacar algunas ideas directrices para intentar comprender las enseñanzas del filósofo de la angustia y leerlas desde la singularidad del mundo de ahora (para lo que nos valdremos, como ya lo dije, de algunas de las ideas de Agamben en el texto mencionado).

El apartado se cierra con la tristeza de Zaratustra ante la ida de las muchachas bailarinas y, en un tono de tristeza y melancolía del personaje (¿y de Nietzsche también?), remata con las siguientes preguntas que involucran, precisamente, el sentido o sin sentido de la vida.

“Así cantó Zaratustra. Más cuando el baile terminó y las muchachas se habían ido, se puso triste.

Ya hace tiempo que el sol se ha ocultado, dijo finalmente; la pradera está húmeda, de los bosques llega el frío.

Algo desconocido está a mi alrededor y mira pensativo.

¡Cómo! ¿Aún vives Zaratustra?

¿Por qué? ¿Para qué? ¿Con qué? ¿Hacia dónde? ¿Dónde? ¿Cómo? ¿No es una necedad seguir viviendo?

¡Ay, amigos míos!, el atardecer es quien así me interroga. ¡Perdonadme mi tristeza!

Ha atardecido: ¡perdonadme que haya atardecido!”

Así habló Zaratustra (p. 183).

La vida, pues, no es de color de rosa y, en ocasiones, su negrura perturba hasta el desquiciamiento; pero, no obstante, Nietzsche siempre fue un gran partidario y defensor de la vida toda. Al grado que podemos decir que su filosofía es y sigue siendo una filosofía de la vida, una filosofía para la vida. Ello independientemente de que su propuesta, que quiere ser una respuesta a los callejones sin salida de la modernidad y su acendrado nihilismo, no esté exenta de contradicciones, como de hecho no lo está ninguna.

Sí, como muy bien lo ve Agamben, mucho del pensamiento occidental, desde Platón hasta nuestros días, se manifiesta ambiguo con respecto a la dicotomía entre pensamiento y acción y, sobre todo, con relación a la cuestión de la voluntad y de la imputabilidad de la responsabilidad del sujeto a la hora de actuar. Estamos hablando del asunto de la soberanía del sujeto y la cuestión de la libertad, además de otras cuestiones candentes para la filosofía.

Cosas todas que Nitezsche supo entrever en su pensamiento y, si no pudo resolver sus implicaciones, es porque el pensar occidental se ha debatido, precisamente, en la dicotomía que establecieron Platón y Aristóteles entre teoría y práctica (salvo raras excepciones).

Todo esto es lo que analiza Agamben en el pequeño texto aquí convocado y en el que —en eso consiste su propuesta— plantea que para ir más allá de esas escisiones es necesario poner en el centro lo siguiente: “(…) el gesto expone y contempla la sensación en la sensación, el pensamiento en el pensamiento, el arte en el arte, la palabra en la palabra, la acción en la acción” (p. 160).

Sé que habría que hacer más mediaciones entre Nietzsche y Agamben, particularmente entre Así habló Zaratustra y Karman, pero en la medida en que este texto es un sincero homenaje al maestro de los aforismos en su 119 aniversario luctuoso, termino, provisionalmente, con una pregunta:

¿Nietzsche era, de alguna manera, consciente de todo esto al dar a la danza y a la risa papeles tan protagónicos en su mayor obra filosófico-literaria?

Cierro aquí, dejando la pregunta abierta.

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